Opinión
Unca y Unoca: Entre “las Flores de Romero y las de Ceibo”
Por Víctor Leopoldo
Martínez (*)
Especial para El Esquiú.com
Parecería que “la historia vuelve a repetirse”, pero esta vez en mi patria chica, Catamarca. El tema –como entonces- pasa por el manejo político de las casas de “Altos Estudios”, algo que ya se dio en el pasado a nivel nacional y que no estaría mal que así sea si los actores “blanquearan” su postura ideológica y algunos no se escudaran en un pseudo academicismo para mantener privilegios y no perder el negocio político del “kiosquito” universitario.
Un poco de historia
Como en otra oportunidad, me veo en la necesidad de rescatar y extraer algunos conceptos de la obra “Los profetas del Odio, la colonización pedagógica… y la yapa”, escrita por uno de los grandes protagonistas de “la otra historia Argentina”, hombre de origen radical, pero de los yrigoyenistas. Se llamó Arturo Jauretche.
Fundador de aquella patriótica agrupación surgida en la primera década infame -1933/43-llamada Forja (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), en su seno logró juntar a los más grandes pensadores nacionales del siglo XX, entre ellos Raúl Scalabrini Ortiz, Homero Manzi, Enrique Santos Discépolo, Dellepiane, Orsi, Manuel Ugarte, etc. Fueron “los locos” que se animaron a denunciar en los “30” la caída de los ideales de la reforma universitaria del “18”.
Con la irrupción revolucionaria de la clase trabajadora en el manejo del poder político nacional de la mano del peronismo (que no se lo recita, se lo practica), Jauretche junto a otros integrantes decidieron disolver aquella agrupación para unirse al naciente movimiento nacional y popular.
Pero… ¿a dónde fueron a atrincherarse los reaccionarios intelectuales de la época? A las universidades. Desde allí “calificaban” y “descalificaban” a esa masa “inculta” que se reunía los 17 de octubre para celebrar su dignificación, que pretendía para sí más y mejor educación, pero que veía que los claustros de estudios superiores estaban vedados para ellos por ser “peronistas, negros y cabecitas”. Entonces Perón creó la UTN (Universidad Tecnológica Nacional) para que los obreros pudieran acceder a la alta formación, pero desde una educación con conciencia nacional, que mirase las necesidades del país y su pueblo. Como era de esperar, los “académicos de la Universidades Nacionales”, de manera reaccionaria, invalidaban los títulos que otorgaba aquella Universidad Obrera.
Luego del sangriento golpe militar de 1955, Jauretche comenzó a ver cómo la “Intelligenzia” vernácula –todos liberales de izquierda, conservadores y radicales de la vieja y caduca “Unión Democrática”- retornaban al escenario político y se apoderaban de la educación y de las casas de Altos Estudios para desde allí crear una pedagogía antiperonista que no era otra cosa que antinacional. A la UBA (Universidad de Buenos Aires) fue a parar José Luis Romero, quien se encargó de echar de todas las facultades a los profesores que comulgaban con la idea de una Universidad Nacional -y a quienes Jauretche llamó “Flores de Ceibo”.
Los reemplazó por reaccionarios “académicos” que el mismo Jauretche, con su ácido humor, tildó de “Flores de Romero” (por el interventor puesto por la “Libertadora”). De este lamentable hecho da cuenta un excelente científico, Oscar Varsavsky, quien siendo un genuino antiperonista que regresó a la universidad de la mano de Romero, reconoce años después la torpeza e inutilidad a los fines, requerimientos y necesidades nacionales del “academicismo cientificista” impuesto por Romero y la “Libertadora”. Algo que según Varsavsky “sólo sirvió para formar expertos útiles a los intereses económicos de empresas imperiales transnacionales sin costo alguno en su formación; o teorizadores para “paper” de revistas científicas que sólo servían para «chapear», pero inútiles para los intereses del país”.
En los tiempos que corren
Según parece, en una de sus últimas declaraciones, el legislador nacional Isauro Molina, un tanto “jauretcheanamente”, intentó desmitificar el “academicismo” de la Unca reduciéndola a un gueto radical.
La verdad puede doler, pero nunca ofende. Esa casa de “Altos Estudios” se consolidó ideológicamente gracias al paraguas de la última dictadura, que a nivel local tuvo en jerarcas radicales la complicidad civil de su terrorífico accionar. Los desaparecidos catamarqueños dan cuenta de esto. Por eso ciertas reacciones se asemejan a las de las recordadas “flores de Romero” de la “Libertadora”.
Los insustanciales argumentos utilizados por autoridades académicas de la Unca, dirigentes universitarios de la “Franja Radical” con dudosa formación histórica en términos de política universitaria y políticos “opositores”, en esa intención conjunta por “devaluar” el proyecto de la Unoca, no hacen otra cosa que darle la razón al diputado nacional, a la autora del proyecto –la senadora Blas de Zamora- y al fuerte y contundente respaldo que la iniciativa recibió de la gobernadora Lucía Corpacci.
Por lo visto se oponen porque sí, porque hay que oponerse. Lamentable.
Todo catamarqueño es un ser digno y merecedor de la mejor formación posible para elevar su calidad de vida. Además, tenemos un pueblo con hombres y mujeres que bien podrían ser grandes aportantes de saberes previos que seguramente enriquecerían y afianzarían nuestra identidad cultural. Puedo asegurar esto luego de ver, conversar con lugareños y estudiar la realidad educativa y la riqueza potencial existente en el lugar para el desarrollo socio-económico y cultural del Oeste provincial. Sin lugar a ninguna duda, la Unoca mejorará la calidad de vida de esos comprovincianos sin demasiado costo para ellos. Pero esto sólo será posible si acercamos los estudios superiores a nuestros hermanos de la región y no al revés. Para que reaparezcan las “Flores de ceibo” catamarqueñas la educación superior tiene que ser considerada una inversión, no un gasto inútil, como algún académico sostuvo no hace mucho tiempo.
(*) Periodista, documentalista, director de El Emilio, revista digital de debate político-educativo nacional: www.revistaelemilio.wordpress.com