Un relato histórico con motivo de los 200 años de la muerte de Manuel Belgrano

Tiempos de revolución

martes, 23 de junio de 2020 00:47
martes, 23 de junio de 2020 00:47

Por Ángel C. Figueroa

El Padrenuestro resonaba, estremecedor, conmoviendo los rincones de la casa: “…santificado sea tu nombre hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo…
Eran las horas 7 de una tarde tibia de azahares y poleo, de plegarias piadosas y de rosarios recorridos en sus cuentas con unción. Eran las 7 de un 16 de septiembre de 1812 y el crepúsculo rojizo presagiaba azar e incertidumbre.
Por el callejón bordeado de pastos y vacunos el negro Mariano caminó con presteza -una vez más y como tantas veces- hacia la amplia morada chacarera de sus amos.

Los Montecinos de la Huerta eran vecinos de buena posición y hacendados exitosos venidos de ultramar. Españoles europeos, ellos, tenían tres hijos españoles americanos que crecían entre las labores rurales como patrones  y sus estudios secundarios que cursaban con los franciscanos.
Los Montecinos hijos alternaban en las veladas de la gente bien, donde se hablaba de negocios, de política, de proyectos…y del rumor de guerra que se colaba en los salones.

Los Montecinos de la Huerta eran ricos propietarios y entre sus bienes disponían de negros y de negras que parían hijos negros y pardos que se multiplicaban al ritmo de los ciclos fecundos con los blancos y los indios.
-¡Que venga Mariano! ordenó el pater familia.
Por eso el veinteañero negro, longilíneo y  fibroso, aceleró sus pasos y ante él, simplemente dijo:¡mande!
-En tiempos de revolución se necesitan hombres valientes, sostuvo Montecinos con tono firme y sentencioso. Por eso, marcharás al Tucumán como un bravo soldado de milicia a las órdenes del Capitán Ahumada y Barros. Y agregó: el manejo del fusil bien lo conoces y montarás el tordillo nuevo de tu preferencia. Saldrás a las cinco de mañana desde las inmediaciones de la Villa, donde se concentrarán.
-¡Sí señor!
-Pero hoy, ve a Félix Pla y pregúntale en nombre del Capitán, sobre la pólvora que debe enviar al Ejército del Norte.
-¡Sí, amo!
-A matar o morir, se decía Mariano para sí, poniéndole palabras a la ansiedad de la partida. Entonces deseó una despedida con la Martina, la bella joven negra que accedió al requerimiento, conmovida. Y se fundieron en un abrazo prolongado como  respuesta a esta  nueva encrucijada que la vida proponía.

En el silencio pleno de la noche de campiña, los cuerpos abrasados se vistieron de estrellas y en el clímax, un haz de luz iluminó las sombras. Era un dramático tributo en los altares de la vida.

En su mansión de comerciante rico, Bernardino Ahumada y Barros mantenía encendidos los faroles en las horas finales del día previo a la puesta en marcha.

La tensión se transformó en ternura y su impulso de vida se expresó en los gestos: para Agueda, su hija, un beso en la frente y un prolongado abrazo a Petrona de Avellaneda y Tula, su esposa.
Se dirigió luego al escritorio y leyó una vez más el bando de Belgrano del 14 de julio llamando a las armas a todos los ciudadanos de 16 a 35 años:

“Cuando el interés general exige las atenciones de la sociedad - decía– deben callar los intereses particulares, sean cuales fuesen los perjuicios que se experimentasen: éste es un principio que solo desconocen los egoístas, los esclavos y que no quieren admitir los enemigos de la causa de la patria; causa a que están obligados cuantos disfrutan de los derechos de propiedad, libertad y seguridad en nuestro suelo, debiendo saber que no hay derecho sin obligación y que quien sólo aspira a aquél, sin cumplir con ésta, es un monstruo abominable, digno de la execración pública y de los más severos castigos”.

El Capitán Ahumada entrecerró los ojos y sintió en su alma el ímpetu arrollador de esta exhortación. Sabía que el General no contaba con el apoyo de Rivadavia, el manipulador secretario de guerra del Triunvirato; pero sabía también del espíritu  revolucionario del gran Manuel Belgrano.

-Es fervor patrio para esta hora y ejemplo para siempre, musitó refiriéndose al abogado transformado en General, mientras los velos del sueño y del cansancio lo cubrieron en las primeras horas de ese día 17 de aprestos en la madrugada.
Noche de desvelo en Villa Dolores, el vecindario convergía en medio de la oscuridad para brindar su adiós de angustia y de cariño. Y en el murmullo alzado de voces y relinchos, Mariano imaginaba la presencia de Martina pero sabía, al mismo tiempo, que el Camino Real donde vivía, estaba lejos de su afán y lo posible.

 

Bernardino Ahumada y Barros, Capitán de la 3ra. Compañía en Valle Viejo al mando del contingente de 171 hombres, partieron hacia Tucumán con vitualla y pertrecho cuando el alba se abría. 
Era el apoyo que Catamarca enviaba al Ejército del Norte para participar en la más argentina y popular de las batallas. Tucumán era un pueblo levantado en armas; el norte, una pulsión contra un imperio.
El día 23, víspera de la batalla, Ahumada y Barros anunció a Belgrano desde Río Seco su incorporación. 
El general le contestó en seguida: “…si los hijos de los pueblos de Catamarca quieren cubrirse de gloria y dar laureles a su provincia, que vengan a unirse a los jujeños, salteños, tucumanos y santiagueños  que con el mayor brío intentan sostener los derechos…”

 

*******

Pío Tristán y sus 3000 combatientes marchaban confiados en derrotar al ejército patriota de 1200 hombres entre los que se contaba “la terrible caballería gaucha, que hacía su aparición en la escena revolucionaria”.

El arequipeño jefe realista supuso que su conocido y amigo Manuel Belgrano presentaría una batalla defensiva abroquelado entre los muros de San Miguel de Tucumán y en función de tal supuesto, planificó la estrategia de la acción guerrera. No imaginó que el jefe patriota lo enfrentaría en batalla campal que se desarrolló en Campo de las Carretas y con el factor sorpresa a su favor, planteó un fragoroso combate con infantes y caballería a los que se sumó Ahumada y Barros a su llegada con su bisoño contingente.

¡A la carga! ordenó a voz alzada el Capitán blandiendo su espada en alto y en el fragor de pólvora, sudores y metales, las arenas de guerra  se cubrían de mártires, de sangre y de agonía.
El 25, el triunfo patriota ya era incuestionable por lo que quedó en  el campo de combate y de los 65 libertarios caídos en batalla, 7 eran de la milicia de Ahumada.

Martina, en Piedra Blanca, ya sabía. En el sueño, profético y aciago, su Mariano moría.

Mas los tambores no hablaban de la muerte y su sangre, transformada en canto y en figura, trasponía las montañas y los mares y sonreía allá, en las costas serenas de aquel lugar querido de su África amada.

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Comentarios

23/6/2020 | 12:00
#149006
Muy bueno, a tono con el bicentenario del fallecimiento de Belgrano. Aporte catamarqueño a la gesta patriótica.

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