Correo de lectores

Reflexiones a propósito de la inseguridad en el país

Una posición polémica frente al problema de la inseguridad.
domingo, 12 de septiembre de 2010 00:00
domingo, 12 de septiembre de 2010 00:00

Sr. Director

Tal vez peque de fantasioso pero, sin lugar a dudas, todo este despliegue periodístico acerca de los sucesos que nos conmueven a diario, asesinatos y hechos delictivos de una crueldad inusitada, me hacen recordar situaciones históricas semejantes donde la gente, en el Circo Romano, o en las quemas de herejes durante la Inquisición o posteriormente en las ejecuciones que siguieron a la toma de la Bastilla disfrutaban y hasta lucraban. Es sabido que hacían apuestas sobre la duración de las víctimas en morir o sobre cuál sería su actitud ante el verdugo, etc.
Por lo cual lamento comprobar que nada es más cierto que el viejo dicho: “La historia se repite”. Mas este festín macabro que sufren las víctimas, actores indefensos, sin voz, sin protección, sin consideración ni respeto por su dignidad y valores humanos, lo aprovechan los medios en programas de dudosa calidad.
He escuchado hasta el hartazgo de parte de los conductores de noticias y comentaristas de turno que no se puede pedir pena de muerte por los derechos humanos.
¿Qué es lo que quieren demostrar? ¿Una altura moral que sobrepasa a la media? ¿Una aptitud ante estos hechos de serenidad, reflexión y contención que vaya más allá de la reacción compulsiva que todo individuo siente cuando le masacran a un ser querido?
¿Con qué autoridad se erigen en jueces y calificadores (descalificadores en este caso) del pensamiento y/o la reacción lógica y sumamente justificada de un afectado por estos delincuentes con salvoconducto y amparo para matar?
Amparo que por supuesto les dan la venalidad de la justicia y la protección de los “derechos humanos”... ¿O debería decir inhumanos? El día que uno de estos paladines de la ética y defensores de la vida, diga ante las cámaras, “Mataron, violaron, despedazaron a mi hijita/o, o a mi hermano o a mi madre, o a mi abuela semiciega para robarle la limosna que recibe como jubilación, pero en mi calidad de ser humano inteligente y comprensivo, perdono al asesino y me conformo con que dentro de 4 o 5 años salga en libertad, considero que esa es la deuda para conmigo y la sociedad ya que el pobre actuó así porque es una víctima del sistema...”, ese día cambiaré de opinión.
Mientras tanto seguiré hartándome de tanta hipocresía y reclamando penas verdaderamente aleccionadoras. ¿Pena de muerte no? ¿El pacto internacional que firmó la Argentina no lo permite? ¿No tenemos derecho a quitar la vida a un semejante, sólo Dios puede hacerlo?
Pues bien, entonces cadena perpetua, pero perpetua de verdad, mínimo 100 años de reclusión, porque está visto que la condena a 25 años no se cumple jamás.
De otro modo, me cabe pensar que quienes sí pueden quitarnos la vida son dioses o bien nosotros no somos considerados semejantes, ni por ellos ni por quienes asquerosamente los defienden.
No es que la pena máxima no disminuye el índice de asesinatos. En el fondo pienso que es una excusa para no instaurarla. Sucede que en este país la justicia es tan deficiente y las leyes tan sorteables, que llegaría a correrse el riesgo de ejecutar a un inocente. Han habido casos donde después de varios años de prisión encuentran que el detenido es inocente. Con ese argumento, invalidan la demanda de la sociedad, porque ni los mismos jueces o fiscales confían en su idoneidad; es una falla netamente humana y profesional, o falta de capacidad para ejercer el cargo, lo cual me lleva a deducir que la supuesta infalibilidad de la justicia es una mera fábula.
Entonces, nada mejor que la cadena perpetua, pues si durante el cumplimiento de la condena se reabre la causa y se demuestra que fue un error judicial, el detenido no hubiese perdido la vida y sería liberado y a partir de allí quedarían dos caminos a seguir: 1.- restituír al detenido a la sociedad, indemnizarlo por los daños y perjuicios morales, y lucro cesante, porque nunca más ese sujeto va a poder retomar su vida anterior, quedará estigmatizado por la duda y jamás volverá a ser un ciudadano común y con posibilidad de obtener un empleo; siempre se antepondrá a cualquier evaluación su condición de ex-convicto, y asignarle de por vida un seguro mensual equiparable a un sueldo promedio al de cualquier empleado. 2.- sancionar al juez o fiscal que efectivizó la condena con una multa adecuada a la magnitud del daño ocasionado, por inoperante o venal, y a la segunda falla exonerarlo e inhabilitarlo.
No puede ser que la justicia esté en manos de ineficaces, indolentes e irresponsables. Es la vida de todos nosotros la que está en juego, la de nuestros hijos que en definitiva es la del futuro del país.
En una época, la Policía infundía respeto y temor. Hoy, se ve enfrentada y humillada por vulgares rateros y descuidistas, que no decir de los delincuentes de mayor talla. Saben que las leyes amparan al delincuente en desmedro nuestro. Lo sabemos todos.
Por eso, cuando décadas pasadas un delincuente se enfrentaba a la Policía, prefería ser muerto que ir a prisión. Hoy, en cambio, los insultan en la cara, delante de la gente, porque saben que no solo salen por la puerta lindera por la que entraron, sino que están mejor atendidos dentro que sueltos en la calle.
Urge reformar el Código Penal, hacer que quien quiera delinquir lo piense dos veces antes de actuar. Aumentar considerablemente las penas por vulnerar físicamente con fines de robo a las personas, por raptos seguidos de violación y demás.
Confinar al o los culpables a prisiones de alta seguridad en zonas desérticas y hacerlos producir para su automanutención y también para contribuir a la construcción y mantenimiento de caminos y vías férreas. Producir la ropa, el calzado, los enseres que ellos mismos usan y abrir talleres de todo tipo para fabricar para afuera productos de consumo que les otorguen rentas que podrían servir no sólo para aliviar al Estado los gastos de mantenimiento del personal carcelario y del penal, sino que en caso de obtener excedentes deriven el mismo a las familias de los reclusos (insisto; de por vida) privadas de la presencia del jefe de familia en el caso de prisioneros que la tuvieran, casados y con hijos.
Orientarlos a la producción agrícola, fertilizando de paso zonas poco pobladas del territorio y, con el obtenido de la producción, elaborar productos regionales tal como muchas escuelas granjas hacen y comercializan con relevante éxito, enseñarles artesanías, manualidades, todo aquello que signifique el enriquecimiento de la persona y que les haga descubrir habilidades y condiciones que indudablemente todos tenemos pero muchos no han podido descubrir, o no han querido, optando por el camino más fácil: robar.
Es también una forma de estimularlos a despertar ese sentimiento inmenso que se llama dignidad humana, que se logra con el trabajo honesto y con la contemplación de ver nacer, crecer y desarrollarse la semilla plantada, sea en el campo que sea, cada individuo nace con una predisposición a una tarea específica.
Pero a todo esto se le sumaría la noción de lo que han perdido, y allí estriba el verdadero castigo, y la capacidad de comprender la dimensión del daño que han hecho al robar miserablemente y sin razón una vida sana, la destrucción que han dejado a su entorno y la imposibilidad de reconstruir nuevamente una familia tan irracionalmente cercenada.
Ya tuvo lugar esta propuesta, pero por intereses espurios se atenuaron las penas y se eliminaron los trabajos de los reclusos. Y éste es el resultado que se obtuvo, lo que estamos viviendo, lo que llegamos insensatamente a admitir; que debemos convivir con el delito y que nuestra vida depende de la suerte o la voluntad de un desquiciado que decida dejarnos vivir o simplemente eliminarnos para su íntimo placer.
A veces, volver a reglas del pasado no es debilidad ni vergüenza. Es valentía para reconocer que los métodos actuales fallan y seguir insistiendo en lo mismo sólo agrava la situación.
Esta obstinación en no querer ver, aceptar ni cambiar lo más aceleradamente posible este estado de cosas, dejando que se siga incrementando también transforma al resto de la población; nos hace cobardes, indiferentes, temerosos, y sin voluntad de desarrollo. ¿De qué vale ampliarse, crecer, mejorar, cambiar el coche, reformar la vivienda, si todo esto es una señal de alerta a los malhechores que creen ver que en este lugar hay dinero? ¿Los derechos humanos, en definitiva, para quiénes son?

Norberto Ramallo
Ciudadano honesto

Respuesta
La carta está escrita desde la indignación, que no es el estado de ánimo más aconsejable para intentar reflexionar. Aunque plantea algunas injusticias reales, si la solución deseada es salir a matar gente y perfeccionar los castigos, es posible que el problema de fondo no se modifique en absoluto o incluso se agrave.

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