Diego era pueblo. Los poderosos sobre todo del futbol y del periodismo dominante que relejaban parte del poder siempre quisieron   comprarlo, para que quienes nos mirábamos en el supiéramos que todos, más tarde o más temprano, se arrodillan ante las mieles del poder.  Y el más famoso de todos engullido por el sistema debía ser ejemplo de sumisión.  Mala tos le siento al gato. Diego nunca se arrodillo ante otro humano aun sin conocer donde vivía, así sea el Papa, que, al hacerlo un día, dijo: “Cuando entre al Vaticano y vi todo ese oro dejé de creer”, sea Bush mandamás del gran imperio osicando en el ALCA, sea Blatter maniobrando en la FIFA contra los jugadores de todo el planeta, sea el que sea. Tenía su mundo y no lo cambiaba por nada ni nadie del mundo. Era el más famoso que no pudieron disciplinar. Barro puro no fango como decía Macri que pisaba en la Bombonera. Fue pueblo.  Nadie se engañaba al respecto.   ADN y firma de villero que jamás olvido de dónde venía, ni se avergonzó de ello para orgullo de millones de desposeídos.  Porque el que puteó al aire a los italianos en su estadio por silbar nuestro   himno en aquel mundial, roció al mundo con lluvia de pueblo y de patria, pero hay que decir que   siempre fue más lluvia de pueblo que otra cosa. Siempre fue Fiorito, sosteniéndolo allá arriba, en lo más alto reivindicándolo no pisoteándolo. Sabía de dónde venía: “Yo nací en un barrio privado. Privado de luz, de agua, de TE y de gas”. Lo sabían todos los que lo amaban y los que los odiaban. Pero en la tribuna de los hambrientos mirándolo gambetear contrarios, eran felices aun sin comer. Ningún otro les ofreció semejante plato de sopa. Provecho Diego Armando Maradona.

Autor: Guillermo Rivas 
DNI: 8.043.105 
(belicho para mas datos)