26 años de la tradicional cabalgata para honrar a la Virgen del Valle

Una travesía impregnada de fe y amor

domingo, 8 de abril de 2018 00:00
domingo, 8 de abril de 2018 00:00

Informe: Adriana Romero.

El domingo siguiente a la Pascua de Resurrección, segundo día de las fiestas de la Virgen del Valle de abril, la ciudad capital de Catamarca toma una fisonomía diferente con la presencia de miles de gauchos a caballos, que llegan a rendirle homenaje a la Madrecita Morena.

Antes que el tímido sol de otoño asome en las estribaciones de Ancasti bañando el Valle, miles de jinetes se dan cita en la plaza 25 de Agosto, o Plaza de la Estación, para participar del encuentro con la Madre. Son los momentos culminantes de una travesía emprendida por varones y mujeres, movidos por la fe y el amor.

Desde hace más de 26 años, esta tradición se repite con más fuerza constituyendo una genuina manifestación de piedad popular de los habitantes de tierra adentro, quienes montados en sus caballos pueblan las rutas que conducen a San Fernando del Valle buscando a la Joya más preciada de esta tierra: la pequeña y prodigiosa Imagen de la Virgen del Valle hallada hace casi 400 años en la Gruta de Choya.

Para bucear en los orígenes de esta expresión de fe mariana, que comenzó con un puñado de jinetes, charlamos como su promotor, el padre Juan Orquera, quien por ese entonces atendía espiritualmente los numerosos pueblos del departamento Capayán.

Lo encontramos en el Santuario Mariano donde actualmente sirve de cerquita a la Virgen Morena. Sentado con mate en mano nos relata su experiencia durante una charla entrecortada por las lágrimas de emoción que caían de sus ojos claros recorriendo su rostro.


El padre Juan Orquera es oriundo de La Puntilla, departamento Tinogasta, y el 7 de octubre de este año cumplirá 26 de sacerdocio, el mismo número que las cabalgatas. De esos años, algunos los transitó en el interior de la dilatada geografía diocesana. 

Al comienzo de la charla nos cuenta de su atracción por los caballos y la vida del campo, que incorporó a su vida de consagrado.

“A mí siempre me gustó andar a caballo, porque mi familia, como sucede en los pueblos, vivía en una finca. Mi padre tenía una buena montura enchapada de plata, o sea que yo me crié con todo lo que significa el campo, las cabalgaduras”, relata.

Las cabalgatas para honrar a la Virgen del Valle surgieron como algo natural, como prolongación de la experiencia en los pueblos, que luego extendió su brazo a la ciudad capital.

“Nacieron por una necesidad, diríamos, porque las parroquias del campo son extensas y yo estaba en la de Capayán (Nuestra Señora de Luján), con sede en Chumbicha. Cuando iba a los pueblos a las fiestas patronales, me gustaba quedarme los 9 días en el pueblo, para visitar a las familias. Como había un solo auto en la parroquia, yo no lo quería usar, se lo dejaba a mi compañero de esa época y me arreglaba como podía. En vez de ir y volver, como se suele hacer incluso ahora, iba y me quedaba en los pueblos. Eso resultó mejor, porque la gente estaba más contenta, se podía participar más, estar más cercanos. Para ir a visitar a los enfermos pedía que me traigan un caballo para llegar hasta las casas. Los primeros en acompañarme fueron los chicos. Me decían: ‘Vamos con usted, padre’”.
Para él, esta experiencia montado en un caballo “surgió con la compañía de los chicos. No fue un proyecto, se fue dando naturalmente. Y como desde un pueblo volvía a la sede parroquial para salir hacia otros, éstos también querían que haga lo mismo, que vaya y me quede. Los chicos iban a caballo o en burro. Sin proponérmelo, de ese modo de relacionarme con la gente se fue dando naturalmente esa experiencia a caballo”. 

“Después de andar con los chicos se fueron plegando los grandes. Y si estábamos en San Pablo, nos íbamos hasta Concepción, entonces resultaron unas peregrinaciones ecuestres, diríamos, en toda la parroquia cuando tocaba cada fiesta patronal. Lo demás se dio simplemente”, afirma.
Respecto de cómo surge esta idea de venir a ver a la Virgen cabalgando, cuenta que los parroquianos le decían: “Bueno, padre, ya que andamos de un pueblo para el otro, si quiere vamos hasta Catamarca”. Él les respondía: “Si a ustedes les parece, no hay problema, vamos, vamos. Entonces yo fui el primero en animarlos para venir a Catamarca. Muchos de los que venían como jinetes peregrinos nunca habían entrado en la Catedral, porque a la vuelta me hacían comentarios: ‘¡Padre, hasta una luna de plata tenía la Virgen!’. Era la primera vez que venían al Santuario”. 

Recuerda que en esa primera vez “venían varones en su mayoría, algunos niños y también invitamos a mujeres que tenían la costumbre de andar a caballo. Fueron las grandes colaboradoras, con el genio femenino de preparar esto o aquello, nos venía muy bien”. 

Luego de permanecer algunos años en Capayán, dice que “me trasladaron a Bañado de Ovanta, departamento Santa Rosa, y como ellos estaban anoticiados de que en mi anterior destino habíamos ido a Catamarca, me propusieron venir. Decían: ‘Vamos, padre, nos organicemos’. Ahí vino una mujer de a caballo, que era impresionante cómo manejaba el animal”. 

El padre Orquera no puede contener las lágrimas al recordar aquel tiempo. Le consultamos sobre el tiempo para realizar la distancia que separa Chumbicha de San Fernando del Valle.

“Hacíamos en una hora una legua, o sea 5 kilómetros, para venir con un ritmo tranquilo, no corriendo carrera ni quedándonos en el camino. El que va poniendo el ritmo es el mismo animal, la misma cabalgadura, cuando uno los ve que están cansados, uno tiene que parar. La gente en el campo cuida mucho a los animales, no los exige más allá de lo que puede dar”, explica. 

“La primera vez que marchamos a la Catedral fue de una manera un poco improvisada. Más adelante, la misma gente de los lugares por donde íbamos a pasar se organizaba para recibirnos, para darnos un plato de locro, una sopa, una carbonada”, rememora, resaltando que la solidaridad estaba presente en aquellas jornadas.

La preparación generaba un movimiento comercial en los locales de venta de objetos y productos relacionados con los caballos. Sobre el particular, afirma que “me contaba un talabartero, de los que venden arreo para animales, monturas, que a él le sorprendió que de golpe comenzó a vender mucho.

Y se preguntaba qué pasaba que todos venían a comprar lo que antes no compraban. Y es que se preparaban para venir. Estaba sorprendidísimo porque vendía más que de costumbre”.

A lo largo de los casi 67 kilómetros que recorrían para llegar a los pies de la Madre, realizaban paradas para descansar y prepararse espiritualmente, ya que no se trata de una cabalgata más sino de una peregrinación de fe. 

“En las paradas organizábamos la confesión, para llegar y comulgar acá. La idea era tener un encuentro fuerte con el Señor, que se da fundamentalmente por la escucha de la Palabra, la Confesión y la Comunión, ya que la Eucaristía es el máximo encuentro con el Señor. Veníamos preparados, llegábamos y pasábamos directamente a la misa. Al principio entramos todos al Santuario. Dejábamos los caballos en una playa ubicada a la vuelta del Santuario, donde pedía permiso para ello. Pero después ya no daba abasto y no pudimos entrar al templo, entonces pedimos que salga la Virgen para hacer la misa afuera”, resalta el sacerdote. 

También enfatiza que “si bien era algo folclórico, para nosotros no era sólo eso, sino el encuentro profundo con el Señor a través de la Virgen, porque Ella nos lleva a Jesús”, y apunta que “la devoción mariana es muy fuerte en todos los pueblos, no hay ninguna capilla que no tenga una imagen de la Virgen del Valle”.

Muy emocionado cuenta que su experiencia “fue providencial, porque un sacerdote es para el pueblo, y eso me ayuda a estar con la gente”, y acentúa que “significa mucho trabajo, porque vienen peregrinos de todo el Noroeste Argentino. Creo que los catamarqueños no se dan cuenta de lo que significa la Virgen para el país. Vienen miles de peregrinos por día, no exagero. Se confiesan, comulgan y parten. Algunos se quedan. Es asombroso”.

El Padre Juan aprovechó la oportunidad “para agradecerles a los que conocí en aquella época y aceptaron la invitación, que sigan, porque la peregrinación no es un fin, es un medio. Es un encuentro profundo con el Señor, y para que dé frutos tenemos que abrir el corazón, confesarnos, escuchar la Palabra de Dios, encontrarnos”.

 

  Un regalo, esencia de nuestro pueblo

Raúl Toledo es uno de los gauchos que participa de esta cabalgata de fe y tradición desde hace unos 15 años. Nos cuenta la historia del ponchito de vicuña que viste la Virgen en cada encuentro con los gauchos.

En el año 2003, cuando era presidente de la Federación Gaucha, “surgió la idea de hacerle un regalo a la Virgen. Pensábamos en algo simbólico, y por unanimidad decidimos un poncho catamarqueño. Nos contactamos con una tejedora de Belén, la señora de Mercado, para que nos venda el poncho. Vino dos veces a tomarle las medidas a la Virgen, siendo recibida por Rina Quiroga. Pensábamos cuánto nos iba a costar, y cuando lo terminó se lo colocó a la Virgen y nos dijo que no cobraba nada, porque era un regalo para la Virgen”.

Toledo destaca que “en ese momento, Mons. Elmer Miani dejó una resolución interna mediante la cual se dispone que la Virgen debe lucir ese poncho toda vez que esté en presencia de los gauchos. Por suerte, al actual Obispo, Monseñor Luis Urbanc, le gustan los caballos y acompaña esta disposición. Para nosotros es algo que nos enorgullece mucho”. 

“El padre Orquera fue el iniciador de este movimiento que fue creciendo con el tiempo. Percibimos que año a año se va incrementando esta marcha, que ya es multitudinaria”, afirma.

Esta peregrinación moviliza a miles jinetes, provenientes de provincias vecinas y del interior de Catamarca, que durante “cuatro y cinco días recorren las rutas cabalgando, incluso los de Villa Vil, Belén, hacen siete y ocho días”, expresa Toledo.

Sobre el significado de la marcha, dice que “une la pasión por los caballos y la tradición con la devoción a la Virgen. Todos los que andamos a caballo sentimos que es el mejor homenaje que podemos hacerle a la Virgen, y en muchos casos con enorme sacrificio, porque hay gente que viene de muy lejos con muy pocos recursos. No es un paseo, es un gran sacrificio que hacen”.

 

  Testimonios de la primera cabalgata

Don Juan Pedro Bazán es uno de los jinetes que participó en la primera peregrinación desde el departamento Capayán.

Recuerda que junto con él iba su hijo  de “12 años, era el más chico de todos los que marchamos con el padre Juan hasta la Catedral. Yo iba en la camionetita que tenía llevando las alforjas y acompañando a mis hijos que eran chicos. Como ellos iban a caballo, los cuidaba y los atendía en el trayecto”.

El parroquiano comenta que “el año pasado no fui porque tuve un accidente. Me quebré y no pude estar presente. El día que salí del sanatorio los encontré a los muchachos a la altura de Miraflores, cuando iban para la ciudad”. 

“Ahora quiero ir, me estoy recuperando para ver si puedo ir de nuevo. Todos me dicen que por lo menos vaya un trecho a caballo y de ahí en vehículo”, manifiesta.

Para Juan Pedro, “fue algo muy lindo porque era la primera vez que emprendíamos esta peregrinación y el Padre Juan nos incentivaba. Fue muy emocionante cuando llegamos y vimos a la Virgen. La misa se hizo en la plaza frente a la Catedral, no nos llevaban al parque. Estábamos muy emocionados”.
Cuenta que mientras marchábamos, “donde parábamos, en la noche, antes de irse a dormir, el Padre nos confesaba, y estábamos listos para la misa al otro día. Creo que la primera vez paramos en Nueva Coneta”. 

De los casi veinte jinetes de esa primera peregrinación a caballo, “hay muchos que ya han muerto, era gente grande. El primer año, el único más chico que iba era mi hijo Juan Marcelo, que tenía 12 años. Ahora van muchos chicos, son cientos de jinetes, en ese tiempo éramos 18 más o menos. Fue muy lindo”.

Juan Marcelo Bazán tiene actualmente 37 años, y fue el más pequeño de ese primer grupo de adelantados que emprendieron el camino desde Capayán hasta la Casa de María.  Hizo ese recorrido cuando tenía 12 años, junto con su padre, Don Juan Pedro.

Para el joven oriundo de la cabecera departamental, aquella “fue una experiencia muy linda. Donde parábamos, el Padre nos confesaba, nos atendía muy bien. Vivimos con mucha emoción la llegada a la Catedral, donde nos encontramos con la Madrecita del Valle”.
 

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Comentarios

8/4/2018 | 19:50
#149006
mucho peligro,gtracias a la Virgen a nadie le paso nada,es una locura ir por las rutas en caballo violando todas las leyes de transito solo con el justificativo de la fe

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