El caudillo actual y su eternización en el poder
Lo que nos ocurre en la actualidad es la consecuencia de venir repitiendo la misma historia de más de 200 años del ejercicio del poder en nuestra Patria, sin entender que esa historia es una ciencia que explica el porqué de los hechos desgraciados y el cómo se podrían prevenir y reemplazar por otros felices, debido a que entre el pasado y el presente hay una filiación tan estrecha que, juzgar el pasado no es otra cosa que ocuparse del presente.
La mayoría de las ideas y conceptos de este escrito tienen como fuente los libros “Facundo” de Domingo Faustino Sarmiento y “Grandes y pequeños hombres del Plata” de Juan Bautista Alberdi que en la actualidad política adquieren vigencia y eso me permite concluir que repetimos nuestra historia desde hace más de 200 años cuando al frente del pueblo se pusieron los caudillos, como jefes de las masas, elegidos directamente por ellas, sin injerencia del poder oficial, en virtud de la soberanía de que la revolución ha investido al pueblo todo, culto e inculto; es el órgano y brazo inmediato del pueblo, en una palabra los caudillos son los favoritos de nuestra democracia.
En su obra, Alberdi cita a Mitre, quien define a los caudillos diciendo: La verdad es que no tienen partido; que ni son demócratas, ni republicanos, ni aristócratas, ni monarquistas, sino bastardos de todos los sistemas de gobierno. Son egoístas y nada más. Su partido es su persona, su política, la industria que les da el pan. Como el comerciante, pero sin la lealtad de comerciante, están por todo sistema, con tal que les rinda ganancias. La política es cosa seria para ellos en calidad de industria que hace vivir, como la agricultura. Si son políticos de buena fe, es en el sentido de negociantes de buena fe. No trampean sino que venden lealmente el país y la libertad.
Al caudillo de las campañas le sigue el caudillo de las ciudades que se eterniza en el poder, que vive sin trabajar, del tesoro del país, que fusila y persigue a sus opositores, que hace guerras de negocios, pero todo en forma y en nombre de la ley que, en sus manos, es la lanza perfeccionada del salvaje. No mata con el cuchillo, pero destroza y desbasta el sofisma que es su cuchillo. No es el caudillo de chiripá, pero es el caudillo de frac (traje de la época), es siempre bárbaro, pero bárbaro civilizado. Su divisa es civilización y barbarie, es decir las dos cosas unidas, formando un solo todo: una civilización bárbara, una barbarie civilizada.
Como dice Alberdi, los caudillos de las ciudades son una calamidad profunda que atacan las instituciones, la Constitución, los códigos, los intereses más vitales y durables del país, y sus estragos quedan permanentes por años y años, en el fondo de la sociedad misma; son el crimen inteligente, instruido, calculado por principios, fría y metódicamente.
Lo que es nuevo y magnífico es matar, empobrecer y desolar países florecientes en nombre de la civilización y del progreso; y este es el atributo original y distintivo del caudillaje letrado de las ciudades argentinas el que al haber durado tantos años ha parecido un modo de ser natural de la sociedad argentina.
La historia demuestra que la forma en que ejercen el poder nuestros políticos contemporáneos no difiere demasiado de la forma en que los caudillos ejercieron el poder desde hace más de 200 años, es por ello que a nadie le puede sorprender o llamar la atención las decisiones de los gobiernos del signo político que sean, ya que todas tienen la esencia del caudillaje, demostrando, con su conducta, que sus palabras simplemente son utilizadas para ocultar sus verdaderos pensamientos e intenciones.
En síntesis, el Caudillo actual hace años intercambia victorias políticas que no responden a su propio merito, sino debido a la tiranía del número y a la imbecilidad de sus adversarios de turno, pero no advierte que al ejercer su poder puede obtener importantes riquezas, enormes beneficios, ventajas inmediatas, ganar victorias resonantes, sojuzgar y aplastar a sus adversarios, pero nunca podrá trascender en la vida pública, ya que en todos sus actos no se encuentra la grandeza del estadista que lo haga perdurar en la historia y lo más grave es que el Caudillo tampoco advierte que esa forma de hacer política lleva implícita el germen de su futura derrota y olvido que se produce cuando el pueblo adquiere conciencia que todas sus glorias fueron simplemente victorias miserables en su propio beneficio y no tarda mucho tiempo en remplazarlo, desgraciadamente por un nuevo caudillo, originando un ciclo interminable de fracasos.
Lucio Miguel Montero
Abogado MP 1575