Cuando el sol aplasta las plantas espinosas al pie de los Andes, los colores amarillentos del desierto pierden sus contrastes y las formas parecen desvanecerse. La cruda luz tiene tanta intensidad como el calor. El menor soplo levanta la tierra sedienta en nubes de polvo y arena. El norte de nuestro departamento parece una de esas regiones donde el tiempo no transcurre. Y sin embargo hubo muchos cambios desde que Diego de Almagro la recorrió por primera vez en 1536, en su viaje a Chile desde el Alto Perú.