Correo y opinión

Angelelli, guardián y ejecutor de secretos conciliares

jueves, 2 de mayo de 2019 00:49
jueves, 2 de mayo de 2019 00:49

Para poder entender el cómo y por qué los mártires riojanos llegan a ser beatificados, primero se debe conocer, aunque sea de manera somera, la historia de la iglesia católica como institución universal, sus leyes y objetivos.


El desconocimiento, por parte del hombre común, de palabras como “concilio” o “derecho canónico” está presente en muchos creyentes que solo se mueven por una cuestión de fe. Resulta hasta cierto punto comprensible. En sus fantasías, estos términos juegan como mágicos y solo asociados a lo metafísico. Nada más alejado de la verdad y la realidad terrenal.


Concilio es una asamblea de autoridades religiosas donde participan obispos y otros eclesiásticos, hombres comunes que optaron por practicar y predicar el amor al semejante, a la justicia social, a la solidaridad, fomentando la hermandad entre los hombres, valores inculcados por Jesús, aquel que dijo ser el hijo de Dios hecho hombre en esta tierra.


En este caso, los concilios a los que me refiero están organizado por la Iglesia Católica. En ellos se delibera sobre materias doctrinales y cuestiones disciplinarias. Cuando es Ecuménico la participación se abre a representantes de todo el mundo.
Uno de ellos fue el Concilio Ecuménico Vaticano II (lugar donde se desarrolló). Convocado por Juan XXIII (1962-1965), en principio lo presidió él mismo hasta finalizar su primera etapa: otoño de 1962. Las tres sesiones siguientes, que concluyeron en 1965, fueron convocadas y presididas por Pablo VI, su sucesor. En este Concilio estuvo Angelelli, el que luego sería obispo riojano.


Si bien es cierto que el poder eclesiástico tradicional y conservador enquistado en el Estado Vaticano, logró finalmente torcer -en partes- las resoluciones finales que surgieron de aquel encuentro, no es menos cierto que en ese Concilio aparecieron figuras extraordinarias como la del arzobispo brasileño Hélder Cámara, aquel que inmortalizó la frase: “Cuando doy comida a los pobres, me llaman santo. Cuando pregunto por qué son pobres, me llaman comunista”.


El “Vaticano II” fue un concilio pastoral, no dogmático. De esto da cuenta “GAUDIUM ET SPES”, aquella CONSTITUCIÓN PASTORAL que surgió en aquel encuentro y del cual extraigo algunos conceptos para entender la pastoral social que llevó adelante Enrique Angelleli, acompañado por el sacerdote profeso de la orden de frailes menores Carlos de Dios Muria, el presbítero y misionero francés Gabriel Longueville y el laico Wenceslao Pedernera, todos ellos asesinados por la última dictadura militar. Hoy, gracias a la gestión del Papa Francisco, beatos de la Iglesia Católica.


“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente más humano que no encuentre eco en su corazón... Es la sociedad humana la que hay que renovar.”


“Al proclamar el Concilio la altísima vocación del hombre y la divina semilla que en éste se oculta, ofrece al género humano la sincera colaboración de la Iglesia para lograr la fraternidad universal que responda a esa vocación. No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido”.


 Enrique Angelelli respetó esto. Se alejó de la pompa eclesiástica. Renunció en vida a todos los símbolos del poder eclesiástico y se puso a caminar a la par de los pobres, a servir al pueblo pobre, al humilde pueblo riojano, pueblo injustamente castigado por el sistema imperante donde prevalecía la injusticia social. Angelelli trató de llevar un poco de dignidad para esas vidas tan castigadas por el olvido de gobiernos y de egoístas clases sociales.


Pero esta decisión tomada por Angelelli tiene que ver con algo muy especial que ocurrió en aquel cónclave Vaticano II. 
Hélder Cámara fue uno de los proponentes y signatarios del Pacto de las Catacumbas, un documento firmado por cerca de 40 padres conciliares el 16 de noviembre de 1965, después de celebrar juntos la Eucaristía en las Catacumbas de Domitila, en Roma. Entre esos 40 curas estuvo Enrique Angelelli. En ese pacto los curas firmantes se comprometieron a caminar con los pobres asumiendo un estilo de vida sencillo y renunciando a todo símbolo de poder.


Entonces, la beatificación de los cuatro mártires riojanos que se dio en esa conmovedora ceremonia que tuve la suerte de vivir y experimentar el pasado el 27 de abril pasado en la hermana provincia, al pie del Velazco, presidida por el cardenal Gionvanni Angelo Becciu, enviado especial del Vaticano, una vez más no fue un hecho casual y fortuito. 


Es la resultante de aquel pacto conciliar secreto que firmó el obispo riojano junto a Hélder Cámara y que Angelelli juramentó respetar y ejecutar diariamente con su voto de pobreza cristiana sin dejar de lado nunca ese pelea contra el sistema que sea, buscando un poco de dignidad humana para los pobres, para los que menos tienen, para los sufrientes que padecen la indiferencia humana frente a todo acto de injusticia social.


Tampoco fue un hecho casual y fortuito que esta bendición celestial bajada de la mano de un Papa argentino como Francisco se haya dado como un canto de esperanza exclamado desde este NOA rebelde y federal, cuna de Güemes, Facundo, Varela y el “Chacho” Peñaloza prorrumpido como señal de alerta al ver sobrevolar sobre la Patria vientos destructivos y traidores desde hace algunos años. 


La rechifla generalizada de la multitud ante la sola mención del nombre de la vicepresidenta de la Nación presente en la ceremonia da cuenta de quién es quién en estás horas aciagas para nuestro pueblo que, con fe y devoción, fue a agradecer a los cuatro mártires riojanos.


La rechifla no fue un signo de violencia, un acto de barbarie. Fue un soplido multitudinario lleno de indignación frente a una oprobiosa gestión de gobierno –el nacional- que hizo de la burla sobre desgracias ajenas un constante comunicacional.
No quiero dejar de expresar el orgullo que me produjo escuchar y saber de la presencia de la gobernadora de mi provincia, compañera Lucía Corpacci, en tan magno acontecimiento. Fue una brisa refrescante para alguien que estaba trabajando, registrando el histórico momento bajo un otoñal pero ardiente sol riojano.
 

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