Adiós a la Reina

sábado, 18 de agosto de 2018 00:00
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Por  Santiago Giordano

Rodeada de sus afectos en su casa de Detroit y con su música desde hace varios días sonando en las radios de todo el mundo como una manera de retener su presencia, murió Aretha Franklin. Tenía 76 años y estaba enferma de cáncer de páncreas, diagnosticado en 2010. Su última aparición había sido en noviembre del año pasado en Nueva York, cuando cantó para la Fundación Elton John contra el Sida. En marzo de este año canceló, por indicación de sus médicos, todos sus compromisos artísticos.

Apenas comenzó a circular la noticia sobre el declive de su salud, fueron innumerables las muestras de afecto hacia una de las artistas más celebradas de la cultura norteamericana de las últimas décadas. La iglesia de Detroit que su padre fundara y liderara, celebró una vigilia y durante estos días la cantante recibió las visitas de Stevie Wonder y del activista de los derechos civiles Jesse Jackson, en medio de una gran cantidad de mensajes de buenos deseos llegados de todos los niveles de la sociedad. “En uno de los momentos más oscuros de nuestras vidas, no podemos expresar el dolor en nuestro corazón. Hemos perdido a la matriarca y a la roca de nuestra familia “, expresó el comunicado que anunciaba la muerte de quien será recordada como la Reina del Soul.

Aretha Louise Franklin nació en Memphis el 25 de marzo de 1942. Su madre, Bárbara, era cantante de góspel y pianista y su padre, Clarence LeVaughn Franklin, un importante predicador bautista. En la ciudad ribereña del Mississippi, usina del gospel y el blues, la pequeña Aretha vivió hasta los 6 años, cuando su madre se fue de la casa.

Entonces, junto a sus hermanas Erma y Carolyn –que también se dedicarían a la música-, su hermano Cecil y su abuela paterna, Rachel, cariñosamente llamada Big Mama, se trasladaron a Detroit, donde el padre fue ministro de la New Bethel Baptist Church, una comunidad religiosa fundada por él mismo, que congregaba unos 4.500 fieles.

El reverendo Franklin fue un pastor carismático. Sus sermones llegaban a millones de personas a través de la radio y su figura era muy popular. Fue amigo y consejero de Martin Luther King, Jesse Jackson y otros activistas por los derechos sociales de los negros en Estados Unidos y con ellos protagonizó muchas de las batallas de esa época. Aretha y sus hermanos crecieron entre oraciones, reivindicaciones y música. Cantaban en el coro de la iglesia, donde Aretha también era pianista y la casa familiar era frecuentada por artistas como Mahalia Jackson, Clara Ward y Sam Cooke, que tendrían gran influencia sobre la futura estrella de la música norteamericana.

En ese tumulto de inspiraciones, aquellos fueron también años difíciles para la niña que crecía. En 1952 murió su madre, con la que a pesar de todo mantenía estrecho contacto. Y Aretha afrontó dos maternidades tempranas, con padres ausentes, que sin embargo no atenuaron su determinación de ser profesional en el mundo de la música. Tuvo su primer hijo, Clarence, a los 14 y el segundo, Edward, a los 16. Y con el tiempo, dos hijos más y dos matrimonios.

En la década de 1950, el productor de discos Berry Gordy intentó sin éxito incorporar a la cantante a la escudería Motown. Más tarde tendría el apoyo artístico de Clara Ward, Mahalia Jackson, James Cleveland y Sam Cooke para firmar un acuerdo con RCA. Pero finalmente fue John Hammond, el excéntrico descubridor y protector de talentos de la música negra, el que logró llevarla a Columbia.

Los primeros discos de Aretha aparecieron enseguida, pero la cantante tardaba en encontrar la manera de expresar su espíritu de cantante de soul y rhythm & blues. Tal vez estaba todavía demasiado pegada a los modelos que la habían formado, o tal vez los arreglos orquestales, aunque precisos y a veces suntuosos, no potenciaban su voz y su habilidad de pianista. Recién a principios de la década de 1960 comenzó a trazar su estilo personal con “Rock-a-bye Your Baby with a Dixie Melody” y más tarde con “If I Had a Hammer”, una canción de Pete Seeger, que Franklin interpretó en clave gospel. 

El año del gran salto fue 1966. Aretha se mudó al sello Atlantic, una de las grandes compañías discográficas independientes de posguerra, donde encontró mejor comprensión musical y pudo finalmente consolidar su propio estilo. Grabó entonces algunas de las que serían sus joyas musicales, entre ellas “I’ve Never Loved a Man (The Way I Love You)”, que da el nombre a su primer disco para Atlantic, donde está también “Respect”, de Otis Redding, que en su voz invirtió los términos del sentido del tema original –un hombre que pide respeto a su esposa- y se convirtió en un himno de reivindicación femenina. También ese año aparecieron en discos simples “A Natural Woman” y “Chain of Fools”, que terminaron de hacer de ella una de las mayores vendedoras de discos de la época y, más ampliamente, la incontrastable Reina del Soul.

A esa altura, su manera de cantar ya era inconfundible. Los Premios Grammy acompañaron una y otra vez cada uno de sus éxitos, que continuaron en los primeros años de los ‘70. 

En 1980, la brillante actuación en la película The Blues Brothers  -encarnó a una mujer que se rebela ante el marido guitarrista- la confirmó como una referencia del soul y el rhythm & blues. La década no dejó discos comparables a los anteriores, pero terminó con buenos resultados comerciales. 

Los ‘90 siguieron separándola de los éxitos del pasado. En 1993 y 1997 cantó en las ceremonias de asunción de Bill Clinton, en 1994 grabó con Frank Sinatra a dúo y en 1995 recibió un Premio Grammy a su carrera. En 1999 apareció From these Roots, su biografía, que no terminó de satisfacer las expectativas que había creado.

Entrado el nuevo siglo, Aretha era un símbolo de la música negra, del soul, del gospel, de una manera de cantar que superó los confines de la parroquia y se extendió al mundo. Y también símbolo de la industria discográfica en ese mundo que nunca termina de cambiar. 

Se fue, al cabo, la dueña de una voz superior y, sobre todo, de un ángel particular.

Su música quedará aquí.
 

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