Correo & opinión

Hacia una nueva pluralidad

miércoles, 5 de diciembre de 2012 00:00
miércoles, 5 de diciembre de 2012 00:00

Esta semana, los argentinos entramos en la recta final de un proceso de democratización de la comunicación que se inició a fines del año 2009 con la sanción por mayoría absoluta en ambas cámaras de una de las leyes más consensuadas de las últimas décadas: la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, más conocida como Ley de Medios. El viernes 7 de diciembre, todos los grupos económicos, incluido el poderoso y hegemónico Grupo Clarín, van a tener que adecuarse al límite de licencias que la norma permite. Se trata de un hecho trascendental por varios motivos: a) se impedirá de acá en adelante el formateo permanente de la conciencia de millones de argentinos, b) Clarín, el multimedios acostumbrado a marcarle el paso a los gobiernos, por primera vez va a tener que desfilar “paradito” al compás de una ley, y c) es un nuevo ejemplo del ejercicio de la soberanía del Estado frente a un grupo de poder real, como ocurrió hace unos años con las Fuerzas Armadas, la Iglesia Católica y la Sociedad Rural, entre otras “instituciones sagradas” de la Argentina.
(Digresión 1: Las concepciones liberales y anarco-libertarias conceptualizan a la democracia como el sistema en el cual el Estado tiene el menor grado de incidencia posible sobre la sociedad y los grupos de presión. Las visiones colectivistas –socialistas, bienestaristas, nacionalismos populares latinoamericanos– en cambio, consideran que el Estado es el reservorio de la legitimidad de las mayorías –vía elección democrática del gobierno– frente al abuso de quienes obtienen una posición dominante en el mercado).
Obviamente el 10 de diciembre no ocurrirá una ruptura estruendosa en la historia argentina. Ese día comienza el proceso real de adecuación a la ley y se tratará de un encadenado de negociaciones, algunas más silenciosas que otras, que concluirán con la democratización de los espacios de comunicación a lo largo y a lo ancho del país. Sin embargo, ese día también debería comenzar un proceso de construcción de nuevas pluralidades ideológicas y comunicacionales.
Hasta ahora la comunicación en la Argentina estuvo definida por la “pelea” en términos discursivos y de imposición de sentidos entre el gobierno nacional y el Grupo Clarín, en una lógica amigo-enemigo (comprensible pero al mismo tiempo empobrecedora apara ambos contendientes). Para la democracia argentina no había nada más riesgoso que un poderoso grupo mediático con la posibilidad de “voltear a un gobierno con cuatro tapas”. Pero, si el Estado logra disciplinar como corresponde, mediante la ley, a un factor de poder real con una actitud consecutivamente destituyente; es decir, si ese factor de presión a la democracia queda minimizado, la lógica de blanco-negro debería ser remplazada por un modelo de pluralidades que incluya otras posibles visiones de la realidad política y económica.
(Digresión 2: ¿Héctor Magnetto se sentía perdido y por eso cometió el error de intentar amordazar a los periodistas Roberto Caballero, Sandra Russo y Javier Vicente? ¿O ese fue el “error” que mostró la verdadera naturaleza de la estrategia y dejó sin argumentos frente a la sociedad al Grupo? Fue un error definitorio porque atentó contra un pilar constitutivo de su propio discurso de la libertad de expresión. Y dejó a todos sus periodistas al borde de una contradicción insalvable. No les quedó más remedio que salir a criticar a su propio empleador. Con ingenuidad o hipocresía alguien podrá decir que eso ocurrió porque el Grupo permite el disenso interno, pero es claro que, en realidad, se trató de un dilema sin solución: o criticaban la decisión de Magnetto o perdían legitimidad como periodistas ante tamaña grosería política).
La multiplicidad y pluralidad de voces es un imperativo de la Ley de Medios. La capacidad de ampliar el espectro de registros ideológicos, estéticos, geográficos, culturales que permite la nueva herramienta obliga, también, a revisar dinámicas de confrontación que contengan e incluyan a nuevos actores políticos y sociales en la conversación pública. Porque es sabido que la pluralidad es el lujo que pueden darse los sectores que han logrado constituir hegemonía dentro de una sociedad. Sólo habrá hegemonía verdadera del movimiento nacional cuando sea posible la “generosidad” de hacer plurales las miradas sin que corra peligro su propia existencia. Mientras tanto, la lógica de enclaustramiento será un síntoma y señal al mismo tiempo de una sensación propia de debilidad.
(Digresión 3: Si yo fuera politólogo y alguien me preguntara cuál sería la mejor estrategia comunicacional de un gobierno cualquiera, en términos de “real política” respondería que lo más conveniente es realizar una comunicación de tres anillos concéntricos. En el sector más cercano al núcleo construiría un bastión ideológico desde donde establecer una concientización más férrea, que contuviera a los sectores más afines al gobierno. En un segundo anillo, establecería una fracción de medios que tuviera afinidad con la administración pero que permita el juego de pluralidad de voces e incluso la formación de opiniones críticas que otorgara legitimidad a esas usinas de información –el modelo Clarín y TN, con años de experiencia en el medio son un buen ejemplo–. Por último, en el tercer círculo licenciaría a medios de comunicación absolutamente opositores pero con control en aquellos temas que podrían poner en crisis existencial al propio gobierno. Soy consciente de que esta digresión es políticamente incorrecta, pero no deja de ser, a mi criterio, efectiva. Por el contrario, la homogeneización de voces propias –aun cuando sean efectivas y construyan hegemonía en un primer momento– siempre termina provocando hastío y abulia en las audiencias).
La Ley de Medios tiene un desafío profundo de ahora en más: demostrar que puede funcionar en el ámbito real de las comunicaciones; es decir, que haya empresas con capacidad de absorber las licencias, que existan grupos sociales con interés y posibilidad de realizar contenidos de calidad –no en términos eurocéntricos, al estilo Beatriz Sarlo, sino que sean funcionales a las necesidades de los pueblos–, que constituya otros protagonistas comunicacionales y que se haga efectiva, con el paso del tiempo, esa pluralidad de voces tan necesaria. Y también implica desafíos regionales. Porque un gran aporte de la normativa es la descentralización de las producciones, la cuota de contenidos locales, la federalización de las licencias, pero aún queda, a mi entender, una vuelta de tuerca más por realizar: no basta con lograr que Buenos Aires no imponga la lógica comunicacional a las provincias, el nuevo mapa debe lograr que las provincias puedan “imponer” a Buenos Aires la reproducción de los contenidos realizados en el interior. ¿Por qué razón un formoseño debe asistir de prepo a contemplar durante horas y horas la problemática causada a los vecinos de La Boca por un pozo no reparado por la pésima gestión de Mauricio Macri? ¿Por qué razón un porteño está obligado a tener en la grilla de Cablevisión el canal de TV de Galicia y no tiene derecho a ver un canal de Jujuy o de Chubut? El federalismo es para todos o no es para nadie.
Muchos creen que el reto más importante de la Ley de Medios es el famoso 7D. Quien escribe estas líneas sostiene que el principal desafío de la democracia comienza recién a partir del 9 de diciembre.
Hernán Brienza

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