Tentación totalitaria y dictatorial

sábado, 3 de octubre de 2015 00:00
sábado, 3 de octubre de 2015 00:00

Por Víctor Leopoldo Martínez

Quien suponga que la tarea periodística nunca estuvo contaminada por la política se equivoca. Mucho más cuando pasó a manos empresarias. Existen escasas pero honrosas excepciones, claro está. Pero en la mayoría de los casos la codicia, el afán de lucro y poder pudieron y pueden más. Es aquí donde aparece el primer síntoma de corrupción: los medios no están exentos de corromper y/o ser corrompidos.

Cuando el periodismo se transforma en una herramienta de extorsión política todo cambia para una sociedad. Ingresa al estado de riesgo. Es el momento en que los propietarios de los medios descubren el valor superlativo de la herramienta comunicacional como formadora de opinión y se autoentronizan como “Cuarto Poder”.

Después están los periodistas. El “trabajo sucio de manipulación de la información” tentó a más de uno. En nuestra Argentina, el caso Lanata es paradigmático.

El fenómeno es mundial. Pudo haber nacido con buenas intenciones de Gutembert en 1440 (o quizá antes, con el chino Bi Sheng, en 1041) y fue plasmado en forma de periódico por Michael Van Isselt con aquel “Mercurius Gallo Belgicus” (el primer diario), pero que con el tiempo naufragó en su sana finalidad. Todo se fue trastrocando hasta ser lo que es hoy: una maquinaría de extorsión.

Los grandes medios, y las grandes cadenas de TV dan sobradas muestras de esto. Existe bibliografía al respecto: “Los Amos de la Prensa”, de George Selder, o “El poder y los grupos de presión”, de Douglas Catter.

En nuestro caso, la realidad indica que sobre esto se enancaron, de un tiempo a esta parte, los empresarios dispuestos a operaciones contra cualquiera de los miembros de los tres poderes insti-constitucionales del Estado República.

El tema es de gravedad institucional inusitada: Poder Ejecutivo (elegido popular y democráticamente), Poder Legislativo (elegido popular y democráticamente) e incluido el Poder Judicial (estructurado por el viejo poder oligárquico), todos jaqueados por la extorsión mediática.
Una serie televisiva norteamericana de los “80” anticipaba este riesgo. Se llamaba Max Headroom y la sacaron rápidamente de circulación. En esencia mostraba el control social a través de seguimientos vía satélite, cámaras activadas a control remoto, redes cibernéticas, publicidades subliminales para control mental, todo operando desde medios masivos monopolizados. La Argentina pretendida por Magnetto no dista mucho de aquella serie.

Si focalizamos la observación en el mayor grupo de “deformación periodística” –Clarín-, hay que afirmar que no nace de un día para otro. Es producto de un trabajo que se originó en la última dictadura, allá por 1976, y las primeras acciones fueron brindar sus servicios de “desinformación” al régimen y al poder económico que jugaba desde atrás y del cual formaba parte. Luego le sumó la criminal apropiación de “Papel Prensa”, con lo cual se controló al resto de la prensa. La autocalificación de “paladines de la libertad de prensa” le sirvió para controlar Adepa, el sindicato patronal, y ser uno de los socios importantes en la región del sindicato regional que aglutina a los dueños de medios (no a los trabajadores) llamado Sociedad Interamericana de Prensa.

En el caso de La Nación, la situación sólo se diferencia en antigüedad. Su fundador –Bartolomé Mitre- creó un medio y dejó como guardaespaldas a su “Tribuna de doctrina”, conforme el slogan que aparece debajo de la nota editorial diaria. Palabra clave: “doctrina”. Hasta hoy nadie sabe en términos de qué definiciones teóricas la alude, porque fue muy cuidadoso en envolverla con un halo de pureza.

Lo cierto es que la doctrina fue sentida por el conjunto social –con pocos beneficiados y muchos perjudicados, incluidos los intereses nacionales- y llevada adelante bajo la égida de sus cultores cuando tuvieron el control político del Estado desde 1880 hasta 1916; desde 1922 hasta 1943 y desde 1955 hasta el 2003. Sólo cambiaron de amo, pasando de ser “la perla más preciada de la corona británica” (1933) a los pasivos de glúteos abiertos en las relaciones carnales con Norteamérica (1990). Hoy, ambos –Clarín y La Nación- trabajan
concatenadamente.

Este modus operandi nace en 1930 (Golpe de Estado contra Yrigoyen). Se repite en 1955 (Golpe de Estado a Perón) y recibe su confirmación en marzo 1976. La operatoria consistía en denigrar la política hasta reducirla a politiquería. Su sustento ideológico se asentaba en que la verdadera política requería de actores y operadores “calificados” a cargo de un Estado insignificante que debía entregar al manejo privado las empresas y cuestiones públicas con una sola y clara intención: el beneficio sectorial. ¿Cómo se logró esto? Con la instalación de la duda en la sociedad sobre el accionar de cualquier político. Para eso se construyó un discurso sobre la “decencia, honestidad y eficiencia del accionar y la gestión privada”, algo que fue comprado como verdad revelada por la clase media.

Vuelta la democracia, primero fue controlar y condicionar a Alfonsín. Luego jugaron todas las fichas (con órdenes incluidas) a un Menem que desguazó las empresas del Estado con sus privatizaciones para beneplácito del establishment económico nacional e internacional. Pero no sólo contó con cobertura mediática para su impúdico accionar. También armó una Corte de Justicia a medida de los intereses oligárquicos. Cuando Menem ya no les sirvió, lo lanzaron a las fieras.
Lo que ciertos hombres de la justicia no sabían era la peligrosidad de sus socios mediáticos (especialmente de uno: Magnetto). Equivocadamente los políticos de la oposición tampoco midieron esto. Hasta que lo padecieron.

Este “cuarto poder”, luego de facilitar el desfalco “legal” del Estado de la mano de Menem, induce y produce el desastre económico en el gobierno de De La Rúa, que desemboca en el diciembre negro del 2001 con la fuga de las divisas que los bancos robaron a los ahorristas.

En el 2003, y en acuerdo con Kirchner (había llegado condicionado a la primera magistratura con el 22% de los votos), Magnetto controla sus apetencias. La presidenta Cristina Fernández decide cambiar las reglas de juego en materia comunicacional y allí comienza una guerra que llega hasta hoy.

Desde operaciones mediáticas para corridas bancarias, cautelares contra la ley de medios, extorsiones a Lorenzetti, presidente de la Corte Suprema, ventilando sus cuitas; fabricación de delitos –varios de ellos sin pruebas- a través de Lanata; constante insulto a la Presidenta; incitación a la violencia callejera y el uso de la muerte del fiscal Nisman, desde 2008 Clarín no paró en extorsiones. Con batallas ganadas, en 2009 y 2013, se envalentona y avanza, pero de pronto descubre la transitoriedad de los triunfos ante la ineptitud de la oposición que, según Lanata, “no junta un balde de bosta”.

Magnetto jamás se resignará. Junto a “personajes” del Poder Judicial, a quienes controla bajo amenazas de represalia, esta vez va por todo. ¿Que busca? Invalidar el sistema democrático ya que no se “ajusta” a sus intereses. Tucumán fue el ensayo. Castillo, en Catamarca, siguió con la operativa, aunque no sabemos si lo acompañará el FCS.
En Chaco, ni la ciudadanía ni la oposición se prestaron al juego. Para colmo su candidato -Macri-, por soberbia y limitaciones, actuó torpemente y al primer soplido –Fernando Niembro- su mentiroso castillo de “honestidad” comenzó a derrumbarse y el nodo de la mediáticamente gestión “honesta y eficiente” fue desnudada en burdos niveles de corrupción.

Es claro que Magnetto no renunciará a ninguna batalla con tal de instalar su dictadura propia. El control para la instalación de cierto totalitarismo, a medida de sus intereses, y el de sus socios –el poder económico concentrado- son sus objetivos. Es responsabilidad de la sociedad llegar al 25 de octubre sin entrar en provocaciones y con la firme decisión de defender este sistema que tanto costó recuperar y que tanto está costando afianzar por culpa de la miopía de una oposición que no logra entender el valor político de tener Patria.

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