Participó del Fiambalá Desert y entregó donaciones en el pueblo de Las Papas

lunes, 17 de junio de 2019 16:02
lunes, 17 de junio de 2019 16:02

Sebastián Armenault emociona con su mensaje. Y con sus hechos. "Vivimos en un sociedad que si no tenés resultados y no batís records parece que sos un ciudadano de segunda categoría. Pero yo entendí que no los necesito para ser feliz y mejorarle un poco la vida a la gente", explica el ultramaratonista solidario de 52 años que a los 40 cambió su vida cuando renunció a su trabajo de director comercial para empezar a correr enormes distancias en los lugares más increíbles y peligrosos con el fin de colaborar con los más necesitados. Seba no compite para ganar. De hecho, en la mayoría de las carreras termina entre los últimos. Su objetivo es sumar kilómetros porque por cada uno que recorre hace donaciones a través de las empresas que lo ayudan a ayudar. 

"Me siento un privilegiado. Encontré mi camino, hago lo que amo y mis hijas están orgullosas de mí. ¿Qué más necesito?", rescata luego de volver de inaugurar un merendero en Tristán Suárez que ayudó a levantar de cero con la colaboración del programa social Huella Weber, a la cual donó una cocina industria y una máquina de coser por los kilómetros recorridos en sus últimas dos competencias, el Ironman a fines del 2019 en Mar del Plata y el Fiambalá Desert Trail (165 kilómetros) realizado en mayo en el desierto de Catarmarca.

Sobre la competencia de Catamarca, Armenault cuenta a Infobae que: "Completar un Ironman (triatlón con 3.8 km de natación, 42 km de running y 180 km de bici) era un sueño y lo pude realizar. Y lo de Fiambalá también era un gran desafío, una carrera muy técnica y difícil, en la montaña, donde yo no estoy acostumbrado. La sufrí, pero en los peores momentos me motivaba con llegar a un pueblito para ver las caras de nenes que tenía pensado sorprender", cuenta.

Su objetivo no era ganar. Iba más allá. Seba tuvo una idea genial cuando le contaron que la carrera atravesaba Las Papas, un pueblito de 40 personas y ocho casas que ni siquiera figura en el mapa. "Pedí los nombres, edades y talles de los 24 niños que viven allí y conseguí padrinos y madrinas que donaran ropa, útiles, zapatillas y juguetes. Armamos kits para cada uno, según la edad, con una carta de esas personas hacia cada nene. Cuando llegamos, los pusimos en fila, del 1 al 24, y los fuimos llamando. No se imaginan la emoción y felicidad de los chicos… Una nena estaba feliz porque le había tocado un diccionario. Imagínate. Uno a veces tiene diez tirados en casa y no les da valor", cuenta Armenault.

Seba piensa y reflexiona. "Viendo las sonrisas y la emoción de esos chicos es inevitable sentirme el campeón del mundo. Algo que no cambio por ningún resultado, medalla o copa", 

Armenault es parte de un grupo de elite de embajadores que forman la Huella Weber, el programa social que ya está por cumplir una década de vigencia. 

A diferencia de los otros referentes deportivos que integran la Huella, Armenault muestra otro camino, que comenzó cuando se inició en el running (recién a los 40 años) pese a que odiaba correr. "En la vida pude hacer realidad mi mensaje superarse es ganar que, además, noto que llega a la gente. En Fiambalá, por ejemplo, se me acercó una chica que, hace tres años, había escuchado la charla que doy. Justo cuando había tenido un ACV. Lo que conté la motivó y hoy, como yo, corre ultramaratones. Mi mensaje la animó a intentarlo. Son esos momentos en los que siento que encontré mi lugar y mi para qué en el mundo. Estoy orgulloso del camino y cómo lo estoy transitando", finaliza. Para aplaudir de pie.

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