Columna de opinión
Usurpación, espacio público y el lugar de nuestros derechos
Por Gustavo A. Beade, miembro de APP, abogado, profesor de la UBA - Conicet.Comenzamos a preocuparnos por las usurpaciones que ocurrían en lugares públicos a partir de lo sucedido en el Parque Indoamericano allá por el año 2010.
Luego de un tiempo, este año nuevas usurpaciones se produjeron en lugares cercanos, generando conflictos aún no resueltos. Usurpar un terreno, como muchos saben, es un delito. Sin embargo, creo que tenemos razones para pensar esas conductas desde un punto de vista distinto al que solemos tener habitualmente.
La ocupación de un lugar público genera, en comunidades como las nuestras, un gran descontento y un enfado que quizá deberíamos repensar. En general, nuestros peores sentimientos se desatan contra esas personas a quienes livianamente catalogamos como “delincuentes”.
Pero esta liviandad está inspirada por la sospecha de que esas personas se apropian de algo que no les pertenece, que lo hacen sin esfuerzo y que su vida, en general, transita por esos carriles. Mientras nosotros somos los que trabajamos y nos sacrificamos para obtener ciertas comodidades, ellos solamente “usurpan” y se aprovechan de nuestro esfuerzo.
Al parecer, ellos también se especializan en lograr “cosas” del Estado: subsidios, viviendas, ayudas de otro tipo, utilizando para ello distintas herramientas.
Particularmente, nos parece que con la usurpación nos quitarían derechos que hemos obtenido legítimamente como el de esparcimiento en un parque público y que su derecho a una vivienda es menor a nuestra necesidad de salir a disfrutar de un día soleado. El reclamo hacia ellos es que trabajen como nosotros para obtener los bienes materiales que deseen.
No comparto esas opiniones y en cambio, me preocupa mucho este nivel de intolerancia y la falta de empatía ante la situación de aquellos que forman parte de nuestra comunidad y que están en general viviendo un mal momento.
Particularmente no creo que todas esas personas sean parte de organizaciones criminales que buscan lugares despoblados para primero usurpar y luego poder negociar con miembros del Estado para obtener determinadas ventajas.
No se trata de creer con ingenuidad esto, sino que se trata de caminar por ciertos barrios de la ciudad de Buenos Aires o por el conurbano bonaerense para ver pobreza, miseria, barrios y asentamientos precarios. Es suficiente con recordar el vergonzoso “Tren Blanco” o ver cada mañana las bolsas de basura destrozadas por toda la ciudad en busca de algo desechado pero que aún pudiera ser útil para alguien.
Estos hechos deberían llevarnos a reflexionar acerca de las personas que arriesgan su vida, su salud, incluso la de sus hijos para obtener algo que los distintos poderes del Estado les niega hace tiempo: una vivienda digna. Esto de por sí es preocupante, básicamente, porque nosotros elegimos en gran medida a los miembros de esos poderes.
Aquí, sin embargo, me gustaría llamar la atención sobre nuestras reacciones, las de los ciudadanos comunes hacia aquellos que están en peor situación y que llevan adelante estas usurpaciones. Cuestionar esos actos debería llevarnos a reflexionar sobre nuestros propios actos. En primer lugar, es extraño distinguir entre “ellos” los usurpadores y “nosotros” los decentes trabajadores respetuosos de la ley.
Ese modo de pensar hacia nuestros conciudadanos como “extraños” en nuestra comunidad es algo problemático y doloroso. Es doloroso porque “ellos” comparten con nosotros una comunidad con determinados ideales y objetivos comunes.
Me parece moralmente inadmisible que permitamos que personas que viven en la misma comunidad que nosotros, que comparten con nosotros hospitales, trabajos, medios de transporte, escuelas, partidos de fútbol y también gobernantes, deban pasar por esas situaciones y que nuestra respuesta sea la pasividad o la queja.
Eso es lo que deberíamos reprocharnos: nuestra cuestionable tolerancia hacia la desigualdad y la pobreza. También, nuestro individualismo, que nos lleva a criticar la ocupación de un parque o una plaza a la que nunca fuimos o por la que nunca nos preocupamos y la falta de solidaridad hacia personas que, en una gran cantidad de casos, se encuentran así por gobiernos que nosotros hemos elegido.
Probablemente estar en esa situación no sea por su culpa. Quizá, esto se deba a malas decisiones de estos gobernantes y de algunos proyectos económicos fallidos.
El punto es que no podemos culparlos por su situación actual y es por eso que debemos considerar sus actos teniendo en cuenta esta circunstancia. Deberíamos reflexionar y hacer algo para ayudarlos, empezando por ponernos en su lugar y reclamar también por sus derechos.
No debemos culparlos fácilmente y exigir que vayan presos por usurpar un terreno abandonado. No debemos exigirles que hagan lo que nosotros les decimos. A veces con la voluntad individual no es suficiente para salir de situaciones de profunda desigualdad.
Por eso, lo que debemos hacer es acompañar sus reclamos y exigir a políticos, jueces y legisladores que se cumpla con su derecho a tener una vivienda digna.