La persona y el deportista

sábado, 21 de abril de 2018 00:00
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“No fue penal. No fue penal. Nunca te tocó, y tú lo sabes, Lucas”. Con estas palabras, se despedía Gonzalo Higuaín del Estadio Santiago Bernabéu y así culminaba el sueño de Juventus de avanzar a las semifinales de la Champions League 2017/2018. Mascullando bronca, ‘Pipita’ le recriminaba a su par del Real Madrid Lucas Vázquez haber simulado el penal agónico que le dio la clasificación al Merengue.
El francés Clement Turpin hace sonar su silbato decretando el final del encuentro entre Roma y Barcelona. Mientras los locales festejan la épica clasificación, un cabizbajo Lionel Messi se dirige hacia los vestuarios. Otra temporada sin la orejona para los blaugranas.
De este lado del Atlántico, se desató un debate en los medios deportivos: ¿los jugadores argentinos eliminados llegan más descansados al mundial? ¿Las frustraciones vivenciadas tienen un impacto en lo emocional que puede hacer que bajen su rendimiento?
Los hechos ocurridos recientemente nos presentan un contraste de miradas. Por un lado, podemos decir que sí, que es cierto que Messi, Higuaín, Otamendi y Agüero tendrán un mayor tiempo para hacer foco y concentrarse en Rusia 2018. A su vez, el cuerpo técnico del seleccionado argentino tendrá, por lo pronto, un alivio: menos partidos para estas figuras de su equipo significan menos probabilidades de que se lesionen. Y este dato es importante teniendo en cuenta el aumento de la proporción de lesiones ocurridas en las semanas previas a las Copas del Mundo, producto del desgaste físico y al grado de presión que deben afrontar los futbolistas en una instancia tan decisiva.
Por el otro lado, surge la duda de si este impacto emocional negativo para los jugadores puede influenciar su rendimiento en el Mundial. ¿Bajará su nivel Messi en la selección por haber sufrido una eliminación prematura con su equipo? Quien se formule esta pregunta difícilmente encuentre una respuesta.
Si ya resulta difícil anticipar o predecir resultados en el mundo deportivo, más aún lo es en una circunstancia tan especial como una Copa del Mundo. El deporte oscila permanentemente entre un estado de certeza y uno de incertidumbre. Y eso es lo que lo hace tan atractivo. Como Dante Panzeri explica en su libro “Fútbol, dinámica de lo impensado”, este deporte es absolutamente impredecible. Más allá de las variables que se pueden trabajar para intentar controlar diversas situaciones de juego, siempre habrá un lugar destinado a lo inesperado. Y los mundiales exacerban este rasgo. En sólo 7 partidos disputados a lo largo de 30 días se determinará tajantemente quién es el mejor de todos.
Son tantos los factores individuales y grupales que llevan a una selección a ser la mejor del mundo, que el impacto emocional que cuatro jugadores puedan tener por haber quedado eliminados queda diluido. Además, podríamos suponer que a lo largo de su experiencia adquirida en estos años en el fútbol de tan alto rendimiento, estos deportistas están habituados a lidiar con las consecuencias de los triunfos y de las derrotas. 
No es nuestra tarea indagar en las cuestiones personales de los futbolistas, pero tal vez estas tengan igual o mayor incidencia en su performance en Rusia 2018. Cómo se encuentran establecidos los vínculos afectivos familiares de cada deportista o cómo será la dinámica grupal que se generará a partir de que se conozca la lista de 23 que irán al Mundial son factores quizás más condicionantes que un simple resultado deportivo ocurrido dos meses antes. Si comenzamos a mirar a la persona detrás del deportista tomaremos conciencia de que su rendimiento es mucho más que la suma de los factores que generalmente se analizan. Un deportista integrado se encuentra más expuesto y vulnerable al mundo afectivo, pero en última instancia tendrá un mayor conocimiento sobre sus capacidades y horizontes de expectativas.
A los deportistas de elite puede dolerles una eliminación en una competencia tan importante como la Champions League. Y del mismo modo puede afectar su nivel de autoconfianza. Pero no debería influir en su autoestima. El problema comienza cuando nos validamos como personas a partir de los resultados que obtenemos; cuando dejamos que nuestro “hacer” defina nuestro “ser”.

Por Sebastián Blasco - Psicólogo deportivo. Profesor de la carrera de psicología de la facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral. Director del primer Curso de Psicología del Deporte.

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