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Estrés y memoria

domingo, 31 de marzo de 2019 00:55
domingo, 31 de marzo de 2019 00:55

Hipócrates, en el siglo IV antes de Cristo, ya se había dado cuenta de que estamos expuestos a fuerzas perturbadoras que afectan nuestro bienestar, pero también sabía que estamos provistos de mecanismos que nos permiten restablecer el equilibrio perdido. Muchos siglos después, el fisiólogo húngaro-canadiense Hans Selye, luego de experimentar con animales durante mucho tiempo, publicó su célebre trabajo sobre un síndrome que se producía ante diverso tipo de agentes nocivos. En dos páginas describió el “síndrome general de adaptación o estrés”.


En forma resumida, podemos decir que la respuesta de estrés se activa cuando enfrentamos situaciones de peligro o incertidumbre y para ello utiliza, entre otros, dos mediadores químicos: el cortisol y las catecolaminas. Los efectos de éstos dos importantes mensajeros cerebrales los podríamos resumir en dos palabras: Energía y Memoria.


La respuesta de estrés en forma aguda aumenta la energía disponible, haciendo que la glucosa se mantenga fuera de las células; de esto es responsable el cortisol. Esta energía extra disponible nos va a permitir actuar con más rapidez y eficiencia en caso de necesidad. Las catecolaminas (adrenalina y noradrenalina) aumentan los niveles de alerta y, al mismo tiempo, actúan sobre dos estructuras cerebrales fundamentales para fijar un recuerdo del evento estresante, que son la amígdala y el hipocampo. 
Diversos experimentos, tanto en animales como en humanos, demuestran que cuando un sujeto es sometido a una situación estresante, la capacidad de registrar en su memoria los acontecimientos posteriores está fortalecida.


La naturaleza, en su infinita sabiduría, nos dotó a través de la evolución de la capacidad de lidiar con los peligros y, al mismo tiempo, de guardar un recuerdo de los mismos que nos servirá para estar prevenidos, reconocer y enfrentar en forma más eficiente situaciones semejantes en el futuro. Esta facilitación de la memoria se produce mejorando la conectividad de las neuronas. La amígdala es responsable de la respuesta de alerta, por eso es necesaria su activación para el aprendizaje; el hipocampo es una especie de GPS mental que nos provee de un “mapa cognitivo”, el que nos permite ubicarnos y, también, ubicar nuestros recuerdos. Esto fue descubierto con el famoso caso HM, una persona a la que se le extirparon ambos hipocampos para tratarlo de una epilepsia muy grave, luego de lo cual, nunca más pudo recordar algo nuevo. Quiere decir que una dosis moderada de estrés, favorece la memoria, pero también sabemos que el exceso del mismo la afectará en forma negativa.


La repetición de las situaciones desafiantes con la permanente elevación de los mediadores del estrés, produce el denominado fenómeno de “wear and tear” o desgaste por el uso. Los efectos del estrés, si los representamos en una curva, toman la forma de una U invertida. Todos los parámetros que se movilizan ante la respuesta de estrés -que son muchos más que los que hemos mencionado- en un nivel inicial y en  una “dosis” baja, tienen efectos positivos que nos permiten lidiar con la amenaza. Pero, si las situaciones de estrés se prolongan o se repiten en el tiempo, estos efectos se tornan negativos: la parte descendente de la U invertida.


Por esta razón, cuando las situaciones estresantes se acumulan, las dificultades para concentrarse y los trastornos de  memoria suelen ser un signo importante a detectar. Olvidamos las cosas, nos cuesta concentrarnos en el trabajo e incluso el entretenimiento. De allí que sea importante, junto con los chequeos clínicos anuales, chequear también cómo están nuestros niveles de estrés y memoria, a través de una evaluación interdisciplinaria específica con diversas pruebas que detecten síntomas de estrés, ansiedad y depresión. Por otro lado, la evaluación neuropsicológica permite detectar problemas de memoria y en otras funciones cognitivas. La adecuada valoración de éstos resultados por parte de un profesional, permitirá tomar las medidas adecuadas.


Siempre es bueno recordar que la vida sana en general previene los efectos del estrés y que lo que es bueno para el corazón, es bueno también para el cerebro. 

(*) Médico psiquiatra. Director Médico del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO).

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