Culminó una nueva visita presidencial a Catamarca, y el balance es claramente positivo y alentador. Corresponderá a posteriores análisis una lectura más fina, tendiente a dilucidar beneficios y perjuicios que dejó la estela del fugaz paso de Mauricio Macri por Catamarca, cuando la lupa se traslade a los matices de tono partidario. Es una realidad, ya que no puede negarse que un acontecimiento de tal peso como el desembarco de la máxima autoridad del país en la Provincia, lleva a magnificar hasta el más pequeño de los gestos, y permite una detenida obervación de presencias, ausencias, cercanías, sonrisas y miradas.
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Pero independientemente de aquellas conclusiones a las que puedan arribar los dirigentes de diferentes sectores, un primer veredicto necesariamente debe ser favorable, en particular si nos ubicamos en el rol del ciudadano catamarqueño, ajeno a batallas políticas e interesado sólo en que la situación general mejore y las decisiones de las autoridades se encaminen hacia un progreso conjunto. Porque el encuentro de ayer mostró a figuras de signos partidarios, convicciones e ideologías totalmente enfrentados. Y pudieron mostrarse públicamente con un alto nivel de entendimiento, de respeto y cordialidad.
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Hay diferencias notorias entre Corpacci y Macri. Diferencias de forma y de contenido. De origen y de métodos. Creen en modelos de país distintos, ven la función pública, el rol del Estado y a la propia gente de manera casi opuesta. Pero tienen la capacidad de reconocer el uno en el otro a una autoridad democráticamente elegida por el pueblo, y desde esa base anteponen las responsabilidades asumidas a cualquier otro aspecto. Cada uno con sus modos y sus palabras, dijeron lo mismo: destacaron la necesidad del trabajo conjunto, de priorizar objetivos comunes y buscar el fortalecimiento mutuo. Es una buena noticia, una señal de convivencia madura, de solidez institucional. Y también, hay que decirlo claramente, el único camino posible para una Catamarca que ya dilapidó varios años en enfrentamientos estériles.n