100 días

sábado, 29 de junio de 2013 00:00
sábado, 29 de junio de 2013 00:00

En solo cien días el Papa Francisco se convirtió en un gigante de la fe que movió montañas para revolucionar la iglesia. En solo cien días el argentino Jorge Mario Bergoglio construyó un liderazgo mundial asombroso. El Papa Francisco mostró tantas virtudes que cuesta definirlo. Se lo llama el Papa de la esperanza, el Papa de los pobres. En realidad, es el Papa autor del milagro refundacional que significa volver a las fuentes. A una iglesia franciscana.
Por eso eligió vivir en la austeridad de la Casa de Santa Marta y no en los lujosos aposentos del Vaticano. Convirtió la palabra santa en acción pastoral. El Papa es una bandera ética porque dice lo que piensa y vive como dice. No tiene doble discurso. Desde el primer día satanizó la corrupción y ya nombró alguien de su plena confianza para que limpie la basura y abra las ventanas de la transparencia en esas cuentas bancarias más terrenales que celestiales. Su ideología responde a las enseñanzas profundas de los jesuitas. Dicen los estudiosos de la religión que el Papa Francisco ejerce una suerte de teología de la liberación de los 70 pero sin el componente marxista de la lucha de clases y con el concepto unitario de la alianza social que cierra heridas y cohesiona a la comunidad. El Papa llama a las cosas por su nombre. Denuncia y combate con el ejemplo a los avaros del dinero y la codicia, a los que esclavizan a las mujeres y a los pobres, a los pervertidos sexuales que abusan de sus investiduras y de sus fieles.
No se calla y toma decisiones. Apartó a las ovejas descarriadas y acercó a los sacerdotes que predican con el ejemplo, como a los curas villeros. Francisco, el Papa de la sonrisa grande como una catedral, abrió las puertas del Vaticano. Esa fue su primera gran señal de que algo nuevo se estaba gestando. Eligió sacar del medio a los autos blindados, mostrarse a cielo abierto y caminar las calles bendiciendo y anunciando un nuevo Jesús que no es otro que el original, el Jesús con olor a oveja y no a perfume francés. El Papa está devolviendo la iglesia a sus dueños, a los más necesitados.
Con su reconocida sencillez, muestra sus manos limpias y una impresionante capacidad de gobernar. No necesitó tiempo para adaptarse a los resortes complejos y tramposos del Vaticano. Se movió desde el primer día como si hubiera sido siempre el Papa. Es que mezcla en su figura carismática la sensibilidad popular de los barrios periféricos con la excelencia académica de su formación intelectual.
La calle y la educación forman una coraza que lo hacen poco menos que invencible. Alpargatas sí, libros también. Sus enemigos lo saben. Todos los días sorprende al mundo con su actitud ecuménica a favor de la paz y la convivencia. Perdona a los pecadores pero no a los corruptos. Lo dijo desde el primer día. Siembra el diálogo y lo demuestra cuando recibe a Cristina, que nunca lo recibió y que siempre lo combatió, y ella sale, deslumbrada, casi convertida. O al Pepe Mujica que no cree en Dios pero dice que el Papa es su amigo.
Es un Papa de abajo. Pero que es capaz de abrir su corazón incluso a los que no creen. Dijo que el reino de los cielos también será de los ateos. No tiene ortodoxias ni fanatismo. El primer Papa no europeo de la historia nació en Argentina. Es una expresión de lo mejor que tenemos como sociedad. Por eso trabaja por la paz entre árabes y judíos. Todo el tiempo envía cartas o habla por teléfono o recibe a los argentinos. Es una forma de cargar energías. De frecuentar el cielo pero sin levantar los pies de la tierra.
No quiere quedar aislado. No quiere vivir en una torre de marfil. Quiere estar cerca de la gente, sentir su afecto, comer los alfajores de dulce de leche que le llevan, seguir los resultados de San Lorenzo y mandar todos los días mensajes al mundo pero también a la Argentina con los valores del evangelio que son los de un mundo mejor, más igualitario, con más convivencia que odio, con más transparencia, con más honestidad y con más libertad que autoritarismo. Quiere purificar al mundo y empieza por casa, purificando la iglesia. Apenas lleva cien días como Papa y parece que estuvo toda la vida en ese lugar. Es un Papa que nos contagia sus convicciones y nos enseña a los jóvenes a ir contra la corriente para encontrarlo a Cristo. Van 100 días del Papa Francisco. Y esto recién empieza.


Lourdes Rodríguez

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