Correo y opinión

Carta a Rodolfo Walsh

sábado, 16 de marzo de 2013 00:00
sábado, 16 de marzo de 2013 00:00

Por indicación del Ministerio de Educación de la Provincia, el próximo viernes 22 de marzo, en las escuelas secundarias leeremos y discutiremos la “Carta Abierta a la Junta Militar” de Rodolfo Walsh, en conmemoración del 24 de Marzo “Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia” (ley de la Nación 26.085/06). De dicha lectura surgirán reflexiones comunes que estarán enmarcadas en el “Año de la Lectura y la Escritura” trabajando para ello con nuestros profesores en actividades centradas en leer, debatir y escribir. En mi caso tuve la suerte de conocer el texto hace unos años atrás gracias a mi padre, quien en aquel momento me ayudó a comprender el contexto histórico y político de aquella época, de allí surge esta carta que intenta ser un aporte más a la reflexión que todos los estudiantes secundarios de la provincia haremos aquel día:

“Querido Rodolfo:

Tu carta a la Junta Militar lo previó todo, denunció todo, dijo todo. La escribiste aquí, en tierra y de frente. Basta comparar tus transparentes y resumidas verdades, con la última decisión de los militares que decretaron la autoamnistía de los generales en huida, ese decreto fue firmado por Bignone, que se transformó en el único oficial de la historia que entregó a sus propios soldados para que los asesinaran. Y me represento la siguiente imagen a vos, con la palabra mirándolos de frente, sin miedo, sin moverte y a los generales con sus picanas y sus capuchas, pensando en la fuga. Desde el momento en que cerraste el sobre con tu carta ya comenzaba la derrota del plomo militar. Tu palabra y tu ética eran las armas más mortíferas. Pronto la historia, hizo con vos y con los otros su selección.Por un lado, vos eras el ‘terrorista intelectual de anteojos y libros bajo el brazo’, listo y preparado a la discusión y la denuncia otra vez y aquellos, que eran “los normales, occidentales y cristianos” como Videla, Massera y sus cómplices que ya están y estarán por los crímenes cometidos en la basura de la historia, por los siglos de los siglos y de allí no volverán. Vos, Rodolfo, sin títulos y sin premios marcaste a fuego, sin proponértelo, al resto de los intelectuales argentinos de ayer y de hoy.
Quiero contarte que la historia desenmascaró a los intelectuales que se sentaron a la diestra de los dictadores, a la mesa servida del triunfo de la picana como también hubo otros que no oyeron, ni vieron, ni hablaron cuando los balazos fueron llevando tu vida y la de 30.000 más.
Seguramente habrás sonreído en el más allá cuando leíste la nómina de intelectuales que ahora adhieren a tu recuerdo. Los que te negaron al tercer canto del gallo hoy se apresuran a aplaudirte. ¿Y que dirán aquellos que en la actualidad y ya viejos se creen eminencias en el mundo de las palabras, que te calificaron como perseguidor de la muerte?
Hoy, esos como muchos que te dieron la espalda se apresuran a poner tus libros en las vitrinas oficiales. Pero sé que nunca le diste importancia a esas cosas. Con tu máquina de escribir te metiste en lo más íntimo del pueblo, en el dolor y la humillación de los pobres y de los que tenían miedo a perseverar en sus ideas de cambio para la sociedad. Vos, -decepcionando a los críticos literarios consagrados- te metías en los temas de la actualidad: ¡oh pecado!, y denunciabas a todas las mafias. Algo imperdonable para los señores del fusil militar en la mano y el terror en sus actos. Pero ni te fijabas en eso. Estabas por encima de todas estas circunstancias. Estabas en la calle con los pobres, los obreros, los jóvenes y todos aquellos que querían cambiar el mundo, eras según dice mi papá el Agustín Tosco de las redacciones.
Mi papá me dijo hace muchos años que Agustín Tosco era un sindicalista en overol que hablaba como vos de cosas como justicia e igualdad, dignidad y deber. Palabras que no figuran más: hoy la mayoría de los políticos se empujan por aparecer en la tapa de algún diario diciendo cualquier cosa, sin que importe el medio para conseguir un insignificante fin, sin contar al medio de comunicación mismo llevando adelante su clara política electoral en las tapas y el contenido mentiroso de sus noticias. Vos, te tomaste en serio la palabra. Rendiste un culto a la verdad ofrendando tu vida. Además siempre creíste que había llegado el momento de descifrar los jeroglíficos y las claves de una sociedad más justa. Dedicabas tu tiempo a eso mientras los otros trepaban y trepaban.
Parece increíble que en una sociedad maestra del trepar soñabas con implantar normas que permitieran un país donde todos tuvieran la oportunidad de ser felices a partir de la idea de ser humanos libres, iguales y fraternos. ¿Por qué tu insistencia si ya se había demostrado que todos esos intentos terminaban como le fue a Rosa Luxemburgo, con un balazo en la nuca y con el rostro en un charco de barro? Según algunos cometiste otro gran error que tampoco los faraones de las letras argentinas podían perdonarte: hiciste la mejor literatura con un estilo directo, claro, preciso, como el de un maestro primario rural. Te entendían y te entienden. Rompiste el mito sagrado de que un intelectual debe ser un doctorado en las palabras y no un sembrador de rebeldías. Tu más grande pecado fue hacer el mejor arte literario puro con tus convicciones y sencillez.
Te arrojaron vivo al mar, te enterraron como NN, te quemaron en una pira. Y aquí estas comunicado conmigo y el viernes 22 de marzo en medio todos nosotros que somos estudiantes secundarios de Catamarca que reflexionaremos tu memorable carta. La historia comenzó a poner las cosas en su lugar. Pero éste es el primer paso. Porque ahora queremos saber el nombre y apellido de tus asesinos. En sí, ya sabemos que usan uniforme militar, pero exigimos que lo diga a quien le corresponde decirlo. Porque no creemos que todo se arregla con una plazoleta o el nombre de una calle. Sería cínico si no pusiéramos allí también el nombre de tus asesinos. No aceptamos que los jueces nos digan que no. Porque en ese caso tendríamos que poner el nombre de los que te asesinaron por segunda vez, es decir los jueces, que permiten el espurio salvoconducto del crimen. Pero no nos mintamos. Si hoy estuvieras vivo, hasta ellos, te calificarían como ‘idealista’. Pero vos seguirías imperturbable. ¡Las cosas que tendrías para decirles! Por algo quisieron silenciarte. Pero no lo lograron. Tus libros están de nuevo en bibliotecas y escuelas. Con ellos se formarán nuevos curiosos de la verdad como yo. Porque la ética es como una cadena sin fin que viene desde el comienzo de la Historia. Y gracias a esa ética y gracias a los Rodolfo Walsh que se fueron dando la mano, hoy todavía hay vida en este mundo. Gracias Rodolfo. Qué alegría me da el verte de nuevo entre nosotros, para siempre. Me correspondo con humildad en tus convicciones y en la lucha por un mundo más libre, justo y fraterno, hasta la victoria siempre.

Lourdes Rodríguez

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