En este Aniversario de
tu mudanza al cielo
te recuerdo ¡Padre!,
con extrema añoranza
y con profunda tristeza
de no poderte encontrar.
Te busco sin cesar en
todo hombre que pasa,
pero, tú estás tan lejos
que tu voz no se escucha
y sólo oigo, ahogado,
un clarín doloroso
que toca a silencio por los
que ya no están.
En nuestra Argentina
desmantelada y triste,
globalizada, analfabeta,
engañada y pobre,
necesitamos hoy hallar
nuestro camino,
el que nos mostraste un
día y se halla perdido,
escondido tras la máscara
del carnaval diario,
de la risa fingida, de los
desocupados,
de la ancianidad desechada
y el robo cotidiano,
de la droga asesina, de la
desidia política,
de mujeres golpeadas
y niños violados,
de la prostitución infantil
y la violencia gratuita.

Olvidadas están tus glorias
de Chacabuco y Maipú
en la constante derrota
del argentino mediocre,
que se conforma con la
endeble victoria
y desfallece de miedo
ante el gran batallar.
Hoy, que estamos confundidos
y desandamos el rumbo
de las nobles empresas que
nos llenó de orgullo,
¡cuánta falta nos hace la guía
de tu brazo,
tu fuerza de gigante
y tu noble corazón!
Y en esta incertidumbre
que nos corroe el alma,
la voluntad flaquea,
mientras la Patria amada
nos llama y no sabemos
si rezar o llorar,
pues no podemos, siquiera,
conservar la paz.
Por eso es que te añoro,
también a tus ideales,
para que infundas
en todos el valor necesario
y así tirar afuera
pasiones egoístas,
piratas intereses que
esclavizan mi nación.

Leticia Correa