Ex cinere

sábado, 4 de mayo de 2019 00:42

Por Osvaldo Martinetti (*)

Dos golpes casi simultáneos hirieron de muerte al Crucero A.R.A “General Belgrano”. Era mayo de 1982 y dos torpedos disparados por el submarino nuclear británico Conqueror marcaron el punto de no retorno de la Guerra de Malvinas. 

Un tercer torpedo explotó cerca del Destructor A.R.A “Bouchard”, que junto al Destructor A.R.A “Piedrabuena” conformaban un grupo de ataque ubicado al sur de Malvinas.

No hubo, luego de este ataque demoledor, ninguna posibilidad de retroceso, ni de negociación, ni de acuerdo. Sólo la guerra.
El viejo crucero, veterano de Pearl Harbour, fue noble hasta el fin. Su acero devastado resistió más de una hora, antes de hundirse. Todos los tripulantes que habían sobrevivido a las explosiones pudieron abandonar el buque y casi todos ellos pudieron ser posteriormente rescatados con vida, en medio de un fuerte temporal.

La rústica propaganda de la época intentó presentar este acto de guerra como una agresión artera e innecesaria de las fuerzas británicas, dado que los buques atacados navegaban claramente por fuera de la zona de exclusión establecida por el gobierno de Margaret Tatcher. 

La verdadera historia, por cierto menos conocida, revela algo diferente. La noche anterior estuvo a punto de ejecutarse un ataque contra la flota británica. Los cazabombarderos del Portaviones A.R.A “25 de Mayo”, operando desde el norte de Malvinas, iban a descargar sus bombas sobre la flota inglesa, cuya posición se conocía. Al mismo tiempo el crucero y los dos destructores ingresarían dentro de la zona de exclusión desde el sur, para distraer y eventualmente atacar a las fuerzas navales enemigas.

Este ataque debió postergarse por razones fortuitas: los aviones necesitaban que soplara algo de viento sobre la cubierta del portaaviones para poder decolar con su carga de bombas. Uno de los mares más tempestuosos de mundo amaneció ese día en calma, obligando a postergar la operación. 

En esa actitud de alerta y crispada espera se encontraba el crucero cuando fue atacado. Su tripulación tensa y preparada para combatir. El Crucero A.R.A “General Belgrano” fue un blanco legítimo porque representaba una amenaza potencial, cierta e inminente para la flota británica.

Por ese motivo, presentar a sus tripulantes como víctimas de un ataque a traición es quitarle significado y valor a su sacrificio de soldados. 323 tripulantes murieron ese día. Casi la mitad de las almas que se llevó la Guerra de Malvinas.
Otros 770 pudieron ser rescatados en los dos días siguientes, en una de las operaciones de salvataje en el mar más difíciles y exitosas de la historia naval.

Nuestro enemigo de entonces se portó con decoro: mientras buscábamos y rescatábamos a los sobrevivientes, el submarino Conqueror pudo haber atacado con facilidad a los buques empeñados en esa tarea. Sólo observó desde lejos.
“EX CINERE” era el lema que coronaba al escudo de armas del Crucero A.R.A “General Belgrano”. Significa “de las cenizas”, en latín. 

De las cenizas de la derrota, el espíritu de nuestro viejo y querido crucero ha brotado una y otra vez. Sus sobrevivientes también emergieron simbólicamente de esas cenizas. Ateridos de frío, cubiertos de petróleo, quemados o heridos, le fueron arrancados a un mar furioso. Nunca perdieron la dignidad pertinaz del guerrero.

Sus muertos han inspirado con su sacrificio a las generaciones de marinos que los sucedieron y algunas veces también, al resto de sus compatriotas.

Si queremos rendirles homenaje, aceptemos entonces que no hubo ataques arteros ni pérfidas traiciones. 
En un combate desigual pero legítimo, ellos ofrendaron sus vidas como corolario de la vocación que los honró con el título de Hombres de Mar.

(*) Capitán de Navío (re). Veterano de la Guerra de Malvinas. Ex tripulante del Destructor A.R.A “Piedrabuena”, encargado de la búsqueda de los sobrevivientes.

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