Carta al Director

A 80 años de la muerte del Padre Lobo, otro catamarqueño postulado como Santo en el Vaticano

sábado, 26 de noviembre de 2022 00:54
sábado, 26 de noviembre de 2022 00:54

Se cumplieron, el 20 de noviembre, 80 años del fallecimiento de un catamarqueño ilustre: Fray Antonio de Jesús Lobo, conocido en su época como el Padre de los Pobres, o simplemente el Padre Lobo.

Y aunque, por reprochable silencio u olvido de sus comprovincianos su nombre no sea hoy muy conocido, es importante destacar que es uno de los dos únicos hombres que en nuestra provincia tienen un proceso en el Vaticano para hacerlos Santos que son el padre Lobo y el Padre Esquiú.
Pero veamos brevemente quién fue. Nació el 11 de octubre de 1873, en el muy rico hogar de Don Isidro Lobo y Doña Mercedes Moyano.

Cuando tendría unos seis años fue un día al Convento a solicitar su ingreso para ser fraile, solo y con una toalla como equipaje. El hecho que parece algo gracioso, ya marcaba su perfil: no necesitaba más que un elemento de higiene para vivir y servir. Ya se vislumbraba su extrema humildad. El 11 de diciembre de 1890, a los 17 años, viste el hábito de novicio adoptando desde entonces el nombre de “Fray Antonio de Jesús”.

Tenía una gran devoción por Fray Mamerto Esquiú, sacerdote amigo de su familia y que visitaba con frecuencia la casa paterna de Fray Antonio. Fue su ejemplo y el inspirador de una vocación profunda por la vida franciscana. 

Nadie sospechaba al estar con él que, bajo el sencillo hábito de fraile, púas de acero se incrustaban en sus carnes torturándolas con crueldad, dejando profundas y dolorosas heridas en su cuerpo, para purgar sus pecados y sacrificarse por los pecados ajenos.

Le llamaban el Padre de los Pobres: “Los canillitas, los lustrabotas, los chicos de la calle fueron sus protegidos y beneficiados y por medio de ellos hacía llegar la ayuda a sus pobres hogares” decía Fray Luis Cano y les regalaba con golosinas y panecillos que llevaba escondidos entre los pliegues de su hábito. Vivía en una austera y pequeña celda del Convento en una cama sin colchón.
 Para el día de San Antonio, el Padre Lobo congregaba en el Convento a una gran cantidad de pobres a quienes casaba, y daba otros sacramentos, luego de lo cual ofrecía un banquete al que asistían más de cuatrocientas personas. Allí también les hacía reparto de ropas y calzados que él recolectaba.

Estuvo postulado para Obispo de Catamarca.

En la Catamarca de entonces se le conocían muchos hechos extraordinarios como aquel cuando fue a visitar a un señor que agonizaba, ya desahuciado. Entonces llegó un vendedor de cuadros con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, pero le dicen que no, sin embargo, el hombre vuelve e insiste. El Padre Lobo indica que le compren un cuadro que bendice y coloca en la cabecera de la cama. El enfermo recobra totalmente la salud. Los médicos no tienen explicación científica, y la familia asegura que el Padre Lobo hizo el milagro.

También se sabía que conocía con anticipación a la noticia, la muerte de frailes en conventos distantes, o que al estar con alguien le anticipaba que vendrían a buscarlo para dar la Extremaunción o socorrer a algún enfermo que pidiera su presencia o como cuando supo de manera anticipada de la muerte de Don Orione.

Un sacerdote catamarqueño que tenía por confesor al Padre Lobo, me refirió siendo confesor de ellos y de seminaristas, los tomaba de las manos y les decía los pecados, aún antes que pronunciaran ninguna palabra y que cuando se callaban alguna falta, el fraile se las reclamaba.

El canónigo Pío Murúa en una oración fúnebre dijo en 1958 que “era Ministro del Perdón junto al lecho de los enfermos en cuyos recintos penetra de día y de noche, bajo la tortura de todas las inclemencias del tiempo y siempre llevando el consuelo y la paz, que en esos trances es rayo de luz en la noche del dolor”.

El Provincial Fray Berardo Martínez dijo en 1957 que “nadie desconoce que al Padre Lobo se lo podía llamar de día o de noche en lo más crudo del invierno o bajo los rigores del terrible verano catamarqueño, que jamás se iba a negar”. Su palabra bondadosa, suave, dulce, llena de caridad cristiana, se introducía hasta el fondo del corazón sufriente, atenuaba sus dolores y, al absolverlo de sus culpas, le enseñaba también a santificar el dolor”.

Jamás pidió coche a caballo ni automóvil. Aun cuando se solicitara su presencia desde las afueras de la ciudad, iba caminando con cariño pues en aquellos sitios vivían sus amados pobres. Daba los sacramentos y se quedaba a acompañar al enfermo hasta su último aliento.

A su extrema humildad y ejemplarizador apostolado sacerdotal le acompañaron sus obras públicas: En 1905 como Guardián del Convento se abocó a la tarea de concluir las obras del actual templo de San Francisco que llevaban más de 20 años paralizadas y las terminó en menos de 2 años. En su segunda Guardianía, el 13 de octubre de 1912 inició las obras del nuevo Convento y del Colegio P. Ramón de la Quintana, nombre que él le puso a la escuela. Cuando se desocupa el viejo edificio de esa escuela, destina y arregla ese solar sobre calles Prado y Rivadavia a un Asilo destinado, según su voluntad, primero a familias indigentes que no podían pagar estadía y luego sólo a las ancianas indigentes de la ciudad, mientras que con gran imaginación se encargaba de mantenerlo.

El 11 de Mayo de 1913 propone erigir una estatua de Fray Mamerto Esquiú y el 11 de Mayo de 1926, bendice la piedra fundamental y coloca el primer ladrillo del monumento que hoy vemos en la plazoleta de Esquiú y Rivadavia. El 16 de marzo de 1919 es creado e inaugurado por el Padre Lobo el Museo Esquiú y participa el 15 de mayo de 1936, en la fundación de la Junta de Estudios Históricos de Catamarca, de la que es Miembro de Número, Fundador y Cimientos, según manifestó el Dr. Alfonso de la Vega al despedir sus restos.

Desde mayo de 1942 está en cama, su cuerpo paralizado, pero aún recibe a los que buscan confesarse. El 21 de Setiembre llega en visita oficial con todo su séquito el Presidente de la República, Ramón S. Castillo. Va a ver a su amigo, a quien la comunidad catamarqueña de esos años considera un Santo. 

Dos meses después, el viernes 20 de noviembre de 1942 su cuerpo estaba ya completamente rígido e inmovilizado, su rostro se puso cadavéricamente pálido y de pronto por sus propios medios y sin ayuda de nadie se sentó en el lecho. El rostro recuperó el color natural, miró a los presentes y sonriéndoles se recostó suavemente para expirar a las 16:15. En sus exequias le acompañó una multitud sin precedentes en silenciosa procesión, a pie hasta el cementerio, con autoridades y miles de feligreses. Gente muy humilde pugnaba por cargar su féretro. 

El 19 de setiembre de 1958, en la Curia Eclesiástica de Catamarca, con expresa autorización de la Santa Sede, se inició la Causa de Beatificación de Fray Antonio de Jesús Lobo. 

Con una apoteótica presencia de fieles que a 16 años de su muerte aún lo recordaban y veneraban, el 27 de ese mes de septiembre, el Padre Lobo recorrió el camino inverso, porque sus restos fueron trasladados desde el Cementerio hasta el Templo de San Francisco, frente al altar de San Antonio de Padua, donde hoy están sepultados en el piso.

En 2012 se impuso su nombre a la Galería de Arte del Complejo Cultural Esquiú, por iniciativa de sus familiares ya que al parecer hasta sus pares lo han olvidado. Pero vaya a saber por qué razones, el cuadro con su foto que perpetúa su memoria ha sido retirado y no se lo ha vuelto a colocar en el lugar que tenía.

Lamentablemente la Iglesia de Catamarca no sido consecuente con lo realizado por ella misma en los finales de la década de 1950, y hasta los propios frailes tienen en el olvido a este hijo preclaro de Catamarca, ejemplo de humildad y amor al prójimo que le valiera la iniciación de una causa de beatificación en el Vaticano. 

Ojalá las autoridades correspondientes pusieran el merecido interés que debería despertar su causa para rescatar y reivindicar su obra y vida ejemplar -cuya fecundidad resulta imposible siquiera resumir en este espacio- y que no deje de enseñarse a los más jóvenes, porque junto a Esquiú son dos portentos cuyas vidas son dignas no sólo de conocer sino, sobre todo, de imitar.

Rodolfo Lobo Molas
Periodista y Escritor
 

Comentarios

Otras Noticias