Hoy: Ester Algañaraz - Ramona del V. Nieto

Cara a Cara: Después del olvido, el justo reconocimiento

domingo, 8 de abril de 2018 00:25
domingo, 8 de abril de 2018 00:25

Atrás quedaron los años de vivir con un nudo en la garganta y de sufrir el olvido y la discriminación. Y llegó el momento del desahogo y de los justos reconocimientos, que se multiplicaron a través de gestos que se manifestaron por parte de distintos sectores de la ciudadanía, incluidos organismos del gobierno provincial y del municipio chacarero, escuelas y otras instituciones.

Peronistas y radicales, sin distingos partidarios, unidos en un denominador común: recuperar la memoria y expresarles a dos enfermeras civiles, ya jubiladas, el merecido sentimiento de gratitud por trabajar a favor de la vida en medio de una guerra.

El horror de Malvinas en el relato de dos mujeres. Ester Antonia Algañaraz y Ramona del Valle Nieto acortaron distancias, se juntaron, acrecentaron una linda amistad y hoy tienen la palabra en el Cara a Cara de este domingo.

 

  -¿Dónde estaban cuando comenzó el conflicto bélico?

  -Estábamos trabajando en el Hospital Naval Puerto Belgrano.

 

  -¿Cómo era la vida de ustedes antes de comenzar la guerra?

  -Vivíamos la rutina normal de todo hospital. La característica especial es que nosotros atendíamos y teníamos internado a personal militar, por lo cual nos regíamos bajo una línea de conducción militar.

 

  -¿Recuerdan el día que llegaron los primeros heridos?

  -El mismo 2 de abril, cuando se inició la guerra. Fueron trasladados en helicóptero desde la zona de combate al hospital. Recuerdo que uno de los heridos fue el cabo enfermero Ernesto Urbina, también enfermero que trabajaba en el hospital. Llegó además el féretro con los restos del capitán Pedro Giachino. Ahí tomamos real conciencia de que estábamos en medio de una guerra, porque en un principio sólo eran comentarios muy fuertes, hasta que nos dimos con la dura realidad.

 

  -¿Qué contaban –los que podían hacerlo- los heridos, o cómo se presentaban?

  -Se mostraban asustados, muy asustados. Digamos que estaban como bloqueados y como eran tan jóvenes, era como que se sentían mucho peor. Lloraban y pedían ayuda. En un principio fue todo como muy convulsionado hasta que nos íbamos organizando. De arranque teníamos que hacer el trabajo de lavarlos, limpiarles las heridas y ponerlos en condiciones para que ocupen un lugar adecuado para su posterior atención en las salas correspondientes. Había un sector que tenía una sala de quemados, en donde era atendida la gran mayoría. Por supuesto que primero se hace una clasificación de los heridos, por lo cual al momento de ingresar cada uno tenía su código y cada código estaba  identificado por colores.

 

  -Suponemos que se encontraron con situaciones jamás imaginadas.

  -(Se miran con evidentes muestras de dolor) Llegó un chico que fue atendido en la guardia por una compañera nuestra. Estaba prácticamente destrozado desde esta parte (una de ellas se señala a la altura de la cintura hacia abajo) y por supuesto lo entraron inmediatamente a cirugía para una reconstrucción. Pero el chico no aguantó.

 

  -Cuando aluden a “un chico”, ¿estamos hablando de combatientes heridos muy jovencitos?

  -Le estamos hablando de criaturas de 18 años. A eso nos referimos cuando decimos chicos. Chicos sin ninguna experiencia ni mucho menos una formación militar. Los que se llevaron la peor parte fueron los combatientes que lo hacían por tierra.

 

  -¿Se notaba en algunos de ellos que estaban mal alimentados?

  -Sí. Lamentablemente nos encontramos con muchas bajas de pacientes que venían de las islas con un alto grado de desnutrición. Algunos ni siquiera aguantaron el plan de alimentación que había previsto para ellos. Entonces, morían. Sí, directamente morían. Lo que pasó es que ya venían de la zona de conflicto con un cuadro severo de desnutrición y encima heridos.
 

 

-Resulta difícil imaginar de qué manera se expresaban los que podían hacerlo.

  -En todo momento pedían por sus familiares. Eran chicos que lloraban, gritaban, pedían por sus mamás. Era terrible. Nosotras también éramos jovencitas (24 y 25 años). Nuestro rol fue múltiple: éramos la enfermera, la mamá, la psicóloga, las que les ofrecíamos cariño, las que los conteníamos. Era terrible verlos sufrir cuando les agarraban las crisis de nervios, se desesperaban y ahí teníamos que estar nosotras para contenerlos. Además, había una asistencia espiritual por parte de las hermanas de una congregación, que eran pocas y que también hacían lo que podían. Era un tiempo en el que teníamos horario de entrada, pero no horario de salida.

 

  -Resulta difícil hablar de la guerra y hablar de la vida a la vez.

  -(Se apresuran en responder) Es que ese es nuestro deber: salvar vidas, estar dispuestas a ayudar a salvar vidas en todo momento.
  -Está claro lo de salvar vidas. Pero vivieron el horror de ver muertos, en este caso por efecto de la guerra.
  -Estamos acostumbradas a ver la muerte de cerca, pero no como la vimos durante la guerra y menos teniendo como protagonistas a esos pacientes tan jóvenes. Eran como otro tipo de pacientes. Hay pacientes que atendemos o se internan en el hospital con una enfermedad determinada o alguien que atraviesa por un posoperatorio. Pero estos pacientes eran víctimas de una guerra. Era algo que nosotras no terminábamos de incorporar, qué tipo de pacientes eran, en qué lugar ubicarlos. Además, estaba la impotencia, eso de ver que los ingleses nos estaban matando a nuestros chicos, a nuestros soldados. Y también la impotencia de no poder darles una solución a un chico que, sabíamos, se iba a morir por las heridas que tenía. Hacíamos todo lo que podíamos y estaba a nuestro alcance.

 

  -¿Se puede conocer un número aproximado de pacientes atendidos que venían de la guerra?

  -No, no. Eran incontables. Sí recordamos que uno de los últimos pacientes que venía de la guerra se fue sano y salvo en el mes de diciembre de 1982, es decir ocho meses después de haber estallado el conflicto. Para que se dé una idea de cómo se trabajaba, era como en el caso de las embarazadas: a cama caliente, como decimos nosotras.

 

 -A 36 años de la guerra, ¿consideran que hoy les llegó el justo reconocimiento tantas veces postergado? “Más vale tarde que nunca”, suelen decir.

  -Esther: Le doy gracias a Dios porque la sociedad de Catamarca está debatiendo algo que nunca se supo sobre nosotras. Claro, es como que estábamos bajo de la alfombra. Hoy (por el pasado miércoles), tuvimos esas caricias al alma por el acto en la Casa de la Cultura  primero y posteriormente en el ámbito del ministerio de Salud. 
  -Ramona: También estuvimos en distintos establecimientos educacionales de la Capital y Valle Viejo. Y así, en cada acto que fuimos se nota el afecto de la gente.

 

  -¿Alguna vez tuvieron la oportunidad de encontrarse con algún combatiente que haya sido atendido por ustedes en el hospital?

  -Ester: Debo contar algo. En el grupo de veteranos de Malvinas, donde me sentí rechazada siempre, estaba el señor Federico, oriundo de aquí, de Catamarca. Fue alguien a quien llevé hasta vivir en mi casa cuando necesitó, pues la familia no podía ir a buscarlo. Recuerdo que tenía las manitos quemadas cuando lo curamos y me dijo que había ocurrido al hundirse el ARA Belgrano y él, en su lucha por salvarse, se aferró de las amarras cubiertas de acero. Lo cuidé todo lo que pude y hoy no encuentro la razón por la que él ha cambiado su relato, con total falta de consideración. Quiero creer que lo hace por pedido del presidente de la agrupación.
  -Ramona: Yo vivo en Punta Alta, donde el 80% de la población es militar y en consecuencia son conocedores de lo que pasó. Allí también hay un centro de veteranos de Malvinas y jamás, pero jamás, nos mencionaron siquiera. Por eso es tan importante para nosotras esto que estamos viviendo en Catamarca.

 

  -¿Cómo juzgan ustedes lo que pasó durante todos estos años con los veteranos de Malvinas, protagonistas de un interna de egos y mezquindades?

  -Es realmente incomprensible. Parece que algunos merecen tener más honores y beneficios que otros. Eso es lo que algunos creen.

 

  -¿Durante vuestro trabajo en los días de guerra les tocó atender a combatientes ingleses?

  -Atendimos a dos soldados ingleses. Eran tan criaturas como los nuestros. Eran dos jovencitos buzos tácticos.
  -Resulta casi una obviedad preguntarles cómo se sienten hoy al ser reconocidas y valoradas en su justa dimensión, pero queremos que nos cuente.
  -Ramona: Para mí es como si fuera un sueño lo que estamos viviendo. Durante esta semana nos pasaron cosas hermosas. Sentimos una enorme gratificación por todo lo que nos ha pasado en las últimas horas. Sentimos que lo otro, el olvido, ya pasó, no importa nada a esta altura de la vida después de lo que estamos pasando ahora.
  -Ester: Sentimos, a través de tantos gestos de reconocimiento, como una reparación al daño moral que padecimos durante muchos años. Es tan gratificante escuchar el “gracias” de otra gente. Debo reconocer  públicamente a todos los que nos sacaron del olvido en Catamarca, de manera especial a la gobernadora Lucía Corpacci y al intendente de Valle Viejo, el ingeniero Gustavo Jalile. Lo que hicieron por nosotras, la verdad, no tiene precio. Vaya en nombre de ellos el agradecimiento a todos los catamarqueños por todo esto que estamos viviendo.

 

Lo bueno y lo malo

La enfermera Ester Antonia Algañaraz vivió años atrás un momento desagradable en su vida. Y lo recuerda de esta manera: “Fue en el año 2012, cuando me llegó el reconocimiento por parte de la gobernadora de Catamarca, la doctora (Lucía) Corpacci. La mandataria me hizo citar a un acto, al que también asistieron por primera vez mis hijos, con quienes, junto a Luis (Rodríguez), llegamos al lugar. En esos momentos el presidente de la agrupación de veteranos reconocidos en Catamarca era Francisco Cardozo. Por orden de este señor me hicieron levantar de la silla donde estaba ubicada”.

Allí interviene el colega Luis Rodríguez y relata: “Alguien de apellido Salas, de aquí, de Valle Viejo, le pidió a mi señora que desocupara la silla que ocupaba en su calidad de invitada. De manera prepotente, Salas le dijo a Ester que ‘usted no se va a sentar aquí´, insistiendo que ese lugar tenía que ser ocupado por alguien reconocido como veterano de Malvinas, pidiendo que le mostráramos los papeles que certificaran esa condición. Vuelve a tomar la palabra Ester: “Lo hicieron porque soy enfermera civil y porque soy mujer, en una actitud de clara discriminación e intolerancia. Luis me decía que nos retiráramos del lugar y justo en esos momentos llegó la gobernadora de la Provincia”, recordando asimismo que la responsable del protocolo, la locutora Roxana Mercado, la volvió a ubicar en el lugar para ella asignado, a la par de la abanderada de la Escuela de Cadetes.

Allí fue cuando la propia gobernadora, Lucía Corpacci, le hizo entrega de una medalla recordatoria y le testimonió el reconocimiento por su trabajo durante la guerra de Malvinas.

La actitud mezquina de Cardozo quedó ahí no más sepultada. Desde ese momento, comenzó la lucha de Ester para que las enfermeras civiles que trabajaron durante el conflicto bélico en el Sur fueran debidamente reconocidas. Lo que finalmente ocurrió.

 

La historia de Ester y Luis

Ester Antonia Algañaraz, oriunda de San Juan, es una de las protagonistas del reportaje. Nos recibió en su casa del departamento chacarero, en compañía de su amiga Ramona y su esposo, el reconocido periodista Luis Rodríguez, que amanece de lunes a viernes junto a los micrófonos de radio Valle Viejo. ¿Cómo se conocieron Ester y Luis? Así lo cuenta el periodista: “A ella le adjudicaron esta casa en el ´94, con Arnoldo Castillo en el gobierno y Gustavo Jalile como intendente en Valle Viejo. Al momento de buscar un testimonio hace muchos años, 2007, con motivo de la recordación de lo que pasó en Malvinas, Javier Sosa, hijo de Ester, que era operador técnico en la radio, me contó que su mamá era enfermera y había trabajado como tal durante el conflicto bélico. La señora me recibió en la puerta no más, ni siquiera me hizo pasar (sonríe), pero me convidó unos mates y de esa manera obtuve su testimonio, algo que costó mucho, porque ella mantenía un largo silencio sobre el tema. Bueno, después seguimos charlando, ya me hizo pasar a la casa y los mates fueron un poco más íntimos. Yo estaba divorciado y ella también. La relación se coronó de la mejor manera en octubre del 2010, cuando nos casamos”.

 

La fuerza de la amistad

Ramona del Valle Nieto es catamarqueña. Nació en la localidad de Esquiú, departamento La Paz. A los 15 años se fue a vivir a Punta Alta y desde entonces se quedó allá. Sin poder disimular la emoción en su rostro, cuenta: “Desde que me llamaron en abril del 2016 con motivo de la realización de un libro, estoy muy unida a esta familia. ´Yo te espero´ me dijo en una oportunidad Ester, y vine”.

Ramona tiene tres hijos: dos varones y una mujer. Todos están ligados al servicio de salud: “Mi hija es instrumentadora quirúrgica y los dos varones son médicos. Y mi marido, Francisco Martearena, fue enfermero en la Armada. Ambos estamos jubilados. Mi esposo todavía sigue padeciendo el trauma pos guerra”.

Debemos acotar que en todo momento Ester y Ramona lucieron una fuerte amistad que se fue afianzando con el correr de los años, después de haber compartidos aquellos momentos dolorosos de la guerra.

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