En numerosos pueblos y ciudades del país se multiplican los homenajes y monumentos en honor a los 44 tripulantes del submarino ARA San Juan, e incluso en Catamarca se mencionó que se planifica una obra con el mismo sentido, allí donde estaba el monumento a la Gesta de Malvinas, que recientemente se demolió.

A cuatro meses de la desaparición del submarino, sin precisión alguna sobre lo que en verdad le ocurrió, sin rastro alguno de su paradero, sin responsables a la vista y sin respuestas para los familiares, lo cierto es que escuelas, murales y otros lugares fueron bautizados con el nombre de los “héroes del ARA San Juan”.

Las autoridades nacionales apostaron al desgaste del tema para dejar que se fuera apagando en la consideración pública, sin decir jamás que los submarinistas habían muerto, sino que libraron al entendimiento de la ciudadanía el mensaje implícito del trágico final.

Hasta allí hubo muchísimas especulaciones y mensajes contradictorios, y una sociedad que asimiló la información -o la ausencia de información- con naturalidad, hasta que paulatinamente el hecho fue relegándose entre las preocupaciones colectivas.

En este punto, con todo el respeto a los tripulantes fallecidos y a las familias que lloran su ausencia, comenzó a cuestionarse en algunos medios el carácter de “héroes” con que se identifica a los submarinistas.

Sin dudar de su valor y entrega, ni del significado de haber perdido la vida en servicio dentro de la fuerza, no queda claro cuál es el acto de heroicidad que se menciona.

Antes parecen ser víctimas que héroes. Víctimas de un accidente, de una fatalidad, de un ataque, de la negligencia de sus superiores... eso no lo sabremos hasta que se revele la verdad.

Merecen los submarinistas el recuerdo, el respeto y el reconocimiento. Vestirlos de héroes parece más acomodar la historia para que la tragedia se recuerde de una manera distinta a la que fue.