Correo y opinión

Un justo reconocimiento

lunes, 29 de julio de 2013 00:00
lunes, 29 de julio de 2013 00:00

A las cero horas del día 21 de julio pasado, cantamos el feliz cumpleaños a nuestra Parroquia de San José Obrero. ¡Cuánta felicidad y emoción al ver a nuestro templo engalanado y cubierto de las luces multicolores de los fuegos artificiales!
Resulta imposible no hacer un especial agradecimiento a ese noble párroco que fue el Pbro. Carlos Ibáñez, quien con extraordinario ahínco impulsó la construcción de este hermoso templo, orgullo del barrio de La Tablada.
Quienes lo acompañamos en la titánica tarea - pues no sólo construyó la parroquia sino una amplia y confortable casa parroquial; las aulas y baños para la catequesis; un salón de usos múltiples y la casa de dos plantas para las hermanas de la Fraternidad Eclesial Franciscana - sabemos de su esfuerzo, de su fatiga, de su tesón, de su perseverancia, de su firmeza y constancia.
El padre Carlos, con su sencillez y humildad que lo caracterizan, se constituyó en el gran peón de estas obras, dejando de lado su formación y méritos académicos.
Tanto trabajo y dedicación a la construcción no le impidió ocuparse de lo espiritual y de lo social. Las instituciones de la parroquia funcionaban a pleno y nadie que haya recurrido en busca de ayuda se fue sin consuelo.
En esta pequeña síntesis, rindo homenaje también a grandes colaboradores de la obra que ya partieron; Ramón Nieva y su esposa “Rosita” Maza; el ministro permanente de la Comunión, Rodolfo Sotomayor; Mario “Tabaco” Villafáñez; Hugo Díaz; ese gran catequista que fue don Roberto Álamo; Francisco “Coco” Cano; el eficiente maestro de ceremonias Fernandito Cano; Carmen Granado de Santillán; Lucas Ibáñez; el matrimonio de Ángela y Arturo Zurita; “Ramonita” de Rojas; Blanca de Tapia; Tino Tomassi; Norma Díaz; José “Pepe” Quevedo y otros muchos, cuyos nombres paso en silencio, y que fueron realmente los grandes artífices de la obra parroquial.
Padre Carlos, mil gracias por su obra. Su paso por esta comunidad dejó huellas imborrables, calando muy hondo en los sentimientos de los parroquianos. Que el Señor lo conserve en salud y en santidad, colmándolo de gracias y abundantes bendiciones.

 

Aída Rodríguez

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