Opinión

Por usted, padre Raúl

lunes, 8 de enero de 2018 00:00
lunes, 8 de enero de 2018 00:00

Lo vi pasar, hace un tiempo, por el salón (tinglado) de la calle Tucumán 445 (iglesia de San Rafael), donde desarrolla sus actividades el Movimiento de Cursillos de Cristiandad.

Era el asesor del Movimiento, hasta que luego fue designado para llevar su tarea pastoral al interior de la provincia.

Estuvo un corto tiempo, pero su tarea fue intensa y fructífera en el campo espiritual de hombres y mujeres que concurríamos a los cursillos, escuelas y ultreyas, actividades propias del Movimiento.

Fue el amigo, el consejero, el hermano, el maestro que nos reconciliaba con Dios y la vida. Nos entregaba a Jesús Eucaristía.

Alegre, cordial, sereno, infundía confianza y respeto con su trato. Siempre con la sonrisa en el rostro, propia del hombre que vive en paz.

Preguntaba humildemente a sus hermanos laicos, cuando se daba el caso, lo que no sabía de cierta rutina propia de la metodología de este movimiento y sus estructuras operacionales.

Concurrió a realizar el Cursillo, seguramente invitado por Mons. Miani. Tuve la suerte de estar en el Equipo de Servicio en esa ocasión, lo que me permitió conocerlo. Era un cursillista más de todos los que concurrieron.

Hoy a la distancia del tiempo pienso con humor sobre la tolerancia que nos tuvo al escuchar nuestros “rollos”: ¡Nosotros, laicos terrenos, hablándole de las cosas de Dios a un sacerdote que se preparó, que dejó su adolescencia y juventud en los claustros del Seminario, para ser “soldado” activo de Cristo en el mundo!

Pero también entendí la razón por la que estaba allí (también otros curas fueron). Cierta vez monseñor Miani nos contó que él había hecho el Cursillo en Córdoba cuando era sacerdote, invitado por un laico que después fue su amigo de toda la vida y hermano de Grupo, aún siendo ya Obispo (al Dr. Ruiz, “El Cabezón”, como lo llamaba él, tuvimos la suerte de conocerlo cuando vino a Catamarca a hablamos de la vida del cristiano laico en el mundo).

Mons. Miani decía que por Cursillo aprendió a conocer al laico en profundidad: conocer su vida, sus luchas, sus anhelos, fracasos y triunfos, la vida cotidiana del hombre común en su medio ambiente, en su realidad temporal, cosas que ellos no podían visualizar en forma completa desde su formación.

En Cursillo, para quienes no lo conocen o escucharon hablar de él, se propicia un “Triple Encuentro”: con uno mismo, con Dios y con los hermanos (el mundo).

Allí los “Rollistas” (largan el rollo) hablan a “calzón quitado” mostrando la realidad del mundo y testimonios de vida. Se aprende lo Fundamental Cristiano, lo básico del cristianismo que un bautizado debe saber para ser feliz (nosotros decimos que “en tres días solamente se aprende a ser felices para toda la vida”). Es el inicio de un camino a la conversión.

Luego el “alumno” fue nuestro asesor, guía y maestro.

Pero la realidad del mundo y la vida me traen a estos momentos.

Cuando me avisaron por Whatsapp de la muerte del padre Raúl me pareció imposible; me dije “es una mentira más de las tantas que circulan por este medio y las redes de comunicación social”, y esperé la noticia radial confirmándola.

Luego vino lo demás: el torbellino de pensamientos, meditaciones y oraciones por su alma.
Lo vi en su féretro, no estaba ya con su sonrisa, pero su rostro trasuntaba paz, a pesar de que la muerte dejó sus huellas.

Una guardia de niños le rodeaba. Caritas humildes, de mirada triste, lo tocaban, lo acariciaban, lo mimaban; perlitas brillosas asomaban a sus ojitos; niñas y niños de distintas edades, manifestaciones sinceras de un profundo amor. Los niños no mienten ni simulan.

Vi que eran signos del Padre de la Vida diciéndonos que ya está en el cielo rodeado de angelitos, como estos angelitos terrenos que formaban una “guardia pretoriana” a su alrededor (no me pude acercar).

Entonces recordé y comprendí lo que nos dijo en una ultreya el año pasado en su parroquia: “Al Evangelio no se lo declama, se lo vive obrando día a día”.

Me pregunto qué pasó, el porqué de este accidente. Hablan de una precariedad del sistema eléctrico. ¿Descuido y exceso de confianza del padre y sus colaboradores? ¿Falta de divisas para completar la instalación? ¿La jerarquía eclesiástica no se percató de las necesidades de su cura? Probablemente haya sido un poco de todo: a todos alguna vez “se nos escapa la tortuga”. Sea lo que fuere, ocurrió. Sólo Dios tiene la respuesta.

Un sacerdote menos. Una pérdida para nosotros, que egoístamente cuestionamos a veces los misterios de Dios. Él está festejando su Pascua junto al Señor.
Admiro y respeto profundamente a los sacerdotes.

En mi profesión de médico trabajé seis años en el interior de la provincia. Fueron mis amigos, mis consejeros y mi apoyo. Los conozco bien y sé de su nobleza y santidad.

Sé de sus anhelos y luchas, de sus alegrías y tristezas y su fortaleza ante el embate despiadado del mundo y sus “comentaristas” de ocasión.

El sacerdote no es Cristo ni es San Juan Bautista. Es un hombre terreno, de carne y hueso. Pero su misión es especial, es sobreterrenal, sobrenatural. Son mensajeros, son “Kerix” que traen el Mensaje de Dios, de paz y amor para todos los hombres. Se consagraron para ello dejando familia, amigos, juventud en aras de esa entrega generosa.

Saben que en horas difíciles de su vida, como la enfermedad y la muerte, tal vez estén solos. Los he visto en alguna de estas circunstancias.

¿Cómo no quererlos, apoyarlos, ayudarlos, acompañarlos, comprenderlos, advertirles y hasta tolerarlos? ¿Alguno de nosotros, los laicos, estamos en condiciones de tirar la primera piedra?
Un cura del interior o de la Capital nunca debe estar solo, nunca debe pasar necesidades.

Se les debe brindar, además del afecto, ayuda material, seguridad; se los debe proteger de toda tentación.

El maligno los vigila como a cualquier hijo de vecino, como a Usted, lector y como a mí.
Alguien me comentó que al padre Raúl lo habían amenazado, le habían pegado dejando moretones en su rostro. Él no dijo nada.

A los que lo hicieron, mensajeros del mal, traficantes del odio y de veneno, cuando su epidermis esté ardiendo en el infierno seguramente él bajará para calmarles la tortura.

Un escritor y filósofo de principios del siglo anterior, ateo él, escribía en un poema: “El agua fresca del perdón cristiano vuelque sobre el odio de carbones rojos”.

Por usted, padre Raúl y por todos los sacerdotes, escribí esto, nacido del corazón.

Por usted, padre Raúl, recé mi Rosario, pero con lágrimas en el alma.

Por usted, padre Raúl, estoy en paz.

Ruegue por nosotros. 


Luis Roberto 
Guillamondegui
DNI 6.967.829

 

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