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Comprometido con palabras y hechos

martes, 3 de diciembre de 2019 00:37
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Miguel Hesayne fue un obispo católico de palabra clara y precisa que acompañó siempre con sus manifestaciones públicas, pero sobre todo con gestos y actitudes comprometidas, a los más pobres, a los perseguidos, a los excluidos. Los escogió como sus preferidos y los puso en el centro de su preocupación humana y religiosa. En Argentina y en América Latina. Enfrentó a la dictadura militar, criticó con valentía también a los presidentes democráticos cuando consideró que no cumplían con sus obligaciones y tampoco tuvo reparos cuando necesitó discrepar con la propia institucionalidad eclesiástica católica para disentir con la mayoría de los obispos. Fue un vocero y un símbolo de “la otra Iglesia” sin abandonar nunca el espacio institucional. “El Turco”, como lo conocían sus amigos y discípulos, fue “signo de contradicción” dentro de la propia Iglesia pero, como él bien lo dijo en más de una ocasión, “nunca sacaré los pies del plato”. Lo hizo a pesar del costo que tuvo que pagar por ello.


Le tocó inaugurar su responsabilidad episcopal en 1975, poco tiempo antes de que la Argentina iniciara el triste periodo de la dictadura militar. Siendo entonces uno de los obispos más jóvenes y cuando la gran mayoría de sus colegas guardaron silencio cómplice frente a las atrocidades del régimen castrense, junto con los también obispos Jorge Novak y Jaime de Nevares, y al obispo metodista Federico Pagura, todos ya fallecidos, formaron un grupo de voces eclesiásticas disonantes que se alineó con los organismos defensores de los derechos humanos para denunciar las violaciones y compartir la lucha por verdad y justicia.
Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde fueron destinarios de sus cartas públicas para advertirles la necesidad de mirar la realidad de los pobres, combatir la corrupción y restablecer la justicia. Fue pionero en la crítica al neoliberalismo desde la doctrina social de la Iglesia y apoyándose en las enseñanzas del Concilio Vaticano II y del magisterio de la Iglesia latinoamericana.


También libró batallas internas dentro de la Iglesia Católica. Cuando sus colegas obispos insistían en “no meterse en política” mientras ellos mismo continuaban haciendo política tras bambalinas y negociaban con el poder, Hesayne gritó a voz en cuello que “la Iglesia debe meterse en política” pero, en este caso, para defender los derechos de los más pobres. Fue el primero de los obispos que anunció públicamente su convencimiento de que el obispo de La Rioja Enrique Angelelli había sido víctima de un atentado por parte de la dictadura. La institucionalidad eclesiástica guardó silencio entonces y apenas este año el papa Francisco reconoció el martirio de Angelelli. Para Hesayne, también para Novak y De Nevares, este fue un permanente motivo de conflicto en el seno de la jerarquía católica.


Desde la perspectiva estrictamente teológica y pastoral también fijó posiciones que lo distinguieron de sus pares contemporáneos. Transitó América Latina dialogando, acompañando y respaldando a los teólogos de la liberación y predicando que las llamadas comunidades eclesiales de base (las CEBs), pequeñas estructuras de base de la Iglesia reunidas en torno al compromiso cristiano, a la fraternidad y la solidaridad con el pueblo, constituían la semilla de “otra” Iglesia posible, para dejar atrás las grandes estructuras y movimientos, las parroquias cada día menos pobladas y apenas visitadas por feligreses perdidos en el anonimato.


Miguel, el Turco, el “padre obispo” como prefería que lo llamaran, fue amigo de sus amigos y solidario con los que, por cualquier motivo, enfrentaban todo tipo de sufrimientos. Lo hizo sin preguntar nunca lo que pensaban, creían o hacían. Y con todos ellos fue solidario, cercano, próximo. Con sentido sacerdotal, pero sobre todo con una enorme calidad humana que se ubicó siempre por encima de coincidencias o diferencias.

(*) Periodista - docente universitario

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