El verano de un amor

martes, 29 de enero de 2013 00:00
martes, 29 de enero de 2013 00:00

¿Qué tipo de intervenciones debería realizar el Estado en tiempo de vacaciones? No hace mucho, se pedía que simplemente garantizase un piso mínimo de ingresos que las haga posibles. Del resto se encargaba el mercado con sus recitales, shows, ofertas y sobreprecios orientados a aquellos nichos de consumo popular esporádicos donde el gasto, para muchas familias, oscilaba entre la posibilidad de vivir con más licencias que durante el resto del año y el desafío de llegar sin demasiados apremios al último día de vacaciones.
Desde ya, la pregunta que inicia esta nota hubiera adquirido una respuesta bien definida en tiempos del peronismo histórico; ya que entonces la intervención estatal era justamente lo que hacía posible el turismo social, todo un emblema de una política que desafiaba la idea de que la felicidad colectiva fuese una promesa a futuro antes que una realidad efectiva. En cambio, para las generaciones de la post-dictadura, aquella época apenas si alcanzaba a ser un recuerdo y las vacaciones terminaban, en más de una ocasión, en un dèjá vu del sueño hippie: carpa en la costa, en el norte, o en el sur.
Pero aún en décadas tan regresivas como los años noventa, se estableció entre un sector de la sociedad (no mayoritario pero para nada desdeñable) y el Estado un pacto implícito en tiempos de vacaciones: dólar barato a cambio de viajar por el mundo. Muchos álbumes fotográficos familiares son testimonio de ese pacto, indispensables para hacer una historia de aquellos años, no sólo porque arrojan pistas sobre algunas de las vías no coactivas con que se impuso el ideario neoliberal, sino porque profundizó la idea de que las vacaciones son parte de la vida íntima, “privada”, de los individuos.
Desde luego, a los que no contaban con la chance de viajar por el mundo, se les ofrecía gozar del consumo ajeno: aún hoy numerosos medios de comunicación dedican amplios espacios al goce del goce -o de la desgracia- de las estrellas del mundo del espectáculo, con sus dramas, peleas, amores, separaciones y llantos.
Durante los años noventa la intervención estatal también tomaba el rostro de la policía. Seguridad en las zonas de veraneo, operativos de tránsito y la emblemática campaña “Sol sin drogas”, que puso en aprietos a algunos íconos populares muy queridos (inolvidable resulta el sinceramiento del viejo Charly, que en medio de un recital exclamó “mucho mejor drogas sin sol” y terminó declarando en Dolores por apología del delito).
Sin embargo, entre el operativo “Sol sin drogas” y nuestros días algo ha cambiado. Y un signo de ese cambio se anunció a principios de año, cuando el Estado Nacional presentó la campaña “Argentina, el verano de un amor”, una iniciativa emplazada en el recientemente recuperado edificio Unzué de la ciudad de Mar del Plata.
Construido a principios del siglo XX por una familia de la aristocracia y donado al Estado Nacional para instalar un asilo de niñas huérfanas, durante sus primeras décadas de vida la gestión del edificio estuvo a cargo de la Iglesia Católica y la Sociedad de Beneficencia. Recién cuando la Fundación Eva Perón se hizo cargo de las políticas de protección social, el edificio Unzué dejó de ser un “asilo” para pasar a ser un “hogar”.
En el discurso de inauguración de la primera etapa de las obras de restauración, en el año 2009, Cristina Kirchner recordaba el significado político que había provocado el cambio de nombre decidido por Evita: un “asilo” es un lugar para exiliados; un hogar, en cambio, un espacio de contención para los que deben ser integrados. La distancia entre “asilo” y “hogar” es la que mediaba entonces entre la asistencia social como beneficencia y la justicia como reparación y reconocimiento de derechos vulnerados.
Los resultados de la recuperación del edificio Unzué permiten hoy apreciar un nuevo tipo de intervención del espacio público, que pone en diálogo propuestas construidas desde el Estado con diversas expresiones sociales. De este modo, se articulan actividades y actores que el mercado difícilmente podría vincular. Desde la Feria de Emprendedores de la Economía Social hasta las conferencias de José Pablo Feinmann, pasando por el stand de Paka Paka, espectáculos en vivo, cine, teatro, clases de baile, partidas de ajedrez, computadoras con conexión a internet, trámites del DNI, el pasaporte o la SUBE, o el escenario abierto al que ya subieron bandas como El Otro Yo pero también muchas otras que con sólo llenar un formulario se aseguraron un lugar para tocar.
En consecuencia, la recuperación del edificio Unzué es una prueba de que no sólo es posible construir alternativas al mercado en tiempos de vacaciones, sino también de que la propia vida “privada” puede enriquecerse enormemente a partir de las resignificaciones que la política es capaz de imprimir a la vida pública.
En este sentido, es lamentable que en el mismo momento en que la recuperación de un espacio público como el Unzué reúne a miles de familias en Mar del Plata, la Cámara en lo Civil y Comercial haya impedido –al menos por ahora- que se recupere el Predio de la Rural en la ciudad de Buenos Aires.

Soledad Guarnaccia

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