Deporte y nostalgia
Luis Armando Soto, el sucesor de “Cachín”
Luego de veintiséis largos años de espera, Luis Armando Soto (“El Japonés”) se encargó de entregarnos el segundo título argentino de boxeo profesional, siguiendo los pasos de quien fuera uno de sus maestros en la especialidad, Oscar Díaz (“Cachín”), hombre nacido en José C. Paz (Buenos Aires), pero radicado desde muy chico en San Fernando del Valle de Catamarca. Figura carismática y con un enorme poder de convocatoria popular, tanto en calidad de amateur como de rentado, el 27 de febrero de 1987, en el ring del Centro Nacional de Educación Física Nº 1 de Mar del Plata (Buenos Aires), nuestro púgil se consagraba titular nacional de los ligeros al derrotar por KOT, en el undécimo y penúltimo asalto, al jujeño Jesús Eugenio Romero. Dos años antes, en nuestra ciudad, Romero había malogrado el primer intento de Soto de acaparar el cinturón de las 135 libras, al superarlo por puntos en el estadio polideportivo Capital. Cabe recordar que en esa oportunidad, nos visitó el promotor porteño Juan Carlos Lectoure; el ex titular de la Federación Argentina de Boxeo (FAB), José González, y el entonces secretario de esa entidad madre, Osvaldo Bisbal. Lectoure y González fallecieron, y en la actualidad Bisbal es el hombre fuerte de la FAB.
La consagración de Soto significó el punto máximo en su carrera deportiva, iniciada siendo un pibe en el barrio Los Ejidos, más precisamente en el gimnasio de Santiago Luis Antonio Tapia (“El Piji”), lugar donde se forjaron muchos valores del rudo deporte de los puños. En “Mardel”, Soto se despachó con una actuación realmente espectacular, pulverizando todos los pronósticos de los especializados, que daban a Romero como claro favorito. Dirigido desde uno de los vértices del cuadrado por el mendocino Roberto Alejandro Mema, quien contó con el invalorable aporte de Oscar “Cachín” Díaz, el crédito del barrio Los Ejidos hizo un combate inteligente, llevándose por delante a un sorprendido campeón que, con el paso de los rounds, fue cediendo terreno frente a los embates del retador. Alentado por una numerosa y bullanguera barra, que arribó procedente de Catamarca, Soto agigantó su producción boxística y, como lo puntualizara en mis comentarios periodísticos, finalmente terminó “descifrando el jeroglífico” que significaba para él su contrincante, un zurdo complicado, de raro estilo, pupilo del legendario Santos Zacarías. Esta vez, el triunfo de Luis Armando Soto pudo ser visualizado a través de la televisión por nuestros aficionados, que a su regreso le tributaron un enorme recibimiento, sólo reservado a los héroes del deporte.
Recuerdo con profunda emoción que en esa cobertura periodística estuve acompañado por el desaparecido colega y amigo Osvaldo Antonio Molas (“Comino”), un fanático del boxeo y de Carlos Gardel, y el reportero gráfico José Nicolás Balverdi (“Cachencho”). Asimismo, es menester destacar que en la misma reunión por el título peleó en una de las preliminares Miguel Fabián Arévalo, quien emergía con luces propias en su calidad de avezado amateur. También aparecieron en escena Rafael Abel Maldonado (promotor nacido en la ciudad de Concepción, provincia de Tucumán) y el Dr. Alberto Trezza (fue apoderado del ex campeón mundial de los supergallos Sergio Víctor Palma), los cuales mucho tuvieron mucho que ver con el tremendo impulso que se le dio al pugilismo lugareño en los años posteriores, en lo que califiqué como la época de oro del mismo. Tal cual sucediera con Oscar Díaz, Soto también contó con el invalorable respaldo de Federico Raúl Argerich, quien había retornado por esos años a la actividad, fijando como centro de sus operativos el ex viejo estadio al aire libre de la Sociedad Unión Obrera de Socorros Mutuos, de calle Sarmiento al 800. Desde este histórico lugar se lanzaron a la consideración pública numerosos valores de la talla de Jorge Rubén Avila, Sergio Oscar Arréguez (“Yuyo”) y Carlos Andrés Ponce (“El Torito de Miraflores”), convertidos todos ellos con el paso del tiempo en profesionales.
En el trayecto hacia la corona argentina profesional de los livianos, Luis Armando Soto, quien vino al mundo el 21 de octubre de 1959 en nuestra ciudad Capital (erigiéndose de esta forma en el primer campeón nacido de esta tierra ambateña), debió sortear un montón de obstáculos. Integrante de una familia numerosa (siete hermanos, de los cuales el único varón es Hugo Rafael), cuyas cabezas eran Dilio Candelario Soto y Nelly Gualberta Maldonado, Soto siempre expresó que se hizo boxeador para darle el gusto a su viejo, un frustrado púgil a raíz de la fuerte oposición de su madre de permitirle subir a un cuadrado. Tras ser encaminado en la especialidad por el ex púgil Reimundo Arias, quien trabajaba por aquellos años en el improvisado gimnasio del Red Star BBC, Soto debutó en calidad de aficionado en la ciudad de Tinogasta (Catamarca) noqueando en el primer asalto a Daniel Barros. La despedida como aficionado fue ante el tucumano René Plaza, el 17 de octubre de 1980, en una pelea que quedó sin decisión a raíz de la lluvia que se desató sobre el ring al aire libre de la Unión Obrera, y que obligó al árbitro Pedro Simón Robledo a suspender las acciones en el cuarto capítulo. Fue campeón del NOA junto a otros tres catamarqueños: Carlos Andrés Ponce, Adrián Cárdenas y José Alberto Navarro (“Yoyi”), en uno de los tantos certámenes regionales que organizó Argerich.
Idolo indiscutido del público catamarqueño, supo ganarse sus buenos mangos en el campo amateur, debido al gran poder de convocatoria que ya comenzaba a tener en el medio. Como sucede en estos casos, la mayoría iba a verlo ganar, en tanto los menos siempre esperaron la oportunidad de verlo caer derrotado, para “fundamentar” sus opiniones respecto a que Luis Armando Soto (“El Japonés”) sólo era un “invento” de Leo Romero. El tiempo se encargó de darme la razón: fue campeón profesional fuera de la provincia, a más de mil kilómetros de su casa, demostrando que tenía pasta de crack.
Su bautismo como rentado lo realizó el 8 de junio de 1981, superando en fallo unánime al tucumano Juan Francisco Herrera, iniciando una serie de victorias (con varios nocauts y una lista de “víctimas” que integraron, entre otros, el entrerriano Rubén Gerónimo Riani, el rosarino Carlos Omar Almada y el cordobés Daniel Bernabé Murúa) que al año siguiente el cordobés Ramón Argentino Mirabal se encargó de ponerle final, batiéndolo por nocaut en el quinto asalto, el viernes 26 de marzo en las instalaciones del Red Star BBC. “Mirabal noqueó a la ´sombra` de Soto”, titulé en el diario La Unión en un comentario donde resalté que nuestro púgil “subió a combatir muerto física, anímica y espiritualmente. Dejándose llevar por su incontrolable temperamento de fajador, avanzó a tontas y ciegas tratando de definir por la vía rápida, y ahí puede hallarse la explicación justa para calificar esta decepcionante performance del pupilo de Oscar ´Cachín` Díaz”.
Sin el martirizante invicto en sus manos, Soto esperó ansiosamente la revancha con Mirabal. Argerich se fue a Córdoba para hablar personalmente con el púgil, mediación de su colega Rubén Roiz de por medio. Mirabal se despachó con un suculento requerimiento dinerario para venir a Catamarca a darle el desquite, y Argerich no tuvo otra opción que meter la mano en el bolsillo para pagarle la diferencia. De esta manera, el viernes 13 de agosto de 1982, en el cuadrilátero del ex Tinglado del Poncho (Colón y Ministro Dulce), se escenificó la ansiada vindicta. En una encarnizada batalla, con el público local reventando las instalaciones y un clima irrespirable por el humo de los cigarrillos, Soto se tomó venganza ganándole al cordobés por abandono en el noveno acto. La primera parte de la lucha fue complicada para el catamarqueño, que recibió varios envíos netos a la zona alta que incluso llegaron a conmoverlo, pero a partir del séptimo asalto las cosas se volcaron a favor de Soto. Cansado, exhausto y sin poder contener el ataque persistente del local, Mirabal decidió no salir a pelear en el noveno. Pleito liquidado.
Después vendría la recuperación de Soto con dos triunfos seguidos ante el ex campeón argentino y sudamericano de los livianos juniors, Pedro Armando Gutiérrez, la fallida intentona ante Romero por el título nacional el 20 de septiembre de 1985 (cayó por puntos) y la obtención de la corona en Mar del Plata dos años después. El 16 de octubre de 1987 Luis Armando Soto resigna el cetro de los ligeros frente al atrevido zurdo cordobés Alberto de las Mercedes Cortés, quien lo noqueó en el tercer acto en el estadio municipal del barrio de Vargas de la ciudad de La Rioja, combate que relaté para la televisión local, acompañado en los comentarios por el médico Julio Guillermo Voget, quien fue periodista deportivo mientras estuvo estudiando en la ciudad de Córdoba. Antes de colgar los guantes llegó a medirse con el mismísimo Adolfo Arce Rossi (16 de enero de 1990), a quien venció por puntos en fallo dividido.
Escribe: Leo Romero
Ficha Personal
Nombres y apellido: Luis Armando Soto.
Fecha de nacimiento: 21 de octubre de 1959.
Lugar: San Fernando del Valle de Catamarca.
Edad: 53 años.
Padres: Dilio Candelario Soto y Nelly Gualberta Maldonado.
Hermanos: Siete en total, seis mujeres y Hugo Rafael Soto, ex campeón argentino, sudamericano, intercontinental y mundial de la categoría mosca.
Sus maestros en el boxeo: Reimundo Arias, Santiago Luis Antonio Tapia, Luis Alberto “Fiero” Bazán, Bernardo Medina, Oscar “Cachín” Díaz y Roberto Alejandro Mema.
Figuras del boxeo local: Hugo Rafael Soto, Miguel Fabián Arévalo, Fabio Daniel Oliva y Sergio Oscar Arréguez.
Figuras del boxeo nacional e internacional: Ray Sugar Leonard, Gustavo Ballas, Víctor Emilio Galíndez y Sergio Víctor Palma.
Hincha en el fútbol: San Lorenzo de Alem de la Liga Catamarqueña de Fútbol y San Lorenzo de Almagro de la AFA.
Mi Opinión
Es una de las figuras emblemáticas del boxeo catamarqueño de todas las épocas. Y por si hace falta fundamentarlo, sólo hay que señalar que fue el segundo campeón argentino profesional de la especialidad que dio Catamarca, la tierra que lo vio nacer hace más de cincuenta y tres años. Luis Armando Soto siempre sostiene, y con toda la razón del mundo, que es el primer comprovinciano en haber logrado una corona con los colores patrios, puesto que uno de sus mejores maestros, Oscar “Cachín” Díaz, nació en la provincia de Buenos Aires. Pero se olvida que en los registros oficiales de la Federación Argentina de Boxeo (FAB), Díaz figura como catamarqueño, al igual que en los distintos medios de prensa nacionales, encargados de hacer conocer las estadísticas de aquellos años (década del sesenta del siglo pasado). Asimismo, debe agregarse que el extinto campeón de los plumas fue quien abrió las puertas grandes dentro del pugilismo del país, para que con el paso del tiempo también se sumaran a la lista de consagrados, no sólo nuestro entrevistado de hoy, sino Sergio Oscar “Yuyo” Arréguez, Hugo Rafael “El Chueco” Soto, Miguel Fabián Arévalo y Fabio Daniel “Buyú” Oliva.
Soto me confesó, en una de las muchísimas notas que le hice a lo largo de su carrera deportiva, que su modelo boxístico fue Santiago Luis Antonio Tapia (“El Piji”), quien en sus comienzos como púgil llevó el apellido de su padre, Bordón, motivo por el cual muchos aún lo siguen llamando así. Al respecto, debo puntualizar que Tapia (o Bordón, como lo ustedes lo conocen) se distinguió por su depurada técnica y un estilo muy elogiado por los especializados en el tema. El hoy entrenador, manager y promotor, fue formado boxísticamente por un hombre que es mencionado en escasas oportunidades, a la hora de hablar de este deporte: Atilio “Pipo” Godoy, un gran deportista y un señor con mayúsculas, como suele expresarse en el ámbito popular. Luis Armando Soto, cuando dejó de pelear, se dedicó a enseñar el arte de los puños. De esta manera, no sólo concretó una excelente labor conduciendo a su hermano Hugo Rafael, con quien saboreó varios logros de gran envergadura, sino que en la actualidad es el maestro y manager de Carlos “El Caballero Azul” Chumbita, campeón Mundo Hispano del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) en la categoría welter. El pibe apunta para logros importantes, en un grupo difícil y complicado. Ojalá continúe por el buen camino. Su conductor técnico confía plenamente en él. Los amantes locales de la ruda disciplina, también.