Escuela Social 9 de Julio

El desafío de aprender en el barrio

domingo, 15 de julio de 2018 00:00
domingo, 15 de julio de 2018 00:00

Informe: Adriana Romero.

En un enclave situado en el sudeste de la ciudad capital, al lado del cementerio municipal y a metros de la margen derecha del Río del Valle, un proyecto apuesta a recuperar a niños en situación de vulnerabilidad social, a través de la educación. Se trata de la escuelita social 9 de Julio, que desde hace casi 12 años viene trabajando con distintos actores de la comunidad barrial en pos de los chicos.

El objetivo es claro, sacarlos de la calle y evitar la repitencia y el abandono escolar, convirtiéndose de esta manera en un tránsito para volverlos al sistema educativo, del cual se alejaron por distintas circunstancias. 

Para la educación formal, es un complemento de la labor pedagógica desarrollada en las escuelas; sus gestores la visualizan como un espacio para realizar el proceso enseñanza aprendizaje con características particulares, donde la contención y la integración son pilares fundamentales para lograr el éxito. 

La escuelita funciona en un pequeño salón levantado en el amplio predio del club homónimo, cedido gentilmente por sus autoridades. 

A partir de un esfuerzo solidario, los alumnos reciben una propuesta integral para sentirle el gustito al estudio, muchos terminaron su instrucción gracias a esta tendida de mano, convertida en abrazo, que los contiene y enseña, y eso se nota.

Los vecinos se sienten identificados con la escuelita, la sienten como propia, allí comparten sus vivencias y le confían la educación de sus hijos.

Medio centenar de chicos concurren a este centro educativo, que los ayuda a formarse para que sean protagonistas de su propia historia personal y comunitaria. 

Hasta allí llegamos, para conocer lo que encierra esta experiencia social. Lo hicimos en la soleada mañana del lunes 9 de julio, oportunidad en que compartimos la fiesta patria unida al 63º aniversario de la entidad deportiva, y aprovechamos para charlar con sus protagonistas.

Celia Lencina es la coordinadora de la escuelita social 9 de Julio, vive en el barrio Los Médanos y conoce las necesidades de su gente.

Fue la iniciadora del proyecto, que al comienzo llevaba en forma voluntaria, pero la cantidad de chicos que comenzó a asistir la impulsó a elaborar un proyecto, que presentó al gremio Suteca y éste a su vez al ministerio de Educación, que le da un visto favorable. Así vio la luz el 13 de septiembre de 2006 y desde entonces caminan codo a codo con el club del barrio, que abrió sus puertas a este proyecto pensando en el bien de los vecinos.

El paso siguiente fue buscar docentes en comisión de servicio, ya que “somos docentes de escuelas públicas que venimos acá en comisión de servicio, o sea yo soy docente titular de la escuela San Martín y estoy prestando servicio acá. Ahora me pagan, antes lo hacía ad honorem”, explica.

Hoy acompañan este programa “cuatro maestros reeducadores, profesor de taller de tango, taller de fotografía y de educación física. A lo largo de diez años han pasado distintos talleres, de marroquinería, artesanía, pintura, y lo aprendido es puesto de manifiesto por los chicos en noviembre. Este año estamos trabajando con el proyecto de Educación Sexual Integral (ESI)”.

La maestra coordinadora comenta que “el objetivo era tener un espacio cultural en el barrio para combatir el flagelo de la droga, y así fue surgiendo nuestra escuela social. Al comienzo la intención era abocarse a todo el grupo social, pero decidimos atender la franja de niños, porque somos docentes, recibimos a chicos desde los 6 hasta 16 años”. 

Actualmente concurren unos 50 niños, en el turno mañana, de 8.00 a 10.00, y en el turno tarde, de 15.00 a 17.00. “Les damos el desayuno y la merienda, que aporta Suteca, también recibimos ayuda de otros sectores, por ejemplo, el director de Derechos Humanos, Hernán Velárdez Vaca, hizo un congreso en el predio ferial, y en vez de pagar con dinero,  llevaban alimentos no perecederos para ser destinados a las tres escuelas sociales que hay en Catamarca. También Suteca nos está colaborando y el club 9 de Julio hace un gran aporte, trabajamos juntos con el presidente, presentamos los proyectos y él los eleva al ministerio y así hemos conseguido las 20 sillas y las 20 mesas”.

Respecto de cómo se inserta la educación social dentro del sistema educativo, Celia señala que “la escuela social está en el sector no formal, donde atendemos a toda la franja educativa, pero en especial a aquellos que se encuentran en situación de vulnerabilidad social. Nuestra filosofía pedagógica es la de Paulo Freire, educador popular del siglo XX, quien consideraba que todos somos iguales, nos complementamos en la vida social, vamos en contra de las desigualdades sociales”.

“En un principio trabajábamos en común acuerdo con la escuela cabecera a la que pertenece el niño. Son aquellos que han tenido problemas con el sistema educativo, que no quieren asistir a la escuela. Por ejemplo hay algunos que se sienten grandes y no quieren ir con el guardapolvo, aquí vienen con la ropita común que tienen. Es algo diferente, y ya no se sienten mirados de otra forma, muchos de ellos han terminado acá los estudios, aquí han acreditado y las notas las enviamos a la escuela a la que pertenecen”, relata.

“Esta escuela ha sido evaluada, le enseñamos a los niños, aquí tomamos la asistencia, evaluamos y las notas van a la escuela a la que pertenecen por medio de gabinete psicopedagógico”, detalla.

Adaptaciones curriculares
La docente dice que la idea es “que los chicos no anden divorciados del sistema educativo, porque muchas veces tienen problema con el sistema y quedan ahí. Entonces, esta institución los contiene, les enseña valores para que ellos mismos sean protagonistas de su propia historia”.
Para lograrlo dice que “hacemos adaptaciones curriculares, vamos con lo que ellos necesitan, había muchos niños de 4º grado que no sabían leer ni escribir, no podemos seguir con la currícula prescripta, tenemos que hacer una adaptación curricular para que lean y escriban, que sean ciudadanos, para eso inculcamos la participación, valores como la tolerancia, el respeto, ahí apuntamos”.


 Para nuestra entrevistada, “los chicos se sienten a gusto en la escuela social, les encanta venir. No hace falta que vamos a inscribirlos por las casas, ellos mismos hacen la invitación boca en boca. Vienen de distintas escuelas, les gusta la enseñanza, les gusta que no hay un timbre, pero sobre todo se valora el respeto y es destacable el respeto que hay entre ellos. Estamos enseñando la no discriminación, los distintos tipos de familia que existen, no sólo la familia tradicional, aquí vienen muchos chiquitos que no tienen una familia formada por la mamá y el papá, todo eso van entendiendo”.

Celia se siente identificada con el proyecto y cuenta qué la movilizó: “Vi la realidad social, la necesidad de los niños de querer tener a alguien que les enseñe. Muchas veces los padres no tienen plata para pagar un maestro particular, y así se conformó este lugar, porque ése era el objetivo. Aquí  venían a drogarse, había muchos robos de motos y al insertarse la escuelita hay mucho respeto. Ha sentado una presencia importante, es reconocida en el barrio”.

Respecto de su experiencia en más de una década, confía que “ha sido muy gratificante al ver cómo los chicos van avanzando en su comportamiento, el amor, y aparte las buenas notas que traen, algunos son abanderados o escoltas de sus instituciones, ellos vienen contentos. Esa es la gratificación de estar aquí por vocación, el que viene a la escuela social le tiene que gustar, si no no sirve”.

La escuelita tiene una dinámica especial, es por ello que la educadora apunta que “acá no hay que traer problemas, porque el niño viene para que le enseñemos, lo tenemos que tratar con amor y el respeto que se merece”.

“La comunidad, los padres, vienen cuando pedimos colaboración, pero no vienen mucho a reuniones, ellos saben que sus chicos están bien en la escuela social, pero muchas veces necesitamos una reunión, para informarles sobre algunos temas, hacerles conocer la mirada de este proyecto”.

3

Escuelitas sociales hay en Capital, una en el sur y dos en el norte.
 

“Buscamos sacar al chico de la calle y evitar la repitencia”

Además de ser el actual secretario General del Suteca, Juan Godoy  forma parte de un proyecto pedagógico abordado desde una mirada social. Es el coordinador general de las tres escuelitas sociales que existen en la ciudad capital, a donde concurren unos 170 niños y adolescentes en total, 120 en las dos del norte, y 50 en la del sur que hoy nos ocupa. 

“Como educador popular, se realiza el trabajo en campo, como se dice técnicamente, esto significa hacerlo en el hábitat del barrio, de la familia, del lugar del encuentro, que es el club, en este caso, y el centro vecinal en el caso del norte. Como sindicato tenemos el compromiso de la educación social, formamos a docentes como educadores populares y hacemos la tarea en terreno”, comenta Godoy. 
Y afirma que “la llaman escuelita  por cariño, pero en realidad es una escuela popular, incluida dentro de la educación no formal. La diferencia con la formal, donde el sistema hace la oferta y acuden voluntariamente, es que el niño nos elige, ellos nos reciben. Le llaman complemento, nosotros le decimos rescate de matrícula en riesgo”. 

“En muchas oportunidades se planteó la posibilidad de construir escuelitas sociales y siempre tuvimos en claro que quien nos tiene que convocar es la comunidad, porque perderíamos la esencia del proyecto. Nuestro ejemplo pedagógico popular es el pedagogo Paulo Freire”, indica. 
Según los postulados de Paulo Freire, considerado uno de los más influyentes teóricos de la educación del siglo XX, la Educación Popular (EP) es una rama de la pedagogía, que basa el proceso de aprendizaje de un individuo en la práctica, las experiencias, el razonamiento y el contexto social de ésta. Es decir, el individuo aprende del medio que lo rodea.

Inspirados en este pensamiento, “el proyecto quiere decir que tenemos que trabajar con los chicos en la forma en que se encuentran, social, económica, política. Aquí hay muchos chicos necesitados, no solamente de pedagogía sino también de atención, hasta si se quiere de cariño”.

Al referirse a la génesis particular de la escuelita, el referente apela a una anécdota al recordar que “se inicia en el buffet del club, el primer escritorio fue el freezer de la bebida que usaban los jugadores, y la maestra del lugar lo hizo como una tarea voluntaria, y es así que lo asumimos como un proyecto de educación popular. A partir de ahí empezamos a hacer el trabajo técnico específico, para lo cual contamos con maestras sociales, trabajadoras populares y el equipo técnico pedagógico con psicopedagogas, asistentes sociales y en muchos casos psicólogas para complementar lo que es en riesgo, chicos que están en la calle, judicializados, con problemas de droga, madres niñas, familias ensambladas, que es lo que más necesita atención”.

Frente a esta realidad, “el objetivo es sacar al chico de la calle, evitar la repitencia y, fundamentalmente, rescatarlo del abandono de la escuela, es como tenerlo en este tránsito para volverlo al sistema”, manifiesta.

 

170

Chicos concurren a las tres escuelas sociales que existen en Capital

 

Labor mancomunada

“Funcionamos en el club 9 de Julio, que están prestando este salón, o sea que compartimos el espacio con la institución, porque carecemos de los materiales necesarios. Actualmente, el presidente del club está haciendo las gestiones para que pasemos a los salones hechos por la cooperativa de trabajo en los terrenos del club, que está en mejores condiciones, asevera Celia Lencina”.

 

Progreso
Laura Villacorta cumple funciones de maestranza, se conecta con la escuelita social a través de su hijo mayor que concurre al club, luego incorpora a su hijo más pequeño.  
Cuenta que “antes había un jardincito, traje a mi chiquito de 4 años, y cuando se enteraron las otras mamás me preguntaron dónde lo mandaba. Les dije que a la escuelita social, y vinieron como 12 chicos al jardín de infantes de 4 años”.
“Ahora trabajo acá. Hago el mate, limpio, esa es mi tarea. Le damos mate cocido o leche con chocolate a la mañana y a la tarde, de lunes a viernes. Lo preparamos con las colaboraciones que nos hacen”, afirma.
También dice que “veo cómo los chicos progresan, se portan bien, y eso me pone muy contenta”.

Apoyo
Verónica Fuentes es alumna de la escuelita desde hace 7 años. “Comencé la primaria acá y ahora estoy en 4º año de la secundaria, porque se me hacía difícil el colegio. Yo no soy de acá, vengo de Buenos Aires, entonces se me hacía complicado. Mis hermanos también vienen”, relata.
Y agrega: “Me gusta la escuela, para mí es un apoyo escolar importante, me ayuda a reforzar la educación. Gracias a esta escuela pasamos de curso”.

Colaboración
Sonia Fuentes es mamá y comenta: “Tengo mis tres niños en la escuelita. Estoy presente si hace falta pan, azúcar, yerba  u otro artículo, porque a veces hay para mate cocido y a veces no, por ahí hace falta el gas”.
Su hijo Lucas tiene autismo, y asiste al lugar, “él tiene su carpeta, trabaja lo más bien, acá aprendió a compartir”, describe Verónica su experiencia.
“Los papás somos muy poquitos, a muchos les cuesta estar en las reuniones. Sería bueno que lleguen más al lugar”, dice.
 

 

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