Odiadores: la pesada mochila del fracaso

martes, 20 de octubre de 2020 00:32
martes, 20 de octubre de 2020 00:32

En la atípica recordación del Día de la Lealtad –por razones de público conocimiento- el presidente de los argentinos, Alberto Fernández, dijo de manera enfática que “a esta Argentina la vamos a curar sin odio”. Es que la primera autoridad del país sabe que hay mucho odio dando vueltas por ahí y que los odiadores se multiplican día a día. Al hacer referencia a su gestión, Fernández sostuvo que “nos paramos primero al lado de los que más necesitaban. Como dice el Papa Francisco ´primero los últimos´. Si uno abandona a esos últimos, esa sociedad nunca va a ser valiosa, va a ser de injustos”. Enorme desafío presidencial teniendo en cuenta que los pícaros (¿o tontos, en realidad?) que viven de la política encontraron una vuelta más de tuerca para ganar plata sin trabajar. El club del odio sigue creciendo porque, está comprobado, es un buen negocio; “garpa” bien, como dicen los muchachos. Solamente es cuestión de odiar y no andar con chiquitas. De descalificar al ciudadano que piensa distinto y que ha pasado a ser el peor enemigo. De agredir, insultar y despreciar al que está en la vereda de enfrente. Va con ello la utopía de instalar el pensamiento único, que se escuche una sola voz y todos formen fila en el mismo ejército del autoritarismo. El presidente Fernández fue claro y terminante: “Empezamos un tiempo distinto, el tiempo de la reconstrucción argentina”. Ardua tarea la que le espera: nada se podrá construir o reconstruir desde el odio. Ese es el más grande peligro que deberá sortear porque está rodeado de odiadores. De kirchneristas y macristas que han hecho del odio una práctica diaria y que se manifiesta a través de los medios de comunicación y de manera especial por las redes sociales. Hay que odiar. Esa es la cuestión. Porque es un buen negocio.

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Se sabe, los odiadores son bien conocidos entre nosotros. Porque de eso se trata: hay que gritar fuerte todo el odio posible…y después pasar por ventanilla. A cobrar por odiar. Una mañana cualquiera párese en la esquina de Rivadavia y San Martín y, como oteando el horizonte, mire hacia el sur de la peatonal. En medio del gentío, los odiadores se destacan por la abultada mochila del fracaso que no pueden disimular. Son inconfundibles. Jamás jugaron de titular en ningún equipo de la vida. Siempre necesitaron de intrigas y tretas para ganarse un lugarcito en el poder político de turno. Y muchas veces lo logran. De ahí en más, el “trabajo” es simple: levantar el dedo acusador y señalar que fulano es así, que mengano tal cosa y, para ponerle un poquito de picante, una buena cuota de odio para que la cosa esté bien condimentada. Son los bien llamados filibusteros de la política. Odian y pasan por ventanilla. Nada gratis ni por “amor a la camiseta” (algunos se volvieron coleccionistas de casacas). Ni hablar de ideales y convicciones. Lo único que importa es odiar, hacerse notar y después facturar. Cuentan que después de presidir el actor por el Día de la Lealtad, el presidente Fernández fue invitado a presenciar un partido de “fútbol 5” entre los seleccionados de odiadores kirchneristas y macristas. Por un lado, bajo la conducción técnica de Cristina y Hebe como ayudante de campo, el equipo salió a la cancha con 

Dady Brieva, Diego Brancatelli, Luis D´Elía, el actor Oscar Rizo y Leopoldo Moreau. En el vestuario, D´Elía arengaba a sus compañeros: “¡amor, amor, mucho amor!” y por lo bajo le decía a Brieva: “hacé la tuya…la más baja a la altura del cogote”. En el otro vestuario, el equipo dirigido por Patricia Bullrich y Lilita Carrió entraba en calor: Baby Echecopar, Eduardo Feinmann, Alfredo Casero (un poco fuera de estado), Mauricio Macri y Fernando Iglesias. Fue empate sin goles. Hubo diez lesionados graves. Al otro día, todos pasaron por ventanilla. Tarea cumplida. ¡Ta´ lindo así!

Kelo Molas 

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