Unicef, el fondo de Naciones Unidas para la infancia, realiza distintas acciones, entre ellas estudios y seguimientos para evaluar la situación de los niños en el mundo. 
Como esta clase de tareas requiere necesariamente un método, se suele utilizar una serie de indicadores denominados Objetivos de Desarrollo Sustentable sobre la infancia, para saber las condiciones en que se encuentran los niños en los diferentes rincones del planeta.
Estos Objetivos conciernen a cinco aspectos de los derechos de los niños: salud, aprendizaje, protección de violencias y explotación, ambiente seguro e igualdad de oportunidades.
Como es fácil presumir, en muchos países pueden hallarse millones de niños que enfrentan realidades deficitarias en uno o varios de los aspectos evaluados, pero hay tristemente un escalón todavía más bajo: el de los excluidos entre los excluidos, aquellos que ni siquiera aparecen en las estadísticas negativas.
Al menos 520 millones de niños viven en países donde faltan completamente datos sobre al menos dos tercios de los indicadores de los Objetivos de Desarrollo Sustentable sobre la infancia, o donde se carece de datos suficientes para evaluar sus progresos, de modo que los niños quedan fuera de todo estudio.
Los números son desalentadores: se advierte una preocupante falta de datos en 64 países y progresos insuficientes en los 37 donde sí hay datos disponibles.
Y lo grave es que no se trata de números: las proyecciones muestran que entre hoy y 2030, diez millones de niños podrían morir por causas prevenibles antes de haber cumplido cinco años, 31 millones de niños podrían sufrir malnutrición crónica, 22 millones podrían perder la instrucción preescolar y 670 millones de personas, muchas de ellas niños, podrían no tener acceso de base al agua potable.
Realidades incomprensibles en un mundo donde al mismo tiempo se destinan fortunas siderales y se discute sobre carreras armamentistas, conquistas espaciales y los pintorescos rankings de la revista Forbes.
Algo estamos haciendo mal.