“Buscaba la concordia"

sábado, 25 de septiembre de 2010 00:00
sábado, 25 de septiembre de 2010 00:00

Es acertada la afirmación de que el hombre por valioso que fuere escribe en un ámbito determinado y para su época, salvo excepciones, desde que el tiempo va borrando la memoria.
Esquiú fue un santo y un sabio según sus contemporáneos.
El padre Camilo Jordán, jesuita de fama como orador sagrado, quien lo conoció y escuchó el sermón pronunciado en la Catedral de Buenos Aires el 08/12/1880, así lo consideraba.
El propósito de estas líneas es recordar la señera figura de Esquiú como sacerdote virtuoso y, en segundo lugar, la del ciudadano que supo unir la religión con la patria. Buscaba la concordia en épocas de discordia motivada por la puja de dirigentes de un sector para imponer la supremacía sobre otros, para consolidar el poder, sólo el poder, a costa del dolor de un pueblo sumiso.
Frente a esta situación el sacerdote se vio compelido a dirigir su pensamiento y acción para pregonar la doctrina de Cristo. Ya sea como orador sagrado, docente, legislador y periodista.
Lo hizo con prudencia, entrega y sabiduría, producto de un talento singular que puso al servicio de Dios y de la patria.
La tarea de sacerdote la dedicó principalmente al sector más débil: los pobres. No a los poderosos, quienes para consolidar su hegemonía desataron la violencia, donde las víctimas no tenían recompensas.
La vida, pública y privada, trasunta una personalidad altruista. Su felicidad consistía en realizar acciones solidarias producto de la caridad y humildad, que son virtudes de los elegidos. Atendía a los más necesitados haciéndoles llegar lo poco que tenía en lo material y en lo espiritual, palabras de consuelo. Hacía suya la felicidad de otros, también asumía el dolor ajeno. Encontró en la virtud el valor para servir a sus semejantes.
Como ciudadano entendió que la pacifica-ción era el camino, y el instrumento para conseguirla, la ley. Por eso, para él, la sanción de la constitución de 1853 fue un acontecimiento trascendente, una esperanza para terminar con los desencuentros y un elemento para racionalizar la convivencia. Era el estado de derecho que emergía en el medio social, un instrumento de la razón que evita el caos y conduce al orden. Sin ley no hay civilización.
La Constitución era resistida por un sector de la sociedad y también de la iglesia, frente a ello, a Esquiú le encargan que pronuncie el sermón de práctica en el solemne acto de la jura. Acepta el desafío y exhorta el cumplimiento de la ley, no obstante las críticas por la libertad de cultos y el derecho de patronato. Opta por el mal menor, deja constancia que concuerda con aquellas críticas que él mismo había hecho, pero considera que era necesario aceptarla. La ley pone límites al poder y consagra los derechos y garantías de las personas. En el sermón le animó una profunda fe cristiana y amor a la patria. Los reparos que hizo podían enmendarse, en cambio, el rechazo ahondaría los desacuerdos. La patria necesitaba la vigencia de la ley. La opción fue oportuna, habida cuenta del contexto histórico.
La Constitución de 1853, que hoy rige con algunas reformas, es progresista al aceptar los cambios que los tiempos imponen. Contiene los valores y propósitos enunciados en el preámbulo que apunta a la normal convivencia e implora la protección de Dios. Pese que no escaparon a la influencia del liberalismo del siglo XIX, los constituyentes han sabido extraer lo mejor de esa ideología: “la dignidad y la libertad del hombre”. Al individualismo materialista y ateo no lo recibieron. Vivifican la sana doctrina de la generación del 37, cuyos principales artífices fueron Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Esteban Echeverría y otros, que fundaron el Salón Literario de 1837. Allí se reunían ilustres personalidades. Esa escuela fue un oasis de cultura, de libertad, etc., aunque de poca duración ante los embates de la dictadura de Rosas que mandó al exilio a sus principales integrantes, desapareciendo así el Salón Literario. Mas tarde Alberdi volcó aquellas ideas al redactar las bases y proyecto de constitución, en 1852.
Como bien expresa Olsen Ghirardi, “en la escuela del Salón Literario se forjaron las bases de las Bases” (cfr. Homenaje al sesquicentenario de la Constitución Nacional, publicado por la Academia Nacional de Derecho de Córdoba, tl. Pág. 171).
Esquiú nos legó seis sermones patrios pronunciados entre el 09/07/1853, el primero, y el último el 08/12/1880, con motivo de la federalización de la Ciudad de Buenos Aires, Capital de la Nación.
Aquellos trasuntan el pensamiento del prócer moral de la patria. En todos busca la pacificación, el cumplimiento de la ley para afianzar las instituciones de la república. No se aparta de la ortodoxia cristiana. Todos fueron pronunciados en el templo, habla de Dios, del amor y del orden en la sociedad. Condena la anarquía y el despotismo. Sus palabras son las del evangelio proyectadas al campo cívico.


Arturo Horacio Iturrez
Autor del libro “Fray Mamerto Esquiú, venerable. Un ejemplo a seguir”

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