Columna de opinión

La necesidad de un nuevo, racional y moderno sistema penal sin mitos ni odios

lunes, 18 de marzo de 2019 02:28
lunes, 18 de marzo de 2019 02:28

Desde hace muchos años se viene planteando por parte de distintos sectores del poder político el debate tendiente a endurecer el castigo de quienes incurren en conductas delictivas. Justifican su postura en ideas prácticamente de guerra: “hay que ganar la guerra contra los ‘delincuentes’, contra las drogas, contra los niños infractores a la ley penal”, etc., etc. 

La belicosidad con que se plantea actualmente “combatir el delito” por parte de sectores de la política nos conduce a un solo resultado: “generar pánico social a través de promesas sin respuestas o, en todo caso, destinadas al fracaso”.

Deberíamos preguntarnos: ¿acaso no fue así desde la reforma Blumberg y otras más recientes?, se endurecieron las penas, ¿pero hubo disminución del delito? 

Sin lugar a dudas, esta política de mano dura no trajo resultados satisfactorios para una sociedad que día a día clama por mayor seguridad. Muy por el contrario, acarreó mayor incertidumbre en cuanto a cómo abordar la problemática del delito. Sin embargo, con respecto a esa problemática -que a mi parecer debe ser afrontada a partir de respuestas serias y eficaces que tiendan a erradicar los factores externos como la pobreza, exclusión, marginalidad, estereotipos, entre otros que pueden llegar a dar origen al delito- desde los sectores del poder político la única solución posible se visibiliza a través del castigo punitivo. 

Ahora bien. Si estas políticas retributivas han sido un claro fracaso, ¿qué lleva al poder político a insistir en aplicarlas como solución al problema del delito? 

La explicación a esta situación es casi obvia: quedan muy pocos espacios libres, espacios de exposición pública para los políticos como figuras políticas y para los partidos. Cuando la meta dominante de la vida es el dinero y la idea dominante es que una economía de mercado no regulada es el camino para alcanzar esa meta, en semejante sistema el delito se vuelve el espacio principal que le queda a la política. Aquí es posible presentarse a sí mismo como persona merecedora de votos, con valores comunes a la mayoría de la población de asiduos consumidores.
Entonces, la incertidumbre constante de la ciudadanía, los frecuentes cambios y la caída de calidad de vida en los segmentos más vulnerables de la población caracterizan la desregulación del mercado de trabajo. Este panorama de incertidumbre es silenciado mediante promesas políticas sobre severas medidas a ser tomadas contra los “delincuentes”, un término que gradualmente ha devenido en eufemismo para referirse a lo más bajo de las clases bajas, un término que puede transformarse en eufemismo para referirse a las clases peligrosas que viven en villas, asentamientos o determinados sectores barriales. Con estos cambios, la situación está lista para condiciones similares a las de una “guerra”, tal como se advirtió anteriormente.

Es fundamental que en nuestro país se comiencen a desmitificar algunos mitos que no son tales, al menos la realidad cotidiana lo demuestra palmariamente, realidad que se coteja con los datos estadísticos recabados por instituciones a través de investigaciones elaboradas con una excelente base cuantitativa y cualitativa. 

Hoy en Argentina abundan en los establecimientos penitenciarios personas privadas de libertad sin condena, aun inocentes y en condiciones denigrantes que deshumanizan, o sea, que el sistema carcelario, además de procesar carne humana, procesa carne inocente en mayor proporcionalidad que condenados, sin embargo, se afirma que los “delincuentes” entran y salen producto de la “puerta giratoria” que habilita la Justicia, lo cual es irreal, absolutamente irreal.

Por otra parte, lo que no dicen estas políticas punitivas o retributivas de la venganza y del ojo por ojo provenientes de sectores políticos que se enrolan en la mano dura es que el origen de esos delitos, o de las conductas que pueden desembarcar en acciones delictivas, no está en el contenido de las normas, sino en la ausencia de políticas públicas que el propio poder político debe elaborar diariamente para disminuir la enorme brecha de desigualdad que existe hoy en nuestra sociedad. 

Si tenemos un sistema penal menos o más duro e inflexible, no garantiza que la “inseguridad” vaya a disminuir, no pasa por ahí el debate de la cuestión (o al menos no debería), sino en mayores oportunidades sociales, en garantizar los derechos fundamentales de las personas y, eso sí, en devolverle al sistema penal un mínimo de racionalidad normativa y de humanidad que actualmente la legislación punitiva vigente no ostenta, pues nadie puede discutir que durante años el actual Código Penal Argentino es -hasta donde conozco- no sólo el más viejo del mundo, sino además, el más duro de la región, incluso habiendo incorporado penas más duras y a pesar de ello no solucionó el problema del delito; muy por el contrario, desocializó mucho más de lo que resocializó, si es que se puede llegar a sostener que en la realidad carcelaria actual alguien que lamentablemente deba pasar por allí pueda llegar a resocializarse.

Resulta fundamental en nuestro país un nuevo sistema penal que no sea fruto de una construcción cargada de mitos, eufemismos y odio, sino que realmente sea de última necesidad, racional y proponga medidas alternativas de solución del conflicto entre víctimas y victimarios. Lo demás es sólo garantizar los derechos fundamentales de las personas para disminuir el delito.

(*) Rodrigo Morabito, Juez de Menores de Catamarca, miembro de la Asociación de Pensamiento Penal.
 

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Comentarios

18/3/2019 | 22:57
#149006
Lo que se necesita es una justicia expréss. En los delitos menores. infraganti, la condena debe ser en el acto, sin tanto rito legal. Hay mucho chicaneo de los abogados que terminan siendo los únicos beneficiados por las consecuencias del delito.

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