La caída de la Policía
Que la Policía de la provincia exhibe desde el último recambio de cúpula un lento y constante descenso hacia inéditas formas de desacreditarse a sí misma no es una novedad que amerite más críticas de las que ya se han vertido. La inmunidad a ellas por parte de las autoridades hacen de las observaciones y los llamados de atención meros espasmos inocuos.
La violencia claramente manifiesta de los hechos de inseguridad más “noveles” con modalidades insólitas, la cantidad de hechos de sangre en los que mujeres ya víctimas de violencia de género son víctimas de formas de violencia mortal, las estadísticas por siniestros viales fatales o con heridos de gravedad; ninguno es directamente atribuible a las fuerzas de seguridad. Por el contrario, especialmente la Policía provincial, tiene en apariencia problemas más graves con los que lidiar: el principal es ella misma, no ya como espacio de revueltas u operaciones para acceder a la cúpula, sino -por el contrario- como concepto general para atacar problemáticas sociales relacionadas con el delito.
No ataca debidamente el fenómeno de la inseguridad porque debe mantenerse en constante e interminable guardia para que los nuevos efectivos policiales -esa generación en la que una alarmante mayoría ha encontrado una forma alternativa del empleo público, más un arma de fuego- no empiecen a hacer lo que les da la gana con la certeza de la impunidad que genera el no expulsarlos para siempre de la fuerza, sino moverlos de repartición o jurisdicción.
No es lo mismo una suerte de pereza o vagancia que caracteriza a un largo sector del empleariado público al extraviar un expediente, que la vagancia para perseguir a un delincuente en los términos que demanda la ley, aunque al mismísimo secretario no le guste tener que acatarla y se la enrostre a los jueces para generar más confusión.
No es lo mismo, si de errores hablamos, la equivocación bastante extendida de perder un expediente o una notificación, que no saber empuñar un arma o descerrajar un disparo sobre una persona sobre la cual apenas hay una certeza de culpabilidad, aparte de las que gratuitamente puede generar la Policía misma al enviar perejiles a manos de un fiscal.
Como en toda la sociedad, la clave parece ser la educación para llegar a un trabajo formal que requiere una dedicación y vocación de servicio muy especial.