El mejor basquetbolista argentino de la historia fue a conocer una cancha en la que le hicieron un mural. Y le dejó una marca imborrable.
Agita el aerosol una, dos, tres veces y alguna más. El grupo de personas que se acercó, entre colaboradores y curiosos, igualmente hace tal silencio que puede oírse perfectamente la bolita de acero del interior del envase. Es la quietud previa al momento de inspiración del artista. Como si se tratara de esa pelota que llegaba a sus manos cuando el tiempo en el reloj se agotaba y él tenía que lanzar un triple que permitiera cambiar una derrota segura por una victoria agónica. Se inclina un poco hacia adelante y aprieta el pulsador, por lo que escapan las primeras partículas de la pintura plateada. Y la firma de Emanuel Ginóbili queda plasmada en la canchita del barrio porteño de Saavedra que lo inmortalizó en forma de mural sobre el suelo.
Meticuloso por naturaleza, el bahiense no dejó nada librado al azar. Ensayó su rúbrica en el pasto, ahí al lado de La Copita, como le llaman los vecinos a esta cancha ubicada en la Plaza 1 de Mayo de 1948, a metros del Parque Sarmiento, sobre Valdenegro y García del Río. Fue el lugar elegido por la empresa Nike para decorar con una imagen de Manu vestido con la camiseta de San Antonio.
La canchita fue objeto de una lucha barrial por parte de los habitantes cuando, hace tres años, desde el Gobierno de la Ciudad se decidió reemplazar las jirafas de básquet por arcos de papi fútbol.
Los que despuntaban el vicio de la pelota naranja no se quedaron quietos. Hasta hicieron un petitorio en la plataforma change.org y lograron, en principio, que volvieran a colocar aros por encima de los arquitos de fútbol, pero insistieron (en este caso porque era peligroso que convivieran ambos elementos) y recuperaron las viejas jirafas.