El 25 de noviembre de 1960, durante la dictadura de Rafael Trujillo en República Dominicana, tres mujeres fueron brutalmente asesinadas tras una serie de persecuciones por su activismo político. A propuesta de esta República y con el apoyo de 60 países, la ONU declaró el 25 de noviembre Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
Aunque parezca que ya se ha dicho bastante sobre el tema, el hecho de que esa violencia esté todavía naturalizada obliga a no cesar en la lucha por erradicarla.
Estos actos presentan numerosas facetas que van desde la discriminación y el menosprecio hasta la agresión física o psicológica y el asesinato. En la actualidad, Estados, entes internacionales y organizaciones no gubernamentales desarrollan programas permanentes para terminar con este maltrato.
Kofi Annan, ex secretario general de las Naciones Unidas en numerosas ocasiones, mostró su preocupación respecto de esta problemática señalando que “la violencia contra la mujer tiene un alcance mundial y se presenta en todas las sociedades y culturas, afectando a la mujer sin importar su raza, etnia, origen social, riqueza, nacionalidad o condición”.
La Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, ratificada por las Naciones Unidas en su 85ª sesión plenaria el 20 de diciembre de 1993, afirma que esta violencia es un grave atentado a los derechos humanos de la mujer y de la niña y reconoce que constituye una manifestación de relaciones de poder históricamente desiguales entre el varón y la mujer, que han conducido a que ésta sea objeto de dominación y a la discriminación en su contra por parte del hombre, impidiendo su adelanto pleno. La problemática, en realidad, va más allá de los vínculos de varones y mujeres, ya que también se registran actos de violencia entre quienes ejercen algún poder, respecto de subordinados.
Frente a esta realidad no debemos aceptar ni siquiera un chiste, si conlleva una justificación de tan repugnantes actos.