Editorial
Después de la fiesta
Ser católico es un compromiso de vida y de conducta que debe asumirse todos los días.
Canta el poeta catalán, Joan Manuel Serrat, que después de la fiesta “vuelve el rico a su riqueza, vuelve el pobre a su pobreza y el señor cura a sus misas”, ilustrando con su pluma mágica que una celebración es apenas una pausa en la realidad, un instante fuera del tiempo, que nada cambia y al cabo del cual todo regresa a su estado original.
Culminaron este fin de semana las celebraciones por el primer Centenario de la Diócesis de Catamarca, y la masiva participación de la población catamarqueña en los festejos ratificó, una vez más, la inigualable ascendencia de la Iglesia Católica en la comunidad local.
Tal como sucede en cada festividad mariana, en las procesiones de San Cayetano y en cada cita religiosa, Catamarca confirma que su pueblo se moviliza por cuestiones de fe como no lo hace por ningún otro motivo.
Pero la fe cristiana no es sólo una tradición popular, una costumbre que se mantiene cuando la ocasión es alegre. Ser católico es un compromiso de vida y de conducta, un camino a seguir que poco tiene que ver con las fiestas, y que en realidad impone un modo de obrar que muchas veces resulta difícil de sostener.
Para que el fervor religioso que se expresa en cada convocatoria de la Iglesia adquiera su real dimensión, es necesario que los catamarqueños asuman los mandatos de la fe católica en su plena magnitud.
Fe, esperanza y caridad, virtudes teologales que se traducen cotidianamente en la coherencia entre el sentir, el pensar y el obrar; a través del amor al prójimo, la solidaridad y la honestidad, elevarán la calidad de nuestras vidas sólo con intentarlo, aunque no siempre se pueda cumplir.
Bienvenidos los festejos, si es que su esencia perdura cuando se bajan las guirnaldas.