Hoy: Silvia Zerbini

Cara a Cara: “Norma tenía toda la técnica, Santiago toda la tierra”

domingo, 22 de octubre de 2017 00:00
domingo, 22 de octubre de 2017 00:00

Por Kelo Molas

Habla como cuando baila la cueca: luciendo un alto sentido de pertenencia a lo que hace y dice, dibujando con sus palabras esas figuras que se mueven en el aire, casi en un estado único, irrepetible, haciendo honor al sello distintivo de su personalidad: bailarina.

A poco de ser designada directora del Ballet Folklórico Nacional, recuerda agradecida a dos grandes como Santiago Ayala y Norma Viola, a la vez que se manifiesta con enorme gratitud hacia quienes la apoyaron en su reconocida carrera artística y docente.

El Cara a cara de este domingo tiene el pensamiento de la señora de la danza: Silvia Elena Zerbini, la que, según sus propios conceptos, la vida la lleva. Y no le disgusta dejarse llevar por la vida. Menos ahora, que llegó al baile más alto.


  -Flamante directora del Ballet Folklórico Nacional. Tan enorme la distinción como la responsabilidad asumida.
 

-Tal cual. Todos me felicitan por el logro, muchos me dicen que es un gran desafío, que por supuesto lo es, pero la responsabilidad de tener frente, encima, abajo y detrás mío a los mejores bailarines del país y yo ser la cara visible de este fenómeno, es realmente muy grande. Y digo la cara visible porque estas monstruosas estructuras tienen además encargados de escenarios, diseñadores, sonidistas, iluminadores y otros profesionales, herramientas que antes no teníamos. Junto a Mariano Luraschi tomamos este mandato y sabemos de qué se trata tamaña empresa.

 

  -Con un dato que no es menor: el cuerpo fue creado por Santiago Ayala y Norma Viola.

  -Sin intentar minimizar a nadie y apelando a lo que dice (Joan Manuel) Serrat, “ha de haber gente pa’ todo”. Debo decir que Santiago Ayala, “El Chúcaro”, era un genio. No volvió a nacer otro genio como él, capaz de romper con todos los moldes e instalar un modelo que nadie ha podido superar aún. El estilo que impuso Santiago Ayala, de la mano de Norma Viola, fue, es y será único. Y yo, gracias al destino, a la vida, a la Pacha, a Dios, no sé, tuve la gracia de trabajar con ellos antes que se creara el Ballet Nacional, dando clases en la casa que tenían en Olivos. Después integré el ballet cuando dependía de la Municipalidad de Buenos Aires; fue un honor tener a la mismísima Norma Viola y a su hermana tomando clases conmigo, no sabes lo que yo sentía en esos momentos. Entonces, lo que uno tiene que hacer ahora es resguardar la memoria, y fundamentalmente el espíritu, de “El  Chúcaro”, que era un gran transgresor.

 

  -Se ha creado un mito de todo lo que se dijo y se escribió del gran bailarín. ¿Cómo era un personaje como “El Chúcaro”?
 

-El maestro Santiago Ayala era la persona más sencilla y más humilde que vos puedas imaginar. Andaba chancleteando en el patio de su hermosa casa de Olivos; con decirte que a los bailarines que íbamos del interior nos dejaba las habitaciones del estudio principal, que estaba adelante, y él se iba a dormir al fondo. Recuerdo que se sentaba en la cocina con su mate amargo en mano, siempre chancleteando… hasta que se ponía las botas. Se ponía las botas, se echaba el poncho para atrás y era otro. Se transformaba. Se le encendían los ojos, con esa mirada inconfundible, los mismos ojos que tiene Gabriela, su hija y mi amiga. Volviendo a tu pregunta: el maestro era un creador. Cuando se hacían las coreografías el maestro, era el que le daba el espíritu, y la que le daba el toque final para el escenario era Norma Viola. Ambos eran unos grandes artistas; ella tenía toda la técnica y él tenía toda la tierra, lo que hacía una conjunción perfecta. Le gustaba compartir un vino amigo, le gustaba mucho hablar, lo mismo que leer. Tenía una pileta hermosa a la que él nunca usaba y sí la usábamos los bailarines. Estuve casi cinco años con el maestro, no parece tanto tiempo pero al lado de un grande todo tiempo es incomparable.
 

-¿Recuerda su debut como bailarina?

  -(Sonríe) Sí. Mi debut como bailarina, no lo vas a creer, fue en el Cine Teatro Yolanda, en Carlos Paz (Córdoba), bajo la dirección de Nora Nieves, que tenía la obsesión de bailar todo con traje de tul, de gasas, con brillos y todo lo que se parezca a un baile de salón. No recuerdo bien la danza, pero creo que bailé algo así como “La firmeza”, una de esas danzas bien tradicionales pero con un vestidito como de fiesta y chatitas blancas. Tenía 11 años y en una de las primeras actuaciones vino la peluquera a los camarines y preguntó quién se quería poner matizador… ¡y la intrusa dijo yo! Le hubieras visto la cara y los ojos a mi mamá. La pregunta también sirve para recordar muchísimos fracasos arriba del escenario, cuando pasan esos momentos en que las zapatillas se quedaban encajadas en el escenario, la música que se cortaba en lo mejor de la interpretación, escenografías que se caían en plena función y todas esas adversidades que suelen suceder. Pero bueno, ese es el camino que uno elige.
 

-¿Y cuándo supo que definitivamente sería bailarina?

  -Ah, se me juntan tantas cosas. Cuando yo tenía tres años, agarraba los manteles de la casa de una tía y me envolvía entero. Mi mamá cuenta que yo cantaba “Esthercita…”  e imitaba bailar flamenco mientras cantaba un tango. Después, casi pisando los 30 años, cuando empiezo a dejar salir la esencia de mi interior, me doy cuenta de que no quería bailar todo parejito, con una sonrisita. Fue ahí cuando comienzo a dedicarme de lleno a la expresión corporal y a encontrar la unión entre la expresión corporal como técnica con los bailes populares.
 

-Cuando alude a la expresión corporal, cabe preguntarle si la danza tiene un lenguaje.

  -La danza en sí es un lenguaje. Por eso, a veces me enojo mucho cuando el locutor arriba de un escenario hace toda una historia para anunciar que se va a bailar “La Telesita”. No hace falta recurrir a ese argumento. Prefiero que lean un poema de algún poeta santiagueño y después que venga el baile, porque uno tiene que decir las cosas con el cuerpo, de la misma manera que lo digo con palabras. La música, la danza, la pintura, la poesía tienen carácter, tienen  idiosincrasia, y esto lo escuché decir a un gran maestro como es Ricardo Bujaldón, que me enteré que ahora vive aquí. Así como las personas, la música y la danza también tienen carácter. Además, al bailar, lo primero que hay que hacer es traducir el carácter de la música y después contar quién sos, de dónde venís, con lo cual vas construyendo algo mucho más importante que las simples formas. Eso que llaman identidad.
 

-¿La danza folclórica ha recuperado la importancia que tenía, especialmente en los festivales folclóricos? Hubo un tiempo en que  el ballet folclórico servía para la apertura del festival, actuando muchas veces para una mayoría de sillas.
 

-Siempre me ha dado mucha bronca eso. Y también el lugar, el espacio físico,  que les adjudicaban a los ballets. Ya he visto a Norma Viola cambiándose la peluca debajo de una escalera en construcción y a los dos minutos llegaba Horacio Guarany, su íntimo amigo, con su séquito y custodiado por toda la policía a ocupar el mejor lugar. Fueron cosas que, insisto, me dieron mucha bronca y creo que la protesta se ha reflejado en una lucha de la que hoy podría decir que me siento cómplice y parte responsable para ese cambio. Yo también, como Manolo Rodríguez, Juan Saavedra, “El Bicho” Díaz y toda la gente que trabaja en los talleres, tuve que luchar mucho para que la danza gane el lugar que se merece. Porque hay como dos caminos: por uno vienen la academia, los festivales y los certámenes, y tal vez en el mismo camino, pero con otra dirección, están los talleres, los encuentros y las peñas; dos matices de lo mismo. Creo que en lo que hay que trabajar e insistir es en una línea que vaya por el medio: cómo unir esas dos vertientes. Ni tan almidonado ni tan zarpado; ni tan estructurado ni tan desestructurado; ni tan individual ni tal lascivo. Es difícil, pero hay que tratar de encontrar el equilibrio, porque vale la pena la búsqueda y en ese trabajo estamos.

 

  -¿Hay alguna prioridad que se haya impuesto en sus primeros movimientos al frente del Ballet Folklórico Nacional?

  -Sin duda que son muchos los desafíos. Antes, quiero decir que llegué a este cargo a través de un concurso. Presenté un proyecto, quedamos tres finalistas que nos sometimos a una entrevista y finalmente resulté elegida. Uno de los principales desafíos tiene que ver con esto de continuar dignificando el lugar del bailarín, conseguir la jubilación para los bailarines. Otro desafío es que en ese grupo de 40 bailarines, que son a la vez empleados públicos,  no pese más justamente el empleado público sobre el bailarín, que sea el artista el que termine triunfando. Y, en lo personal, el reto importante es vivir en Buenos Aires, después de haber elegido vivir lejos de allí.

 

  -Algo le va a costar salir de Chilecito, La Rioja, para radicarse en Buenos Aires, pero en definitiva es un salto que todos los artistas, o su gran mayoría, tienen que dar en algún momento.

  -No sé si es indispensable la decisión de irse a vivir en Buenos Aires, pero sí es necesario tener esa flexibilidad para moverse que siempre les pido a los trabajadores que están al lado mío. Casi es como que les exijo no solamente una flexibilidad corporal, sino también una flexibilidad del corazón y de la cabeza. Porque son desafíos a asumir en determinados momentos de la vida. Yo me subí a este proyecto sin pensar que me iban a poner el ballet a la vuelta de mi casa. Que yo tenga entre mis planes descentralizar por lo menos las escuelas de formación para el ballet, eso es otra cosa.

 

  -¿Va a tener el Ballet Folklórico Nacional una mirada federal?

  -Total y absolutamente. Siempre digo que cuando uno baila no sabe quién es y es como que se desnuda. Y yo soy así. Me planté en la vida y dije: “Está todo bien con los de la avenida General Paz para adentro, pero chicos: ¡ensúciense las alpargatas!”. Conozcamos, busquemos qué es lo que está pasando. Anoche (por el lunes pasado) nos juntamos con dos bailarines de Corrientes y bailamos una cueca; estaban enloquecidos, hacían chilenitas en el aire porque decían que estaban viendo cosas que nunca habían visto en un certamen. Queda claro que ese es mi pensamiento, pero no hay que perder de vista que estoy dentro de una estructura muy compleja porque arriba tengo la dirección cultural del ministerio de Cultura de la Nación y para abajo tengo a todos los bailarines y cada uno con sus historias personales. Pero bueno… soy mujer, son madre, soy abuela, aprendí mucho al cantar con la gente del campo y creo que me las voy a ingeniar para tratar de conseguir lo mejor que se pueda para el ballet.

 

  -¿Qué significa Catamarca para Usted, desde lo humano y desde lo profesional?

  -Catamarca es algo muy importante en mi vida. Me sostuvo en muchísimos aspectos. Recuerdo que cuando llegué, la primera que me invitó, algo  propio de su ser, fue María Elena Barrionuevo. Estamos hablando allá por los años 89/90 y no me olvido que me dijo: “Vos tenés que estar en Catamarca”. Me vine y en el primer taller que dicté fueron dos personas en el tinglado que está sobre la avenida Colón, en la Manzana de Turismo. ¡No me alcanzó ni para volverme a mi casa! Pero como buena “tana”, decidí pelearla; en esos momentos me acompañaron María Elena y Guillermo Aybar, de eso no me olvido nunca. Me iba y volvía hasta que se sumaron luego Silvia Quiroga, (María Mercedes) Mechita Díaz y otras personas. Ahí comencé a ocupar espacios importantes, hasta que un día vino el profesor (Francisco Ramón) Agüero, que era el director de Antropología y preguntó por qué no presentaba un proyecto para laburar en la municipalidad de la Capital. Eso me sirvió para aprender todo lo que se puede hacer, aprendí a valorar la calidez de la gente de Catamarca que supo contenerme, y muchos me siguen acompañando. Y después conocí el interior catamarqueño y me dije: “¡Esta es la cueca!”. Estar acá me significó fortalecer mi vínculo con el noroeste, descubrir un montón de gente y ocupar un espacio que Catamarca no tenía y que era el bailar sin prejuicios de ninguna naturaleza, que la gente baile como baila el hombre de la tierra, eso que se hace por placer. Y todo eso me llevó a enamorarme de Catamarca. Recuerdo que una vez volvíamos de Tapso y nos agarró una nevada; ver la Cuesta de El Portezuelo con nieve fue una postal maravillosa, de la que no me olvidaré jamás. Después hice radio por mucho tiempo y también hice teatro. Lo cierto es que estuve acá casi 20 años. Siempre lo digo: Catamarca me ayudó mucho en mi vida.

 

  -Conocedora como pocos de los festivales folklóricos, ¿considera que han perdido su esencia de raíz folklórica?

  -Recién hablamos del mismo camino y distintos rumbos. Lo que le pasa al pueblo, le pasa a lo que los pueblos construyen. Los pueblos han cambiado su modo de vida, su tiempo, su modo de comunicación, de vestir, de trasladarse y, en ese contexto, las expresiones que los pueblos construyeron también han cambiado. Por lo tanto, un festival folklórico como Cosquín, por ejemplo, que en sus comienzos fue un intento de que luciera como de lo más representativo folklóricamente hablando, y terminó siendo un evento comercial. Ni hablar de los festivales a los que le ponen determinado nombre por algo que uno cree es simbólico al pueblo y en los hechos se desvirtúa el motivo de la convocatoria. Ha pasado que, como en todos los órdenes de la vida, lo comercial, lo material y lo masivo han pasado por encima a las auténticas expresiones populares. ¿Qué hay qué hacer? Creo que hay que sostener una lucha, muy desigual por cierto, por tratar de recuperar por lo menos algo de lo que se ha perdido. Entonces, los festivales son así, no estoy descubriendo nada del otro mundo. Un encuentro, a diferencia de un festival, es otra cosa. Porque ahí no se compite, no se paga una entrada, cocinamos entre todos y estos son aspectos que marcan la diferencia entre festival y encuentro. Los encuentros, que comenzaron a tener notoriedad desde los años 90 para acá, están generando recuperar los modos de construcción colectiva, eso siento que está sucediendo en muchos ámbitos. Y ahí están las dos miradas: festivales y encuentros. Algo que no podemos perder de vista: el encuentro no genera ganancias materiales; y en una sociedad altamente capitalista obviamente el festival termina siendo el producto más atractivo y hasta los bailarines quieren bailar como se baila en lo de (Marcelo) Tinelli, porque eso es lo que paga. Es decir que no hay nada que nos sorprenda, casi diría que hasta es lógico que esto suceda, porque, insisto, está pasando en todos los órdenes de la vida. Nos queda preguntar qué hacemos ante lo que pasa y seguramente es un tremendo laburo el que nos queda por hacer. Es un tema para un largo debate. Hoy, no es casualidad que en Santiago del Estero se bailan más guarachas que chacareras. Es una realidad que invita a un intercambio de ideas muy profundo y no tengo dudas de que es mucha la desventaja que lleva lo tradicional en esta polémica.
 

-Hoy, habiendo llegado a donde llegó, ¿qué reflexión le merece?
 

-Puedo decir que he luchado muchísimo contra el ego, a tal punto que no sé en estos momentos quién va ganando (sonríe abiertamente), porque es algo muy difícil esa lucha. Pero he sido educada por una madre muy generosa que siempre nos enseñó a respetar al hermano, a ayudarlo. Tengo los hijos de la panza y los de la danza y siento que he llegado a este lugar empujada y sostenida por mucha gente de distintos puntos del país. Gente que ha creído en esta propuesta, que siente que esto es algo serio y que le pertenece. Y nos hemos planteado con el bailarín Mariano Luraschi –vicedirector del ballet- convocar a trabajar juntos a las dos duplas que llegaron a la final, porque consideramos que así debe ser y porque hay grandes coreógrafos y grandes trabajadores de la danza en toda la Argentina. Intentaremos plasmar un trabajo de ida y vuelta con las provincias: llevar y traer a los mejores bailarines. El Ballet Folklórico Nacional es la selección nacional. Ni más ni menos. 

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