Correo de lectores

“El Tribuno y el Tratadista”

miércoles, 22 de septiembre de 2010 00:00
miércoles, 22 de septiembre de 2010 00:00

Muy joven había dado muestras de un robusto e indomable carácter, y de una notable inteligencia, que barruntaban una personalidad sobresaliente.
Admirador y compañero de ruta en la grandiosa empresa y aventura intelectual concebida y forjada por José Ingenieros en las primeras décadas del Siglo XX. Y, apenas salido de la adolescencia, se había ya fogueado en las arengas y debates del glorioso Partido Socialista fundado por Juan B. Justo.
Con estos antecedentes, y con ese bagaje cultural, transitó los claustros de la Universidad de Buenos Aires, de donde salió el apasionado tribuno y futuro gran Jurista que, movido por ideales superiores de reivindicación y redención del oprimido, realizó sus notables estudios sobre la “fuerza física”, “el esfuerzo”, “la fatiga”, y “el trabajo” como elemento transformador y dignificante de la condición humana; dando así vida -a través de una legislación revolucionaria que impulsó- al “Derecho del Trabajo”.
Ese novel abogado, que ya exhibía su aspecto de iracundo y corajudo “mosquetero”, no era otro que Alfredo L. Palacios, quien había abrevado en “El Manual de la Constitución Argentina” de Joaquín B. González, las enseñanzas del tratadista riojano: “El Caballero de la Rosa y de la Pluma”, según magnífico retrato y viñeta de Alfredo Orgaz.
Había leído y analizado en profundidad, el “Estado de las Clases Obreras Argentinas” de Juan Bialet Massé; trabajo sociológico de largo alcance encargado por el entonces Ministro del Interior de Roca, Joaquín B. González, al abogado e ingeniero cordobés.
Y antes de cumplir 25 años, arrastrado por aquellos “vientos de fronda” nacidos en el huracán de la Boca, Alfredo Palacios fue elegido el primer Diputado Socialista de América, produciéndose así la incorporación de una nueva, valiente, lúcida y elocuente voz en el Parlamento Argentino. El triunfo resonante de Palacios en la Boca y su incorporación a la Cámara de Diputados de la Nación, había sido posible por la decisión, y también, el coraje civil del entonces ministro Joaquín B. González, al reformar el anacrónico sistema electoral vigente, estableciendo el de las circunscripciones uninominales.
Nada hacía presumir que el joven abogado y elocuente tribuno al poco tiempo de incorporarse a la Cámara, tendría que enfrentar a ese gran maestro del Derecho Constitucional y destacado ministro de Roca, en cuyo conocido tratado se había formado como abogado. Las extrañas curiosidades del destino de los hombres en la lucha por la vida, y por conformar un país mejor, condujo a ese duro encontronazo de altísimo voltaje intelectual. Pues, dos intelectos poderosos; uno en la plenitud de su madurez, forjado en el yunque del pensamiento y el otro, que recién comenzaba el camino tumultuoso y ardoroso de la luchas y confrontaciones cívicas y políticas, utilizando básicamente la palabra como vehículo elocuente e insustituible del pensamiento, con el brillo y la belleza de la más alta oratoria forense y parlamentaria.
El sino ineludible del destino que llevaría a la confrontación de esas dos personalidades se dio, cuando en el marco de la ficción republicana que vivimos desde los albores de nuestra nacionalidad los argentinos, durante el ministerio de Joaquín B. González, mediante los “célebres” Edictos Policiales –antecesores de las Cartas Orgánicas Policiales y de los “modernos Códigos Procesales”- se facultó a la policía para requisar y detener ciudadanos sin orden judicial previa. Fue, entonces, cuando se levantó la voz republicana y elocuente de Alfredo Palacios, para exigir en el Parlamento una explicación del ministro del Interior sobre los hechos aberrantes y lesivos del orden constitucional, que venían ocurriendo en aquel momento, y las razones o motivaciones, por las cuales se habían emitido semejantes Edictos.
El Ministro, seguramente suponiendo que, por la juventud y falta de experiencia parla mentaria del interpelante, las explicaciones exigidas constituirían un paseo por el recinto de la Cámara, y la oportunidad de brindar una nueva lección de Derecho Constitucional, ya que su sola presencia, bastaría para amilanar al Diputado Socialista, sin hesitación aceptó la interpelación. Fue ese, un grave error de apreciación, y análisis de la situación. Joaquín B. González, espíritu de ordinario agudo y profundo, debió comprender su equivocación, en el momento en que el Presidente del Cuerpo, abierta la Sesión, le concedió la palabra al Diputado Interpelante, y éste sin el menor titubeo, dueño absoluto de la escena y con un dominio impecable del tema, sintetizó los hechos y casos que constituían muy graves violaciones constitucionales y palmarios desconocimientos de derechos y garantías fundamentales establecidos en resguardo de la libertad y de un conjunto de derechos de igual naturaleza derivados de ella, que se habían conculcado bajo el pretexto de asegurar el orden público. Y, alzando el tono de su “voz de trueno” para dar el golpe final, señaló que tal situación era doblemente grave, en razón de que el ministro del Interior en su calidad de conocido maestro del Derecho Constitucional, y “conductor de juventudes”, tenía el deber moral de realizar desde su Ministerio, lo que había enseñado desde el libro y desde la cátedra. Lejos de la supuesta inexperiencia y del temor oratorio que padecen muchas inteligencias, incluso, notables, el ministro González comprendió que se encontraba frente a un grandioso orador y con un bastísimo bagaje cultural.
En vano fue el esfuerzo dialéctico del ministro interpelado por tratar de explicar los hechos y los motivos de la “delegación de facultades en la policía para detener” y de las razones de “urgencia” en el dictado de los Edictos Policiales. No le alcanzaba el vuelo de su frondosa imaginación literaria para explicar lo inexplicable.
A modo de colofón y cerrando la interpelación, vino la embestida final del joven Diputado Socialista, demoliendo las explicaciones formuladas al sostener que eran “absolutamente insuficientes e impropias de un Ministro. La contradicción entre lo que enseña el maestro del “Manual de la Constitución” y lo que aquí oímos y escuchamos del ministro Joaquín B González, demuestra que uno de ellos miente. Por tanto, mi pregunta final: quién miente,…el tratadista o el ministro ?” La argumentación demostró la dualidad de criterio y de conductas, incluso en los grandes hombres, en este país. Ese estupendo orador y parlamentario, fue el mismo que casi al final de su larga vida, durante la Presidencia de Illía, al dejar la Embajada Argentina en Uruguay, restituyó a la Cancillería, la totalidad de fondos reservados, que le habían asignado durante sus funciones, y al preguntársele, cómo y con qué fondos había atendido los gastos protocolares, respondió: “Con mis propios recursos,…con mis ahorros.”

 

José Alberto Furque

Comentarios

Otras Noticias