La tragedia del ARA San Juan

sábado, 2 de diciembre de 2017 00:00
sábado, 2 de diciembre de 2017 00:00

Por Víctor Manuel Monti (*)

El desenlace fatal de la desaparición del submarino ARA San Juan no puede menos que hacernos reflexionar acerca de la actitud que es dable adoptar frente a estas circunstancias.

Como argentinos, como integrantes de este cuerpo nacional que nos contiene, a nosotros, a nuestros gobiernos,  y a los 44 tripulantes que seguramente se encuentran noblemente sepultados en las profundidades del Mar Argentino.

Son momentos de dolor y a la vez de orgullo  por los compatriotas que perdieron su vida en cumplimiento del deber, y también de asunción de una deuda con ellos mismos que tendremos que saldar en nuestro comportamiento como ciudadanos, en una actitud de duelo por las pérdidas acaecidas.


Es de esperar que esta tragedia no termine en una interminable polémica técnico-política, en donde cualquiera se sienta en condiciones de opinar, como si fuera un partido de fútbol, escenario del que la prensa, en sus distintas manifestaciones, no es ajena.

Que el análisis sea serio y responsable y en la medida que sirva para el esclarecimiento de los hechos, mas nunca para alimentar cierto morbo o especulaciones políticas o personales con que se exponen hechos trágicos que sacuden a la sociedad.


Por lo pronto, ya se comenzaron a escuchar distintas versiones, cuando todavía es un enigma lo que aconteció con estos desafortunados tripulantes, que cumpliendo un valioso deber profesional, hoy por hoy, están virtualmente desaparecidos.

Cabe respetar esta situación, tanto por la angustia que viven sus familiares, cuanto el eventual estado en que aquellos se encuentran y los momentos que pueden haber pasado.


Se trata de un cuadro trágico, producto a buen seguro de una actividad riesgosa como lo es la prestación de servicio en esta actividad, tanto por lo que ella es en sí mismo, cuanto por el estado que como es de público conocimiento se encuentra el equipamiento bélico argentino.

Quien abraza esta noble profesión conoce los riesgos que ello conlleva, lo que desde luego no excluye la responsabilidad –en caso que lo hubiera-, de los que tienen a su cargo el mantenimiento y demás de estos aparatos.


Empero, no parece saludable que, antes que discutir la adopción de medidas para evitar –o mitigar-, la repetición de estos accidentes incluso se politice la cuestión buscando culpables que no tienen nada que ver, descargando responsabilidades en los inferiores, olvidándose de procesos que vienen de años, armando novelas que cierta prensa presenta como hipótesis, cuando lo que se sabe es nada.

Quiera Dios prevalezcan la sensatez y el sentido común y no el ánimo del sálvese quien pueda ante el fantasma de los “costos políticos”, o la búsqueda de beneficios, también políticos.

(*) Abogado

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