Se cumple hoy el 185º Aniversario del natalicio de Fray Mamerto Esquiú, la figura más importante de la historia catamarqueña, que dejó en su paso terrenal un legado imperecedero, marcado por una conducta impecable en todos los campos en que incursionó.
Es natural que al referirse a la vida y obra de Esquiú, adquiera un matiz sobresaliente su actuación como religioso, desde el momento en que dedicó íntegramente su vida a Dios.
Enemigo de los lujos y el confort, Esquiú predicó con la humildad y estuvo siempre cerca y al servicio de los más necesitados, de los pobres, de los enfermos, llevando los preceptos de la orden franciscana a su máxima expresión.
Aunque alcanzó en vida un notable reconocimiento social, y llegó a ocupar altos cargos eclesiásticos como Obispo de Córdoba, nunca modificó su estilo de vida sencillo, en el que los bienes materiales no tenían trascendencia alguna.
Visitar su casa natal, observar la celda que ocupó y revisar los testimonios de su época, revelan hasta qué punto vivió del modo en que predicaba.
Pero cuando se señala a Esquiú como un ejemplo a seguir, nadie pretende que se renuncie a toda posesión material, ni mucho menos que se tome el camino sacerdotal, algo que depende de un llamado vocacional mucho más profundo que la propia elección.
Lo que Esquiú enseñó, y que se impone como camino a seguir, es la honestidad intelectual, la coherencia ideológica, el compromiso social, la defensa incondicional de los valores humanos y un sentimiento patriótico que entiende la política como una vía para elevar a toda la sociedad a un estamento superior.
Acercarse a esos propósitos es un horizonte posible, y hacia allí deben marchar lo ideales de todo ciudadano. Al menos intentándolo, con seguridad podríamos avanzar hacia una sociedad mejor, tarea que nos corresponde a todos, y no sólo a los elegidos que por sus virtudes tendrán un lugar en los altares celestiales.