Correo y opinión

Los Hinchas

lunes, 11 de febrero de 2013 00:00
lunes, 11 de febrero de 2013 00:00

Por Lourdes Rodríguez

Una vez por semana, los hinchas huyen de sus casas y asisten al estadio.
Flamean las banderas, hacen sonar los redoblantes, los cohetes, los bombos, hacen llover las serpentinas y el papel picado; la ciudad desaparece para ellos, la rutina se olvida, sólo existe el templo, que es el estadio de fútbol. En ese espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades. Aunque los hinchas pueden en algunas ocasiones contemplar el milagro más cómodamente en la pantalla de la tele, o escuchar por la radio, prefieren emprender la peregrinación hacia ese lugar donde pueden ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno.
En el estadio, los hinchas agitan las manos, tragan saliva, tragan el veneno de la impotencia por un gol errado, se comen la gorra, susurran plegarias y maldiciones y de pronto se rompen la garganta en una ovación y saltan como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, los hinchas son muchos más de los que conocen. Con miles de devotos comparten la certeza de que son los mejores, que todos los árbitros están vendidos y que todos los rivales son tramposos.
Rara vez los hinchas dicen: «hoy juega mi club». Más bien dicen: «Hoy jugamos nosotros». Bien saben estos jugadores número doce que son ellos quienes soplan los vientos del fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música.
Cuando el partido concluye, los hinchas, que no se han movido de la tribuna, celebran su victoria diciendo qué goleada les hicimos, qué paliza les dimos, o llora su derrota diciendo otra vez nos estafaron, árbitro ladrón. Y entonces el sol se va y los hinchas se van. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía, mientras se van apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y también los hinchas regresan a su soledad, del yo que ha sido el nosotros por un momento: los hinchas se alejan, se dispersan, se pierden, y el domingo se transforma en melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval. Por eso me parece conveniente reconocer que cuando en un estadio o en sus afueras, o en el barrio del cual es el club, un grupúsculo grita o actúa diciendo: “¡Somos la hinchada!” promoviendo intolerancias y odios. Hay en ese momento diferencias entre hinchas, simpatizantes y barras bravas. Porque el verdadero hincha y el simpatizante le dicen no a las amenazas o a las intimidaciones como lo son los muñecos colgados que buscan asemejar a un hincha de un equipo contrario sin vida. Estas manifestaciones que comenzaron a sembrar los barras bravas en nuestra Ciudad, muchas veces al amparo o desinterés de dirigentes de clubes y políticos no es poca cosa. Ya comienzan a aparecer evidencias que para algunos un partido de fútbol es solo la excusa para la violencia en cualquier día de la semana Pido por favor a todos que contribuyamos a que los gérmenes de la violencia y de la intolerancia no se apoderen del buen sentimiento de los hinchas y simpatizantes que van al estadio, por el bien de toda la sociedad y del fútbol.

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