Construcciones

viernes, 24 de marzo de 2017 00:00
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A través de los últimos años, en un movimiento que con el ejemplo de los asesores de Donald Trump ha demostrado no ser exclusivamente nacional y argentino, intentó arraigarse la costumbre de llevar aquella memorable frase de Saussure -que el punto de vista condiciona al objeto- al paroxismo de plantear la existencia de hechos alternativos. 

Con una aproximación todavía medieval de las cosas, no faltó quien asegurara que si no existen las cosas absolutas, entonces es innecesario buscarlas y podemos abandonarnos con tranquilidad de espíritu hacia las cosas que son relativas. 

Así el periodismo se apuntaló en la teoría de que la objetividad es una utopía y por ende se debe confesar el punto de vista desde el cual se cronican los hechos y hacerle saber al lector que, antes de tomar el matutino, todo estará deliberadamente bandeado. Una generación entera de profesionales se perdió en esos desvaríos y siguen todavía intentando comprenderse a sí mismos. 

Similar suerte corrieron las ideas de historia, de democracia y de política. 

Ese discurso, fagocitando todo a su paso en las postrimerías del siglo XX, fue denunciado por un todavía ignoto pensador italiano por entregarle al poder real las riendas del cambio. La atomización de las verdades, la infinita relativización de la realidad, dio paso no a un control popular de ésta sino a una hegemonía absoluta de quienes tenían los medios para difundir su postverdad. 

Se olvidó el mundo entonces de la palabra clave con la que se construye la verdad: hechos. Los hechos lisos y llanos que no admiten mayor elucubración de panelistas siesteros. Los hechos que, aún complejos y dimensionables, siguen siendo lo que son, ni más ni menos. 

Lo espantoso de ellos no radica en su existencia, sino en el desafío que plantean a generaciones enteras que basaron sus estructuras en la posibilidad de crear su propia verdad de las cosas, su propio derecho a creer su propio relato. 

41 años después, hay hechos que son incontrovertibles. 

El Estado argentino torturó y asesinó a civiles armados y desarmados. Una niña murió tras la detonación de una bomba colocada por civiles armados. Un general fue fusilado por cuatro civiles armados. Un obispo falleció en una ruta tras ser encerrado por otro automóvil. 

"Todos caían en la redada: dirigentes sindicales que luchaban por una simple mejora de salarios, muchachos que habían sido miembros de un centro estudiantil, periodistas que no eran adictos a la dictadura, psicólogos y sociólogos por pertenecer a profesiones sospechosas, jóvenes pacifistas, monjas y sacerdotes que habían llevado la enseñanza de Cristo a barriadas miserables. Y amigos de cualquiera de ellos, y amigos de esos amigos, gente que había sido denunciada por venganza personal y por secuestrados bajo tortura”, aseguró Jorge Sábato el 20 de septiembre de 1984 según detalla el registro de la Conadep. Comillas, remitirse a los hechos. Periodismo.
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