Faltan poco más de tres semanas para el inicio del Campeonato Mundial de Fútbol, uno de los acontecimientos deportivos más atractivos y deslumbrantes del planeta, comparable sólo con los Juegos Olímpicos; aunque -en el caso de nuestro país- nada se compara al interés y la pasión que despierta el rodar de la pelota.

Millones de argentinos están pendientes de la suerte del astro Lionel Messi y compañía, quienes intentarán conquistar el trofeo que tan cerca estuvo en el último certamen, pero que en definitiva se nos niega hace más de tres décadas.

Es legítima la expectativa de la mayoría de los argentinos, en una tierra donde el fútbol es parte de las raíces culturales, se vive con inexplicable entusiasmo y hasta se sobrevalora a extremos impensados.

Bienvenido el Mundial si va a generar algo de distracción y alegría a un pueblo bastante maltratado, que enfrenta cotidianamente carencias y frustraciones, producto de eternas crisis donde siempre se lo invita a aportar una cuota más de sacrificio, y rara vez se le convida con prosperidad.

Pero mantengamos cierta atención y el espíritu crítico alerta, porque no faltará quien quiera aprovecharse del Mundial para utilizarlo como una cortina de humo gigante que esconda los verdaderos problemas.

Alguna vez se dijo que el fútbol era el opio de los pueblos, y ahora vendrán semanas con sobreoferta de opio.

No permitamos que algunos vivos hagan negocio con nuestras alegrías... ni con nuestras tristezas.