La columna de hoy

La ruta de los Reyes Magos

sábado, 5 de enero de 2013 00:00
sábado, 5 de enero de 2013 00:00

Yo creo que a estas alturas los Reyes Magos están un poco desprestigiados. Por equivocarse tanto, digo, por no poner más atención en donde dejan los juguetes. Ellos saben bien que todos los niños esperan regalos, sin embargo parece que eligieran los barrios y las casas por donde pasar. Y así van dejando en su trayecto tantos y tantos hogares sin visitar. Barrios enteros donde miles de niños se dormirán de madrugada esperando a los camellos que no llegarán y despertarán por la mañana, acongojados, sin comprender por qué otra vez los Reyes se olvidaron de ellos. Esos mismos Reyes que lograron la inmortalidad por llevarle ofrendas a un niño que nació pobre, tan pobre que vino al mundo en un establo. Dicen que guiados por una estrella llegaron desde sus lejanos reinos hasta Belén la noche del 5 de enero de hace más de 2000 años, y ese niño que dormía en un pesebre los convirtió en Magos, para toda la eternidad. Por eso cada 5 de enero recorren las casas de todos los niños de la Tierra, ricos y pobres, negros y blancos para dejarles un regalo a cada uno. Esa es su misión. Aunque a veces creo que han empezado a cansarse de tanto viajar, porque si bien es cierto que trabajan sólo una vez al año, eso de andar hace más de 2000 años cargando bolsas de juguetes para todos los niños del mundo debe ser un trabajo agobiante, por lo que se han aburguesado. Marcaron una ruta determinada y no se apartan de ella. Y es sabido que en la ruta de los reyes, los pobres quedan al margen. Siempre quedan al margen. Si hace más de 2000 años bajó Dios a la Tierra para ver si podía arreglar la situación y nos dejó a nosotros la gran responsabilidad de llevar adelante su ejemplo hasta su regreso, ¿qué se van a hacer problema los Reyes? Si lo que faltan son los ejemplos a seguir. Tal vez tengamos que comenzar a resolver nuestros grandes problemas con otra actitud, comenzando por exigirles a los Señores Reyes igualdad para con todos los niños. En fin, esto no es nuevo, cuando yo era niña y aunque todavía soy adolescente, sucedía lo mismo. Por mi casa pasaban, pero según decía mi madre ya venían de vuelta. La nuestra, decía, era una de las últimas casas por donde debían llegar, por eso nos dejaban lo último que les quedaba o simplemente no nos dejaban nada porque ya no les quedaba nada. Yo le preguntaba entonces a mi madre por qué un año no hacían el recorrido al revés. Ella me contestaba que esas, eran cosas de Dios. Y ya sabemos que a Dios uno no le puede andar pidiendo explicaciones. Por lo tanto con mi hermano nos conformábamos con lo que nos habían dejado o nos prometían dejar para el próximo año. Porque eso sí, a conformarnos, los pobres, aprendemos de chiquitos. Me acuerdo que un año yo quería una muñeca y mi hermano una pelota de cuero. Como hacía años que se la pedía a los Reyes sin resultado, decidimos escribirles una carta. Ese año no le habían sobrado hojas a nuestros cuadernos de la escuela, por lo tanto debimos ingeniarnos para conseguir un papel. Y así le sacamos una hoja que estaba a medio usar de mi papá. Mi madre al vernos revolver y escribir nos preguntó en qué andábamos, mi hermano le dijo que estábamos haciendo una carta para los Reyes. Mamá nos miró muy tiernamente, dejó de hacer lo que estaba haciendo y nos ayudó. Le hicimos dibujos y le prometimos poner agua y pasto para los cansados camellos. La carta quedó preciosa. Con la letra bien parejita. Le pusimos finalmente que vivíamos en la calle Corrientes 190 de esta ciudad. La dirección se la pusimos con un lápiz de tinta que mojábamos en la lengua, para que se viera más y de esa manera impedir que se equivoquen y dejaran los regalos en la casa de al lado. La lengua nos quedó violeta, pero la carta quedó hermosa. Así la firmamos, le hicimos una rúbrica de poetas, y yo les pedí además dos postres helados de boca nomás, porque pensaba que los Reyes podían incluso percibir lo que uno quiere y piensa. Esa Noche de Reyes mi hermano dobló la carta en cuatro y la puso bajo la almohada, porque según nos enseñaron, las cartas para los Reyes se debían poner bajo la almohada. Cuando a la mañana siguiente nos despertamos, en lugar de la pelota, los Reyes le habían dejado a mi hermano una mochila para la escuela. El pobre rezongó un poco y le dijo a mi madre:
— ¡Yo no sé por qué me dejaron esto para la escuela, si total ustedes cuando empezaran las clases me lo iban a comprar!
Ese día mi hermano rompió relaciones con los Reyes Magos y decidió no volver a pedirles nunca más la pelota de cuero. Se la empezó a pedir a mi papá que, asumiendo el compromiso, vaya a saber que dejó de pagar o de comprar para que mi hermano se despertara un mes antes de empezar las clases, con la flamante pelota de cuero durmiendo sobre su almohada.
Y a mí me dejaron la muñeca que fue un regalo por mi desempeño en la escuela en el mes de septiembre.
En los años siguientes ya no le pedimos nada a los Reyes, pero vuelta a vuelta nos dejaban alguito o una nota que decía que vendrían otro día. Siempre recordamos con mi hermano lo ocurrido y nos decimos que a lo mejor aquella humilde carta quedó muy bien como nosotros imaginábamos. De todos modos el caso es que nunca, mi hermano y yo, logramos entendernos con los benditos Reyes Magos. Pero crecimos y aunque somos adolescentes, mi único hermano es dos años menor que yo, vivimos felices porque crecemos en el amor y en la esperanza que todo será mejor. Y en eso estamos. Por eso y porque nunca debemos dejar de soñar, es necesario esperar y tener fe. Tal vez un día podamos, entre todos, alterar la ruta de los Reyes Magos para tantos chicos que hoy los necesitan.


Lourdes Rodríguez
 

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