En estos días hemos tenido un nuevo testimonio de la seriedad con que la cancillería argentina encara la política exterior. Un testimonio, también, del fundamento ideológico de dignidad ante los poderosos que tradicionalmente han condicionado y humillado a los países de América Latina.
El caso del avión de la fuerza aérea estadounidense que pretendía burlar las leyes argentinas ingresando subrepticiamente armas y drogas, y la decisión de nuestras autoridades de poner el caso en manos de la justicia sin someterse a la prepotencia de quienes nos consideran sus colonias, nos llena de una sensación desacostumbrada.
La sensación de que pertenecemos a un país que hace valer sus leyes. Respetando a los demás sin hacer distinciones entre grandes y pequeños y haciéndose respetar del mismo modo. Los argentinos, sin distinción de banderías políticas, deberíamos estar orgullosos y tranquilos con lo sucedido.
Sin embargo, leo con estupor que un conjunto de políticos argentinos, cegados probablemente por sus inclinaciones antioficialistas, hablan de “papelón internacional”, pero no refiriéndose al país que cometió el ilícito sino a las autoridades argentinas que se atrevieron a ponerle freno. El presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados, Alfredo Atanasof, actuando prácticamente como un representante del país del norte, pide “explicaciones” al Ejecutivo Nacional.
Ese diputado ejerce sus funciones bajo el hermoso rótulo de “peronismo federal”. Los peronistas, sin embargo, son nacionalistas. Una de sus tres banderas esenciales es la de la soberanía política. Para el pensamiento nacional, que cada peronista debería defender, nuestra dignidad y nuestra fuerza se basan en la solidaridad entre los hermanos y no en la genuflexión ante los poderosos. Es penoso ver que algunos políticos quieren volvernos al país de opereta que, para nuestra desdicha, fuimos en el pasado que ellos añoran.

Luis Alberto Reyes