Elecciones clave

Por Néstor Restivo.
sábado, 6 de octubre de 2018 00:00
sábado, 6 de octubre de 2018 00:00

La economía de Brasil está colapsada como nunca, quizá, desde la crisis de 1930. Pero la crisis política es también de tal hondura que, paradójicamente, nadie tiene tiempo para debatir, a escasas semanas de sus elecciones generales, cómo hará la mayor economía latinoamericana para salir de su pantano. Es que todos los actores están envueltos en el lodazal institucional provocado por el golpe parlamentario que derrocó, hace dos años, a la presidenta Dilma Rousseff y que luego continuó con el encarcelamiento, por una causa judicial más que polémica, del candidato presidencial y ex mandatario Lula Da Silva, quien si no hubiera sido proscripto y obligado a ceder su lugar a otro compañero candidato, Fernando Haddad, habría de ganar las elecciones del 7 de octubre según coincidían todas las encuestas.
Hasta 2013, el PIB de Brasil mostraba sus músculos en desarrollo, al cabo de varios años de gobierno del Partido de los Trabajadores, la única experiencia histórica de izquierda en un país mayormente conservador. Pero luego comenzó la debacle. En parte producida, al inicio del ciclo recesivo, por el propio gobierno de Dilma, que giró hacia un programa más ortodoxo. 
Brasil tiene una coyuntura muy distinta a la Argentina. No tiene gran problema con su sector externo. Luce un superávit comercial robusto (64 mil millones de dólares en 2017 y casi 30 mil millones en el primer semestre de este año) y el resultado en cuenta corriente de su balanza de pagos también es positivo (en el primer semestre de 2018, de 3 a 6 mil millones de dólares, o sea 0,4 por ciento del PIB, mejor que el año pasado), ambos datos según el último informe de la Cepal. A su vez, sus reservas monetarias rondan los 380 mil millones de dólares. Es decir, la “restricción externa”, problema central de la Argentina, no es obstáculo. La deuda sí creció mucho y ya es alta respecto del PIB, pero mayormente en reales y no en divisas duras. Pese a esa situación en sus cuentas externas, el estado de la economía de Brasil es tan desastroso durante el impresentable gobierno de Michel Temer como lo es en la Argentina de Macri.
El año pasado, Temer mandó al Congreso, que lo aprobó, un proyecto para congelar el gasto público por 20 años, algo insólito. Las consecuencias se sintieron de inmediato en una retahíla de recortes a la inversión social (en salud, educación, ciencia, pensiones, sueldos del Estado) que llevaron hasta el lamentable incendio por falta de mantenimiento de uno de los museos más importantes que había en Sudamérica el mes pasado, en Río de Janeiro. 
Un eje es la desnacionalización, que hizo que Electrobras vendiera sus distribuidoras al capital extranjero, que Petrobras hiciera lo propio a favor de Shell, Exxon, BP o las petroleras portuguesa y noruega con 70 por ciento de los campos del presal, o que Embraer se vendiera a la Boeing. También se desmanteló la construcción civil por la causa del Lava Jato y dará lugar, se supone, al ingreso de extranjeros en una industria que era muy poderosa. Y en lo social y laboral hubo también un retroceso muy notorio en términos de precariedad, la peor en décadas.
La revolución conservadora tiene el nombre de Jair Messias Bolsonaro, el candidato presidencial de la extrema derecha. Ex militar, prodictadura, con lazos con las poderosas iglesias brasileñas y quien, si al principio de su emergencia asustaba hasta a la derecha de su país, ahora lo tolera y lo abraza porque el candidato original del establishment, José Alkmin, del PSDB, no convence a nadie, no despega en ninguna medición de opinión pública. Si ganara Bolsonaro, ya saben que tendrá un programa neoliberal radical en lo económico (en lo social y político, será ultra reaccionario), con Paulo Guedes, quien continuaría el ajuste fiscal de Temer, aunque este debería ser revisado por los excesos y despropósitos que ha generado, y sobre todo la reforma laboral que buscó y logró por ahora disciplinar al mercado de trabajo y reducir tanto los salarios como el número de puestos laborales, revirtiendo los avances progresistas de los años de Lula que ya se habían comenzado a desandar al final del de Dilma.
Guedes quiso ser él mismo candidato, pero cerró filas con Bolsonaro. Es fundador del Instituto Millenium y se doctoró, cómo no, en la monetarista Universidad de Chicago. La revista Veja le preguntó recientemente qué iba a privatizar y contestó con tres palabras: “No hay límites”.
En el mercado financiero específicamente, no hay tanta confianza en Bolsonaro. 
Por su parte, el PT, que lleva como candidato a Haddad, debería ofrecer en un eventual gobierno entre un programa más amigable a los mercados, como hizo otras veces el partido de Lula en el gobierno, u otro más de avanzada. 
El PT ha tenido el problema que, al ser Brasil un país menos presidencialista que Argentina, y sin contar mayoría absoluta de votos, se ve obligado a tejer en el Parlamento alianzas con sectores conservadores, como fue el caso de la coalición con el PMDB, de Temer, en sus cuatro gobiernos de 2003 hasta el golpe de 2016. 
Los otros candidatos también siguen el mainstream neoliberal salvo acaso Ciro Gómes, quien coqueteó para quedarse con la candidatura del centro izquierda con un programa más afín al desarrollismo brasileño histórico, pero irá por fuera del PT, con el PDL (podría beneficiarse de la alta mala imagen que tienen los dos candidatos con mayores preferencias, Haddad y Bolsonaro, y podría llevar como ministro eventualmente a Nelson Marconi, de la Fundación Getulio Vargas), o la ecologista Marina Silva o, con muy pocas chances,  Guillermo Boulos, del Movimiento de los Sin Techo aliado al PSOL, el partido al que pertenecía Mariella Franco, concejala de Río asesinada este año en la escalada de violencia represiva que Bolsonaro y las Fuerzas Armadas brasileñas agitan. Los candidatos dependen mucho del posicionamiento que les da la televisión, de fuerte impacto en la opinión pública y completamente dominada por grupos de derecha y evangélicos.
En cualquier caso el cuadro económico y social es gravísimo.

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