Glorias del Fútbol
Un león en el infierno... a Carlos Villacorta
“La Junta Militar, como órgano supremo del Estado, comunica al pueblo de la Nación Argentina que hoy la República, por intermedio de sus fuerzas armadas, mediante la concreción exitosa de una operación conjunta, ha recuperado las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur para el patrimonio nacional…”.
La voz solemne y estentórea del locutor seguía dando detalles mientras impávidos muchos argentinos escuchaban en la radio, la noticia que retumbaba en los parlantes y se repetía una y otra vez.
La hermanita perdida había vuelto a casa y armaba un revuelo que nadie imaginaba.
Releo estas letras, y me pregunto porque empecé este relato por este tema.
Y es que Malvinas todavía duele, y cada vez que alguna historia se entrelaza con las islas soy como aquel zaguero que en el minuto 90 le cae una pelota llovida al área y quiere tirarla lejos sin complicarse y sacarse el problema de encima esperando que el partido termine lo más rápido posible.
Por eso aquí estoy queriendo pasar lo más urgente este tema, que solo lo traigo a la memoria, porque aquellos que se quedaron allá merecen siempre vivir en el recuerdo y porque también el protagonista de esta historia fue parte de esa epopeya.
Siempre me pregunté: ¿qué Dios perverso echado de vaya a saber que paraíso es capaz de escribir una guerra en la vida de los seres humanos y truncar sueños de muchos jóvenes?
No hubiera sido mejor escribir que aquel “Ramón Díaz” como le decía su jefe de sección en la Armada, A Carlitos Villacorta, hubiera terminado jugando en el rojo de Avellaneda después de deslumbrar al “Pepe” Santoro con sus goles y que se hubiera quedado tirando paredes con Percudani o con “la vieja” Reinoso como lo hacía de niño con Jorge Burgos en la canchita arenosa de la República de Villa Cubas.
Pero no sólo el infierno conoció Carlos, también conoció el cielo cuando le tocó marcar a “Dios” en aquella tarde de los Evita en embalse de Río Tercero cuando se enfrentaba a los cebollitas del Diego.
Ningún estruendo de cañón pudo acallar la ovación que recibió aquella tarde cuando gracias a sus goles daba vuelta el partido en Parque Patricios, aplaudido por un tal Diego Maradona en el palco. Y aunque el Huracán amenazaba con llevarse sus goles, fue más férrea la decisión de la “vieja” para quedarse en sus pagos.
Lejos había quedado aquel niño inquieto que pateaba una pelota de plástico, entre espinas y piedras en la canchita del altiplano, mientras su viejo en la cantina mentía una falta envido en las noches del club.
Allá, a la distancia están guardados los picados en la canchita de la vía donde llegaban en un chárter, un Mercedes 11/14 piloteado por don José Daud.
Es que Carlos no tenía opciones. ¿Qué opciones puede tener un niño que nace en Villa Cubas, que juega en la canchita del barrio de Villa Cubas, que su familia es hincha de Villa Cubas y como si fuera poco, el “Perita”, como le decían a su viejo, era el goleador de Villa Cubas. Y ese legado goleador lo cumplió al pie de la letra.
Haciendo goles en todas las categorías leonas, de la mano de “Oscarcito” Quiroga, su primer formador, y como si fuera poco estampó dos rugidos en su debut en primera para que todos se enteren que un león empezaba a merodear la selva de nuestro fútbol.
Y de allí toda su vida fue un grito de gol en su amado “Club Sportivo Villa Cubas.”
A Carlos es fácil reconocerlo cuando va por, la calle, camina lento, y si se lo observa con detenimiento tiene la imagen de su amigo entrañable “Tincudo” Barrionuevo tatuada en su corazón.
Lleva los ojos nostálgicos cargados de recuerdos cuando mira el pasado y vive en carne propia la ausencia sus amigos de compañía que se quedaron eternamente en el sur.
El “Negro” Tancaya, el “Negro” Trujillo, el “Payasín” Álvarez, el “Turco” Alí. Una formación que sale de memoria como aquella del león, en esa tarde épica del 85 cuando con tres goles de su autoría le ganaban 4 a 3 a San Lorenzo en aquella final.
Es que, quien jugó contra “Dios” alguna vez, no le teme a ningún “Santo”.
Te saludo, eterno goleador, con un abrazo de gol.
Y al héroe con un grito fuerte de: “Viva la Patria”.
Por Manuel Vivanco