A telón abierto

viernes, 10 de agosto de 2018 00:00
viernes, 10 de agosto de 2018 00:00

Definitivamente: el Poncho 2018 no fracasó. A modo de ir cerrando el telón del festival hasta el año que viene, asumimos con responsabilidad nuestra firme postura de intentar poner las cosas en su lugar desde una mirada apasionada pero también más amplia: se equivocan los que le adjudican el rótulo de fracaso a la edición número 48 de la Fiesta Nacional del Poncho, que concluyó el pasado 22 de julio, solamente porque las tres primeras noches de espectáculo en el escenario mayor no tuvieron el marco propio que suelen tener los grandes acontecimientos populares (y el Poncho lo es). Hubo muy poca gente y mayoría de sillas vacías en esas tres veladas y punto. La concurrencia al salón “Atuto Mercau Soria” fue escasa. Muy escasa, diríamos para ser más justos y no andar buscando eufemismos innecesarios ante una realidad por todos conocidas. Se equivocan algunos artistas –no todos, por suerte, apenas algunos- empachados de narcisismo que todavía hoy siguen convencidos que el éxito o el fracaso del Poncho se mide o pasa por la mayor o menor convocatoria de gente para participar de lo que propone el escenario principal. Aquí, el desfile artístico es apenas una parte del Poncho. Una parte importante, pero no la más trascendente ni las más imprescindible o esencial que, como todos sabemos, es un puñado de privilegios que le corresponde a la muestra artesanal de los genuinos artesanos catamarqueños –sin desmerecer al resto de los expositores que vienen de otras latitudes del país- que a su vez genera un movimiento turístico extraordinario. 
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  Pero también se equivocan algunos comunicadores de ciertos programas radiales que consideran que el Poncho es importante únicamente cuando ellos están arriba del escenario (el empacho de narcisismo es, a esta altura, una epidemia). Y hasta hay alguno que se olvida que, para engrosar los bolsillos, años atrás hizo alguna “changa” en la coordinación con sus más íntimos y programó a Rafael Toledo en la apertura de la grilla para para que cante para 15 personas (perdón: 17 personas, incluidos quien esto escribe y su esposa). Ya lo dijimos: El cantor catamarqueño,  que integra el lote de los mejores, ofreció un show de primer nivel como si estuviera actuando para una multitud. Eso que llaman profesionalismo. Igualmente se equivocan y se prestan para el juego mediático los que a través de las radios, diarios y redes sociales claman por la presencia de valores como Tono Aybar, Chato Bazán, Ernesto Vega o tal o cual coplera y/o vidalero porque, según manifiestan a los gritos, “representan a lo más auténtico de nuestras tradiciones”. Pero resulta que brillan por su ausencia –ni siquiera gastan la emoción de pagar una entrada- en la platea cuando se presentan los artistas mencionados. En otras palabras: ¡prenden la mecha de la polémica y se borran, ni siquiera tienen el coraje de dar la cara y acompañar a los que llaman sus preferidos con el necesario aplauso! Puro bla bla. Esto ocurrió hace poco, en el Poncho que pasó y hay más de una prueba para apuntalar lo que decimos.
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  Quede claro entonces: el Poncho es mucho más que lo poco o mucho que pueda convocar la cartelera en el escenario mayor. Mucho más. No se olviden de nuestros legítimos artesanos. De lo que representa como imán para generar tamaño movimiento turístico. De nuestra fábrica de alfombras. Del festival del Ponchito. Y así podríamos enumerar una serie de elementos que hacen a la grandeza y generosidad de nuestro  Poncho. Y cada uno de esos elementos conforman una herramienta válida y cada una de ellas generan  su aporte para la jerarquía  de una fiesta bien llamada “la mejor del país en las vacaciones de invierno”, aun cuando no tenga la repercusión masiva en los medios de comunicación que amerita a nivel nacional. A propósito de las todas las buenas intenciones que seguramente como buenos catamarqueños queremos para hacer del Poncho algo mejor todos los años. Recientemente, en el mes de julio, cuando faltaban días para el inicio de una nueva edición del Poncho, se generó –como para estar a tono con la cosa folclórica de todos los años- una abierta polémica que tuvo como protagonistas a diputados del oficialismo y de la oposición de nuestra Legislatura provincial, y que tenía su eje de discusión en la necesidad de modificar –y actualizar-  la ley que propone la creación de una comisión estable para el festival. Si bien fue inoportuno el momento para debatir el Poncho que queremos en el ámbito legislativo, consideramos propicio que ahora en septiembre u octubre, son meses propicios para el intercambio de ideas, siempre y cuando no surja en el camino algo que requiera prioridad absoluta para la gestión legislativa. Y que se hable del Poncho con las cartas sobre la mesa. Con pasión y sinceramiento. Sin mezquindades. Sin ocultar oscuras intenciones, diría Serrat. Sin intereses personales o sectoriales por aquello de que el Poncho es del pueblo de Catamarca y no de ningún gobierno de turno. Que participen referentes de todos los sectores que hacen a la vida misma del Poncho. Los que tengan ganas de sumar y no restar. Los que quieran colaborar y no lucrar con la fiesta. Y que sean muchas las voces que se comprometan a trabajar y estar presente en la fiesta pensando con el corazón y no con el bolsillo. Que sea un sentimiento y no suene a verso de ocasión eso de “Poncho querido”. Adiós Poncho 2018. Bienvenido sea Poncho 2019. De parte del autor de esta columna: perdón por cualquier error cometido. Punto y a otra cosa. Hasta el viernes.

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