Cristina vs. Grupo A (lianza)

jueves, 7 de abril de 2011 00:00
jueves, 7 de abril de 2011 00:00

Son los viejos defensores de aquella vetusta hegemonía del capital financiero y especulativo quienes apelan a reunirse para volver a ella e impedirle al nuevo paradigma kirchnerista lograr instalarse.
Promediando el segundo mandato de Carlos Menem, la hegemonía neoliberal comenzó a hacer agua por el frente y los costados. Como un Titanic agujereado, la lujosa vulgaridad del menemismo estaba condenada a perecer. Fue allí cuando el entonces gobernador bonaerense Eduardo Duhalde se enemistó con su ex jefe, que amenazaba ir por un tercer período presidencial, y abandonó el barco oficialista, para no ver frustrada su ambición de conducir él mismo el destino inmediato del país.
El triunfo del de Lomas de Zamora parecía inevitable, pero una oportuna coalición opositora, que se proponía expresar eso nuevo que germinaba ante el resquebrajamiento neoliberal, surgió desde las alcantarillas de la escena política: la Alianza, un forzado rejunte electoral, más radical que frepasista, que de tan novedoso y superador que prometía ser, terminó venciendo a Duhalde en las urnas y logró la presidencia en 1999.
Sin embargo, a poco de andar la Alianza demostró que su proyecto político representaba la perfecta continuidad de todo lo anterior, incluso en una versión más desmejorada. Un menemismo por otros medios, que echó por la borda el ansia popular de encontrar un modelo de desarrollo que dejara atrás la cruel etapa de miseria con impunidad. De ahí que la criatura haya terminado como acabó, tras un levantamiento popular como no se recuerde otro desde el Cordobazo.
Algo similar podría estar ocurriendo ahora, sólo que los términos y su carga se invierten. Son los viejos defensores de aquella vetusta hegemonía del capital financiero y especulativo, quienes apelan a reunirse para volver a ella e impedirle al nuevo paradigma kirchnerista –en franca consolidación– lograr instalarse, si no definitivamente, al menos un período mucho más largo en el tiempo que el estricto hoy día. La Historia no conoce la dimensión “para siempre”.
La crisis de hegemonía que se abrió tras la debacle pre y post 2001, podría estar resolviéndose ahora, sólo que esta vez para beneficio de lo nuevo, democratizante y popular. La derecha, entonces, echa mano a su último recurso: juntarse toda en una, “ampliar las fronteras electorales”, como le llaman, y reconstruir algo similar a aquella desflecada Alianza, seguramente que con otro nombre, esta vez para intentar a la des-esperada frustrar el triunfo del oficialismo, haciendo de la primera ronda electoral un virtual ballotage, al que no podría acceder nunca de modo convencional.
La foto en el homenaje a dos años de la muerte de Alfonsín, y el sobreactuado documento “En defensa de la democracia” marcan el rostro que podría tener esa constreñida juntura electoral. Quizás al Proyecto Sur le quede en el fondo algún sustrato ideológico todavía y se resista a integrarla, aunque la experiencia histórica indica otra cosa. ¿O acaso no aportó lo suyo a la supremacía opositora en la presidencia de las comisiones legislativas más sensibles, sin contar el voto en contra de la 125, y el llanto de Solanas Pacheco en TN por el “bloqueo” a Clarín?
Que Cristina Fernández y Macri (o el aspirante con mayor propósito de voto en el mazacote opositor) se enfrenten en una elección presidencial, con aliados como Duhalde y De Narváez, quizá la UCR, tal vez Carrió, por qué no Pino y los socialistas (si no por acción, por omisión; si no orgánicos, sí que funcionales) a un lado; y la vasta trama del segmento trabajador al otro, quizá sea un gesto saludable de nuestra democracia, especialmente para la superación histórica de sus actuales disputas. Siempre y cuando, claro, que ellas se resuelven bien, por los votos y la política, y no en la cartuchera, que es adonde siempre ha recurrido el enemigo al acecho de lo popular. Cuanto más viva y palpitante está la democracia, tanto más en peligro la encontrarán sus verdaderos enemigos, eternos amenazantes de la libertad, disfrazados ahora de sus más distinguidos defensores.
No obstante, si el escenario a nivel nacional resulta así de previsible y sintético, sin mayor complejidad entre ambas facciones (o programas, o modelos, o clases sociales) en pugna, tanto más urge resolver, entonces, las contradicciones que se aprecian hacia el flanco popular de la contienda.
La derecha cuenta con un claro denominador común: Clarín. El pueblo también tiene sus puntos de contacto: las carencias materiales, todo lo que le falta, el gobierno; más su conciencia está menos desarrollada.
Semanas después de las movilizaciones en repudio a la dictadura surge un desafío: considerando que aquel golpe fue cívico-militar y que sus utilidades fueron más empresariales que cuarteleras, articular una respuesta de clase. El actual momento demanda definiciones políticas y estratégicas, que no pueden ser licuadas en un movimientismo que conduce a un no-lugar muy cercano a aquí, lejísimo de donde ansía llegar la presidenta. De ahí su reto a ser “orgánicos” e “institucionalizar” el proyecto transformador.
Las categorías ya no alcanzan a contener las nuevas tensiones de la realidad. Nada es lo que parece. La historia tiene ese no sé qué, que la hace activa y penetrante. Si así no fuera, aquel 24 de marzo del ’76 lo hubiera concluido todo. Para siempre.
Y sin embargo, 35 años después las Madres de Plaza de Mayo se hacen traer por un general tanques y bazookas a la ex ESMA, para hacer con ellos sopa de metales y fundirlas en pedestales de hierro para Moreno, Belgrano y San Martín. Desde que fuera expropiada, nunca más había entrado un uniforme militar a ese lugar. Menos que menos con armas. Cuando terminan de descargar el camión con las tanquetas, un joven oficial, cabo o subteniente, le pide un vaso de agua a Hebe.
Las Madres, que ahora son tachadas de “oficialistas”, se regocijan con el mote. En el “acto K en el Mercado Central”, hablan Bonafini, Schoklender, Bruzzese, Boudou y Guillermo Moreno. Al brindar su emocionado discurso, el secretario de Comercio confiesa ir a misa todos los domingos. Extrañamente, los heterodoxos jóvenes de La Cámpora dejan vacante el lugar que tenían asignado en la lista de oradores.
La Juventud Sindical hoy resurge con otro carácter, absolutamente distante de aquel que tuvo en los ’70. A poco de andar, los post adolescentes que la integran demuestran saber cuál es el rumbo estratégico del proyecto en marcha. Su presentación en sociedad es un 24 de marzo y no un 17 de octubre, ni otro cualquiera propio de la liturgia de la “Columna vertebral”. Reivindican el 20 de diciembre, homenajean a Jorge Di Pascuale, y no se les conoce mención alguna a Rucci. Tiemblen, burgueses: los jóvenes suelen cambiarles el voto a sus padres.
Hugo Moyano dice que “nosotros no estamos sólo para pedir aumentos salariales y administrar la obra social. Los trabajadores queremos el poder”. Agustín Tosco no lo hubiera dicho mejor. Por el contrario, en la semana del aniversario del golpe, expresiones sindicales antiburocráticas casi paralizan los trenes del ex Sarmiento, por un reclamo demasiado inmediato: tener voz y voto en las paritarias. El paro lo concretarían hoy.
A veces resulta tan grande el tamaño del martillo que impide ver con claridad la cabeza del clavo a remachar. En eso el enemigo no se equivoca jamás.

Demetrio Iramaín

Comentarios

Otras Noticias